La generación de residuos municipales en la Unión Europea (2000-2021)

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La generación de residuos es uno de los principales problemas medioambientales a los que se enfrenta la sociedad moderna. Son múltiples los impactos que producen sobre los ecosistemas, en especial cuando no son objeto de una adecuada gestión. Además, conlleva, como es el caso, por ejemplo, de los envases y embalajes, la utilización de materiales y recursos naturales, que en muchos casos podrían haberse evitado, y el empleo de significativos recursos económicos para su correcto tratamiento posterior.

Por lo tanto, para avanzar en la senda del desarrollo sostenible, en materia de residuos es prioritario, incluso antes que la reutilización y el reciclaje, procurar su no generación y, en todo caso, su minimización.

Son muy diversos los tipos de residuos que se generan tanto en la producción como el consumo de bienes y servicios por parte de los distintos agentes. Entre ellos se encuentran los denominados residuos municipales, que son los generados por los hogares y otras fuentes de residuos similares (comercio, oficinas e instituciones públicas) cuya recogida compete a las autoridades locales.

El objetivo de hacer sostenible la producción y el consumo (ODS 12 de la Agenda 2030) exige un esfuerzo por parte de todos los agentes económicos para generar la menor cantidad posible de residuos. Si queremos conocer si la sociedad transita por la senda de sostenibilidad, es de especial interés, entre otros aspectos, realizar evaluaciones periódicas de la evolución que sigue la generación de residuos.

En el contexto europeo, para evaluar los progresos de los países de la Unión Europea (UE-27) en materia de generación de residuos municipales se dispone de los datos que publica  Eurostat. De acuerdo con dicho organismo estadístico, en el año 2021 se generó un total de 237 millones de toneladas de residuos municipales en la UE. Esta cantidad supone aproximadamente el 10% del total de residuos en sus diferentes tipos generados en la UE. Teniendo un modesto peso relativo, esta clase de residuos nos puede aportar, no obstante, información sobre si el consumo se encamina o se aleja de la sostenibilidad.

Desde una aproximación dinámica una primera conclusión general a la que se llega tras el análisis de los datos nos revela que durante el periodo 2000-2021 la generación de residuos municipales en la UE ha aumentado un 7,6%, al pasar de 220 a 237 millones de toneladas.

Como se observa en el siguiente gráfico, la generación total de residuos municipales en la UE ha estado afectada por el ciclo económico. En épocas como la de la Gran Recesión (2008-2014) la caída de la producción y el consumo ha comportado una menor generación de residuos domésticos. No obstante, una vez que la economía entra en una fase de recuperación, a partir de 2015 la generación de residuos vuelve a tomar una senda claramente creciente que prosigue hasta hoy. Es de destacar asimismo que incluso en el año 2020, especialmente afectado por los impactos sobre la economía de la crisis de la pandemia del COVID-19, la producción de residuos continuó aumentando.

G_residuos UE_total_2000-2021

Si analizamos la generación de residuos en términos relativos, esto es, en kilogramos de residuos generados por persona, se constata una evolución similar. En promedio un ciudadano comunitario generaba en el año 2000 un total de 513 kilogramos de residuos municipales. Dos décadas después, el valor de dicha ratio se ha incrementado, si bien con altibajos, hasta cifrarse en 530 kg per cápita en 2021. Por lo tanto, los datos apuntan a que los patrones de consumo no se han reorientado hacia la sostenibilidad sino más bien al contrario.

G_residuos UE_per cápita_2000-2021

En un análisis más detallado por países, se encuentran notables diferencias en el seno de la UE-27. En términos absolutos, los países que generan más residuos domésticos son Alemania (con el 23% del total de la UE), Francia (16%), Italia (12%) y España (9%). Estos cuatro países concentran, por tanto, el 60% del total frente al 40% restante que es generado por los otros 23 países que también pertenecen a la UE.

Si consideramos la ratio de kilogramos de residuos generados por persona, las divergencias entre países son muy significativas. En el año 2021 el país con más generación de residuos casi triplicó la cifra del que menos.

