La belleza de los corales: una cita con R. M. Ballantyne

El aumento de la concentración de gases de efecto invernadero emitidos a la atmósfera, como consecuencia de la quema de combustibles fósiles (petróleo, gas natural, carbón) está provocando múltiples impactos sobre la naturaleza. Uno de ellos es la afección a los corales marinos del mundo.

Estos peculiares animales se encuentran amenazados por el aumento de las temperaturas de las aguas del mar que dificulta la reproducción de las microalgas de las que se alimentan, pudiendo provocar su decoloración y posterior muerte. Asimismo, las crecientes concentraciones de dióxido de carbono que existen en la atmósfera también se manifiestan en los océanos, a través del aumento de la acidez de los mares que termina impactando sobre las estructuras de carbonato cálcico de los corales.

Los arrecifes coralinos son ecosistemas que cumplen una función importante como lugares de alta biodiversidad que contribuyen a preservar la vida en la Tierra. Su conservación está más que justificada desde el punto de vista ecológico. Pero, además, existen razones de otro tipo, como las que nos infunde el escritor británico Robert Michael Ballantyne (1825-1894) en su novela La isla de Coral:

“No olvidaré la sorpresa y admiración que me causó el fondo de aquellas aguas. Como ya he dicho antes, el agua dentro del arrecife estaba tan serena como en un lago, y como no había viento estaba tan transparente que se veía perfectamente el fondo a veinte o veinticinco metros de profundidad. Al bucear Jack y yo en las aguas poco hondas, esperábamos encontrar arenas y piedras, pero, en vez de ser así, nos hallamos con lo que realmente parecía un jardín encantado. Todo el fondo del lago, como habíamos empezado a llamar a las serenas aguas del lecho del arrecife, estaba cubierto de corales de todos los tamaños, formas y colores. Unos parecían grandes hongos, otros semejaban la cabeza de un hombre con su cuello, pero la especie más común era un coral que formaba ramas de preciosos colores, rosa pálido unas, y otras de blanco puro. Entre ellos crecían grandes cantidades de algas de los matices más hermosos que se puedan imaginar y de formas encantadoras, y entre los floridos lechos de este jardín submarino nadaban innumerables peces, azules, rojos, amarillos, verdes y rayados, que no se espantaban al vernos”.

Para leer más:

R. M. Ballantyne: La isla de Coral. Zenda-Edhasa, Barcelona, 2022.

Autor: ECOPALABRAS

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