Así, con un promedio de 530 kilogramos per cápita de la UE en 2021, los Estados miembros con mayores ratios fueron Austria (834), Luxemburgo (793), Dinamarca (786), Bélgica (759) y Alemania (646). Por el contrario, los Estados con menos residuos per cápita fueron Rumanía (302), Polonia (362), Estonia (395), Bulgaria (408), Hungría (416) y Suecia (418).

G_residuos UE_Países_2021

Para más información:

Eurostat

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La sierra de Guadarrama, en el verso de Antonio Machado

Ruta Puerto de Cotos_Laguna Grande de Peñalara

El escritor Antonio Machado (1875-1939) nos legó una extensa obra poética de singular calidad.  Como dejó escrito, empleó muchas horas de su vida para elaborar rimas que son producto de sus meditaciones sobre «los enigmas del hombre y del mundo». También nos confiesa su profundo amor a la Naturaleza: «en mí supera infinitamente al del Arte».

La maestría literaria de Antonio Machado queda plasmada en múltiples poemas en los que apreciamos la gran admiración que tenía por la belleza natural, como es el caso, por ejemplo, de Campos de Castilla (1907-1917). De esta obra destacamos aquí un pequeño poema que dedicó a la Sierra de Guadarrama. Este espacio natural protegido español, que Machado visitaba en su época de estudiante, fue declarado Parque Nacional en 2013.

   ¿Eres tú, Guadarrama, viejo amigo,
la sierra gris y blanca,
la sierra de mis tardes madrileñas
que yo veía en el azul pintada?
   Por tus barrancos hondos
y por tus cumbres agrias,
mil Guadarramas y mil soles vienen,
cabalgando conmigo, a tus entrañas.

Para leer más:

Antonio Machado: Poesías completas. Editorial Espasa Calpe, Madrid, 1998.

Evolución del consumo por habitante en la UE (1995-2021)

Puerto Cruz, crisis, saldos, 2012.06.25

Para evaluar el progreso de los países el indicador del PIB per cápita ha ocupado hasta la actualidad un lugar privilegiado. Durante décadas se ha defendido el uso de esta ratio como la mejor aproximación sintética del bienestar de la población. Recordemos, no obstante, que dicha medida se refiere estrictamente a la actividad económica, es decir, al valor de todos los bienes y servicios producidos en la economía de un territorio (país, región, ciudad…) durante un periodo de tiempo (generalmente un año), relativizándolo por el número de habitantes. En consecuencia, por su propia naturaleza son múltiples las limitaciones que presenta para medir el bienestar de las personas.

Como medida alternativa al PIB per cápita se dispone del indicador de consumo individual efectivo (CIE) que se viene empleando por considerarse una medida más adecuada para evaluar el bienestar material de la población. Se define como el valor monetario del consumo de los bienes y servicios adquiridos directamente por los hogares, así como los servicios prestados por las organizaciones sin ánimo de lucro y el Estado para el consumo de los individuos (educación, sanidad…). Dicho consumo se valora en euros pps (estándar de poder de compra), con objeto de corregir las diferencias nacionales en los niveles de precios permitiendo las comparaciones entre países, y se relativiza por el número de habitantes.

Siendo un indicador más adecuado que el PIB per cápita para medir el bienestar material, no hay que olvidar que el CIE tampoco está exento de importantes limitaciones, en especial si lo que perseguimos es, en realidad, evaluar el desarrollo sostenible. Es evidente que el consumo de bienes, que satisfacen necesidades materiales (básicas y no básicas), conlleva el uso de recursos naturales (materiales, agua, energía), cuyo impacto sobre el medio ambiente puede ser muy diverso (pérdida de biodiversidad, residuos, contaminación…). Por lo tanto, el CIE no nos aporta información sobre la sostenibilidad ambiental, sobre si ese consumo es sostenible. De igual forma, este indicador de consumo medio por habitante, por su propia concepción, no nos aproxima a evaluar los avances en equidad, pilar fundamental del desarrollo sostenible.

En el contexto de la Unión Europea, para conocer la evolución de dicha medida de consumo per cápita se cuenta con la estadística que elabora la Oficina Estadística de la Unión Europea (Eurostat). En un análisis de los datos disponibles para el periodo 1995-2021 se evidencia, como primera conclusión general, que el nivel de consumo individual efectivo por habitante de la UE-27 ha aumentado de forma prácticamente continuada, pasando de 10.100 a 21.100 euros (pps), esto es, el nivel de consumo se ha multiplicado por 2,1 en poco más de 25 años. Como se observa en el siguiente gráfico, cabe apuntar que en dicha tendencia de generalizado crecimiento hubo sólo dos años, 2009 (con la Gran Recesión) y 2020 (con la pandemia del COVID-19), en los que el consumo por habitante se contrajo.

G_Consumo UE_1995-2021

En un análisis por países, de acuerdo con los últimos datos correspondientes al año 2021, nueve Estados miembros de la UE-27 presentan un consumo por habitante superior a la media comunitaria.

Luxemburgo encabeza la UE-27 al presentar un CIE de 144, esto es, supera en un 44% el consumo por habitante medio de la Unión. Le siguen Alemania (120), Dinamarca (119), Austria (116), los Países Bajos (115), Bélgica (115), Finlandia (112), Suecia (110) y Francia (110).

Por el contrario, 18 países de la UE-27 presentan un CEI inferior a la media. El menor consumo per cápita lo registra en 2021 Bulgaria (64), con un 36% inferior a la media comunitaria. Le siguen, a continuación, Hungría (69), Eslovaquia (71), Croacia (72) y Grecia (75), con valores que no superan el 75% de la media de la Unión.

Existe, por tanto, una amplia variación entre el país de mayor consumo por habitante, Luxemburgo (144) y el de menor consumo, Bulgaria (64), esto es, una brecha de 79 puntos en 2021. No obstante, dicha divergencia ha disminuido con el transcurso de los años. En 1995, el país de mayor consumo era igualmente Luxemburgo (156) que contrastaba en el otro extremo con Rumanía (33), registrándose entonces un diferencial de 124 puntos entre ambos. Precisamente Rumanía, junto con Lituania, Estonia, Letonia y Polonia, son los países que más han visto aumentar en términos relativos sus niveles de consumo por habitante durante el periodo 1995-2021.

CIE_UE_2021

Para más información:

Eurostat

Naturaleza y riqueza en la isla del tesoro

Nos relata el escritor escocés Robert L. Stevenson (1850-1894) en su célebre novela La isla del tesoro las aventuras que vivieron Jim Hawkins y los dos bandos de la tripulación del buque La Española en su viaje a una isla donde se esconde un cofre con setecientas mil libras en oro.

En tierra firme aquellos buscadores de oro, siguiendo las pocas indicaciones del mapa que poseían, atravesaron bosques de pinos de diversas alturas. Su objetivo era dar con la pista de los tres “árboles elevados” localizados en el declive de la montaña de El Vigía que preside la isla.

En aquel lugar la contemplación de la belleza de la naturaleza quedaba ensombrecida por el resplandor de la ansiada riqueza. Como nos sugiere Stevenson en el siguiente pasaje, la codicia puede terminar por cegar el alma de los seres humanos:

“Llegamos al primero de los grandes árboles, pero tomada la dirección con la brújula resultó no ser aquel el que buscábamos. Lo mismo sucedió con el segundo. El tercero se alzaba como a unos doscientos pies sobre la cima de un boscaje de arbustos. Era este un verdadero gigante de los bosques con una columna recta y majestuosa como los pilares de una basílica y con una copa ancha y tupida bajo cuya sombra podría muy bien haber maniobrado una compañía de soldados. Tanto desde el este como desde el oeste podía distinguirse muy bien en el mar aquel coloso y habérsele marcado en el mapa, como una señal marítima.

Pero no era por cierto su corpulencia imponente lo que impresionaba a mis compañeros, sino la seguridad de que nada menos que setecientas mil libras en oro yacían sepultadas en un punto cualquiera bajo el círculo extenso de su sombra. La idea de las riquezas que les aguardaban concluyó por dar al traste con todos sus terrores precedentes en cuanto que se acercaban al sitio codiciado. Sus ojos lanzaban rayos; sus pies parecían más ligeros y expeditos; su alma entera estaba absorta en la expectativa de aquella riqueza fabulosa que había de asegurarles para toda la vida una no interrumpida serie de extravagancias y placeres sin límites, cuyas imágenes danzaban tumultuosamente en sus imaginaciones”.

Para leer más:

Robert Louis Stevenson: La isla del tesoro. Ed. Salvat, Barcelona, 2020.

La fiscalidad ambiental en la Unión Europea (1995-2021)

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Son múltiples los impactos negativos que la actividad humana ocasiona al medio ambiente: extracción y consumo de recursos naturales no renovables; cambio climático; contaminación del aire, ríos, lagos, medio marino y suelos; ruido; deforestación; pérdida de biodiversidad… Frente a estos problemas la fiscalidad constituye un instrumento de política ambiental que, junto con otras medidas como las legislativas, puede desalentar las acciones humanas que deterioran el planeta.

Con la fiscalidad ambiental o verde se persigue el cumplimiento del principio de quien contamina, paga, es decir, tratar de incorporar en el coste de aquellas actividades calificadas de insostenibles los costes medioambientales que generan, ya que, de lo contrario, permanecerían “no visibles” y sin contabilizar en el precio final. Por lo tanto, el grado de eficacia de los impuestos ambientales vendría dado por su incentivo para que productores y consumidores modifiquen sus comportamientos para hacerlos más respetuosos con el medio ambiente.

Son diversas las bondades que presenta la implantación de impuestos ambientales, entre las que podemos destacar las siguientes:

a) Favorecen la eficiencia energética y el uso de las energías limpias (al gravar las energías fósiles).

b) Contribuyen a un mayor empleo del transporte sostenible.

c) Fomentan la producción y el consumo de productos más respetuosos con el medio ambiente.

d) Reducen los impactos de la contaminación y los residuos sobre los ecosistemas.

e) Desincentivan el consumo de recursos naturales no renovables.

f) Refuerzan la lucha contra el cambio climático.

En la práctica la fiscalidad ambiental se concreta en la aplicación, en un país o territorio determinado, de un tipo de impuestos cuya base imponible consiste en una unidad física (o similar) de algún material que tiene un impacto negativo, comprobado y específico, sobre el medio ambiente (SEEA 2012, UN et. al., 2012).

Organismos como la OCDE y la Comisión Europea se han manifestado partidarios de la utilización de este instrumento económico y medioambiental. Recordemos, por ejemplo, lo expresado en la Estrategia Europa 2020 de la Comisión Europea, que aboga por una mayor aplicación de la fiscalidad verde:

«Los Estados miembros deberían más bien intentar desplazar la presión fiscal desde el trabajo a los impuestos sobre la energía y medioambientales como parte de un movimiento hacia unos regímenes fiscales verdes«.

Durante los últimos 25 años se han extendido los impuestos ambientales que, en sus diversos tipos, han venido aplicando en el seno de la Unión Europea sus Estados miembros. Se hace necesario, por tanto, realizar de forma continuada evaluaciones periódicas sobre la aplicación real de este tipo de impuestos.

Como primera aproximación analizamos aquí si la fiscalidad verde ha ganado protagonismo en el seno de las políticas tributarias de los países de la UE. Para ello se estudia cómo se ha comportado la recaudación de las diferentes categorías de impuestos ambientales, cuál ha sido la evolución de la participación relativa de los ingresos de los tributos ambientales sobre la recaudación total y cómo ha sido la tendencia de la recaudación verde en relación con la actividad económica.

Según los últimos datos de la Oficina Estadística de la Unión Europea (Eurostat), en el año 2021 se recaudó en la UE-27 un total de 325.837 millones de euros en concepto de impuestos ambientales.

De este total la mayor parte fueron ingresos por impuestos sobre la energía (el 78,4%). A continuación, les siguen, a distancia, los impuestos sobre el transporte (18,1%) y los impuestos sobre la contaminación y los recursos (3,5%).

G_Imp. amb. tipos_2021

En términos relativos, la recaudación de los impuestos ambientales representa el 5,52% de la recaudación del total de impuestos de la UE-27 en 2021. Asimismo, la presión fiscal ambiental, esto es, la ratio de recaudación por impuestos ambientales sobre el Producto Interior Bruto (PIB), asciende al 2,24%.

Desde un enfoque temporal, de acuerdo con los datos disponibles de Eurostat, correspondientes al periodo 1995-2021, se concluye que los impuestos ambientales como instrumento de política ambiental, en lugar de aumentar, han perdido importancia en la UE.

En términos de su participación en la estructura tributaria total, el porcentaje de recaudación correspondiente a la fiscalidad verde sobre la recaudación total de impuestos de la UE-27 ha descendido desde el 6,74% en 1995 al 5,52% en 2021.

En términos comparativos con la actividad económica, el porcentaje de la recaudación de los impuestos ambientales sobre el PIB se ha reducido desde el 2,63% de 1995 hasta el 2,24% en el último año de 2021. Ello significa, por tanto, que en dicho periodo la recaudación por impuestos ambientales en el conjunto de los Estados de la UE-27 ha evolucionado a un menor ritmo que lo ha hecho la actividad económica.

Asimismo, es relevante apuntar que, como se observa en el siguiente gráfico, con la irrupción de la crisis sanitaria del COVID-19 el papel desempeñado por la fiscalidad verde ha intensificado su caída. La recaudación de los impuestos ambientales ha retrocedido en mayor medida que la actividad económica: la presión fiscal ambiental en el conjunto de la UE se redujo desde el 2,35% de 2019 en 0,11 puntos porcentuales.

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Por tipos de impuestos, durante el periodo 1995-2021 la mayor reducción se ha dado en los impuestos sobre la energía, los de mayor peso, cuya presión fiscal pasa de 2,03% en 1995 a 1,76% en 2021. Por su parte, la ratio correspondiente a los impuestos sobre el transporte desciende desde el 0,52% al 0,41%. Por su parte, los impuestos sobre la contaminación y los recursos mantienen su presión fiscal del 0,08% en el periodo analizado.

En un análisis por países es destacable la diferente importancia de la fiscalidad verde dentro de la UE. Así, en el año 2021 Grecia es el país que obtiene mayor recaudación por impuestos ambientales en comparación con el tamaño de su economía: su presión fiscal ambiental es del 3,93%. Le siguen, en orden descendente, Croacia (3,12%), Países Bajos (3,09%), Italia (3,00%), Polonia (2,89%) y Dinamarca (2,88%), principalmente.

Por el contrario, el país con menor presión fiscal ambiental es Irlanda (1,16%), seguido de Luxemburgo (1,45%), España (1,76%), Alemania (1,80%) y República Checa (1,84%).

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En resumen, durante el periodo 1995-2021 la presión fiscal ambiental ha descendido en la mayoría de los Estados miembros (16 de 27), permaneciendo igual en tres y aumentando en ocho. Asimismo, hay que destacar el mayor avance que se ha registrado en Estonia (+2,3 p.p. entre 1995 y 2021), que contrasta con el mayor retroceso observado en Irlanda (-1,6 p.p.).

Para más información: 

Eurostat

El mar, una cita con Robert Louis Stevenson

El escritor escocés Robert L. Stevenson (1850-1894) es célebre por su inestimable obra literaria, entre la que se encuentra La isla del tesoro.

Nos relata, Jim Hawkins, el protagonista de esta novela, las aventuras que se suceden en una isla cuya localización geográfica no desvela. También nos transmite, como en el siguiente pasaje, su percepción de un mar que siempre se deja sentir a su alrededor:

“Nunca he visto el mar tranquilo en todo el derredor de la isla del tesoro. El sol puede lanzar desde arriba cuanto calor le sea posible; puede muy bien la atmósfera estar sin una sola ráfaga de viento, y la superficie lejana de las aguas tersa y azul; esto no impedirá jamás que aquellas grandes moles de agua espumante rueden a lo largo de toda la costa tronando siempre, tronando de día y de noche, de tal suerte que apenas habrá lugar alguno en la isla entera en donde se pueda uno liberar de oír aquel rumor eterno”.

Para leer más:

Robert Louis Stevenson: La isla del tesoro. Ed. Salvat, Barcelona, 2020.

El hombre ante la naturaleza, una cita con E. F. Schumacher

El economista alemán Ernst Friedrich Schumacher (1911-1977) publicó en 1973, hace ya medio siglo, su célebre obra Lo pequeño es hermoso, una colección de ensayos que aportan una visión más amplia (humanista y ecológica) del pensamiento económico hegemónico.

Ya desde sus primeras páginas Schumacher nos recuerda una verdad largamente olvidada: el progreso material del hombre no ha sido ajeno a la naturaleza de la que formamos parte. Como expresa en su obra, la realidad nos demuestra que la actitud del hombre hacia la naturaleza en los últimos tres o cuatro siglos ha sido de conquista y dominación:

“Tal vez debería decir: la actitud del hombre occidental hacia la naturaleza. Pero dado que todo el mundo está sufriendo un proceso de occidentalización, la afirmación general parece justificada. El hombre no se siente parte de la naturaleza, sino más bien como una fuerza externa destinada a dominarla y conquistarla. Aún habla de una batalla contra la naturaleza olvidándose que, en el caso de ganar, se encontraría él mismo en el bando perdedor. Hasta hace poco la batalla parecía ir lo bastante bien como para darle la ilusión de poderes ilimitados, pero no tan bien como para permitirle vislumbrar la posibilidad de la victoria total. Ésta es ahora evidente y mucha gente, aunque sólo será una minoría, está comenzando a comprender lo que ello significa para la continuación de la existencia de la humanidad”.

Para leer más:

E. F. Schumacher: Lo pequeño es hermoso. Ediciones Akal, Madrid, 2011.

Una introducción a la Economía rosquilla

Como expresa la economista británica Kate Raworth en su obra Economía rosquilla, en el último siglo las sociedades han logrado extraordinarios progresos (aumento de la esperanza de vida, reducción de personas en extrema pobreza…). Sin embargo, las desigualdades han aumentado, la pobreza persiste y la degradación del medioambiente se acrecienta. Además, el futuro no se presenta halagüeño si se cumplen las proyecciones que hoy conocemos. Se prevé, por ejemplo, que el tamaño de la economía mundial se duplicará para 2037 y casi triplique para 2050, año en que se espera que en nuestro planeta habiten cerca de 10.000 millones de personas. 

Ante estos retos, a los que no ha sido capaz de dar respuesta la teoría económica convencional, que se basa en “supuestos erróneos” y “puntos ciegos”, es necesario repensar la economía. Tenemos que desaprender y reaprender los fundamentos de la economía.

A este cambio de paradigma quiere contribuir la Economía rosquilla, que se centra en siete principios esenciales que deben guiar el nuevo pensamiento económico del siglo XXI. Son los siguientes:

1. Cambiar de objetivo

Durante más de setenta años el objetivo de la economía se ha identificado con el crecimiento del PIB (Producto Interior Bruto). Este no es más que la suma del valor de mercado que tienen todos los bienes y servicios producidos en un territorio durante un periodo de tiempo de un año. Como sugiere Kate Raworth, este objetivo se nos ha sido impuesto subrepticiamente a lo largo del siglo XX, haciéndonos olvidar la advertencia de su propio creador el economista Simon Kuznets en los años treinta: “casi nunca puede inferirse el bienestar de una nación a partir de una medida de la renta nacional”. Porque, realmente, ¿nos preguntamos acaso que tipo de crecimiento queremos?, ¿qué, por qué y para quién producir?, ¿conocemos los costes medioambientales y sociales… del crecimiento económico?

Con un indicador “tan voluble, parcial y superficial” como el PIB los economistas han quedado desconectados del propósito al que deberían servir: garantizar la prosperidad de todas las personas dentro de los medios de nuestro planeta. Kate Raworth nos invita a que, en lugar de enfocarnos en el crecimiento del PIB, “empecemos de nuevo planteando una cuestión fundamental: ¿qué permite prosperar a los seres humanos? Un mundo en el que cada persona pueda vivir una existencia caracterizada por tres elementos: dignidad, oportunidad y comunidad; y donde todos podamos hacerlo conforme a los medios de nuestro planeta engendrador de vida”.

Este cambio de perspectiva nos lo aporta la Economía rosquilla, que queda representada por un diagrama con dos anillos concéntricos. En primer lugar, tenemos un anillo interior que constituye el fundamento social de bienestar que no debería faltarle a ninguna persona y a ninguna sociedad: alimentación, salud, educación, renta y trabajo, agua y saneamiento, energía, redes, vivienda, igualdad de género, equidad social, participación política y paz y justicia.

Por debajo de este anillo interior (fundamento social), se encuentran, por tanto, las privaciones humanas críticas (hambre, analfabetismo…). Raworth nos recuerda que muchos millones de personas viven aún por debajo de las dimensiones que constituyen el fundamento social: una de cada nueve personas no tiene suficiente para comer, una de cada cuatro vive con menos de tres dólares diarios, uno de cada ocho jóvenes no encuentra trabajo…

El segundo anillo, el anillo exterior es el techo ecológico de presión planetaria que no deberíamos superar. Por encima de él se sitúan los elementos críticos de degradación medioambiental. Desgraciadamente el ser humano ha transgredido ya al menos cuatro límites planetarios: cambio climático, conversión de tierras, carga de nitrógeno y fósforo en los suelos y pérdida de biodiversidad.

El gran reto que tiene la humanidad en este siglo XXI es situarse entre estos dos anillos (fundamento social y techo ecológico), donde se encuentra un espacio seguro y justo en el que podemos satisfacer nuestras necesidades vitales básicas sin sobrepasar los límites biofísicos del planeta.

Kate Raworth (2018): Economía rosquilla.

En consecuencia estamos obligados a cambiar de objetivo: pasar del crecimiento infinito del PIB de la teoría económica tradicional a la prosperidad en equilibrio de la Economía rosquilla. Para ello existen cinco factores clave que van a determinar si podemos situarnos en el espacio seguro y justo: 1) la estabilización de la población, 2) una distribución más equitativa de los recursos, 3) aspiraciones de estilos de vida no consumistas, 4) tecnologías sostenibles y 5) formas de gobernanzas más eficaces.

2. Ver el panorama general

El pensamiento macroeconómico predominante se enfoca en describir el flujo circular de la renta entre los agentes que intervienen en la producción y el consumo, partiendo de unos cuestionables supuestos, tales como la eficiencia del mercado, la hegemonía de la empresa, la incompetencia del Estado, el correcto funcionamiento de los mercados financieros, la no regulación del comercio internacional… Al mismo tiempo, se ignora, por ejemplo, el valor social de los recursos naturales comunales, que se prefiere privatizarlos, o se actúa como si los materiales y la energía fueran inagotables.

Frente a esta concepción de la economía sustentada en el mercado independiente y autosuficiente, Raworth defiende una economía incardinada. Esta considera, en primer lugar, la Tierra (el medio natural), dentro de la cual se encuentra la sociedad humana “y, dentro de ella, la actividad económica, donde la familia, el mercado, los comunes y el Estado constituyen todos ellos importantes ámbitos de satisfacción de las carencias y necesidades humanas, y cuyo funcionamiento se ve posibilitado por los flujos financieros”.

3. Cultivar la naturaleza humana

Otra de las ideas que sustentan la teoría económica convencional es la representación egocéntrica de la humanidad, que nos concibe como “hombres económicos racionales”. Bajo este paradigma los seres humanos siempre han de comportarse como seres individuales, competitivos, insaciables y calculadores. Por el contrario, en la Economía rosquilla el ser humano presenta mayor complejidad y riqueza de matices. Somos seres sociales propensos a la reciprocidad, antes que seres estrictamente egoístas; con valores fluidos en lugar de preferencias fijas; interdependientes en vez de seres aislados; que hacemos aproximaciones más que cálculos, y que estamos profundamente incardinados en la red de la vida, lejos de dominar la naturaleza.

4. Aprender a dominar los sistemas

El lenguaje habitual de la teoría económica ortodoxa es el matemático, con el que trata de describir la economía mediante un conjunto de axiomas y ecuaciones. Desde finales del siglo XIX se ha pretendido, imitando la mecánica newtoniana, que la economía llegue a ser algún día una ciencia tan acreditada como la física. Sin embargo, el propio devenir de los hechos, las sucesivas crisis económicas como la de 2008, nos confirman cada vez con mayor rotundidad que la economía no es una máquina, sino un sistema complejo en continua evolución, y que las extendidas teorías del equilibrio general, basadas en supuestos tan simplificadores, no están dando las respuestas que de ellas se esperan. Ante esta realidad Raworth nos propone abandonar el pensamiento económico basado en el equilibrio para pasar a pensar en términos de sistemas, que nos permiten entender mejor los bucles de retroalimentación que existen, por ejemplo, entre el crecimiento económico y las emisiones de dióxido de carbono o el aumento de las desigualdades.

5. Diseñar para distribuir

El pensamiento económico convencional defiende a ultranza el crecimiento de la economía. Por eso se justifica la aplicación de medidas de austeridad en aras del objetivo del crecimiento del PIB porque, se arguye, el consecuente aumento de las desigualdades sociales dará paso a la larga a una sociedad más rica y equitativa.

Por el contrario, para el modelo de la Economía rosquilla dicha tesis neoliberal (crecimiento igual a sacrificio) no es más que una falsa creencia, una opción política más que una fase necesaria del progreso. La experiencia de países como Japón, Corea del Sur, Indonesia y Malasia corroboran que el crecimiento económico puede coexistir con una baja desigualdad y unas decrecientes tasas de pobreza. Además, son cada vez más evidentes los efectos perjudiciales (sociales, políticos, ecológicos y económicos) que trae consigo la desigualdad. En definitiva, la economía del siglo XXI será más eficaz si somos capaces de poner en primera fila la redistribución de la renta, y también de la riqueza, que radica especialmente en el control de la tierra, el poder de crear dinero, la empresa, la tecnología y el conocimiento.

6. Crear para regenerar

La teoría económica ortodoxa se sustenta también en otro principio que se ha demostrado que es otra falsa creencia: el crecimiento económico en una fase inicial comporta degradación medioambiental, pero a largo plazo todo mejorará. En realidad los datos apuntan que el modelo económico hoy predominante es intrínsecamente degenerativo e intensifica la degradación ambiental (extracción de materiales, contaminación, generación de residuos…). La huella ecológica global de los países de renta elevada no ha hecho más que aumentar a medida que crece su PIB. Por el contrario, en la Economía rosquilla, que reconoce los límites planetarios de la Tierra, se parte de la idea del diseño regenerativo, que aspira a que la actividad económica ejerza un impacto neto cero sobre el medioambiente y, por qué no, procurar una mejora de su calidad. Para ello han de estar más presentes, entre otras, las propuestas de la economía circular, a la par que se hace necesario una redefinición de las responsabilidades de la empresa, del sistema financiero y del Estado.

7. Ser agnóstico con respecto al crecimiento

La teoría económica ortodoxa defiende la idea, “la creencia casi religiosa”, de que el crecimiento económico infinito es indispensable, olvidando que nuestro planeta y sus recursos tienen límites. Es evidente que las prioridades de desarrollo no son las mismas entre los países de renta baja y los de renta alta. En los países “pobres” el crecimiento del PIB suele ir paralelo a mejoras sociales como el aumento de la esperanza de vida y una mayor escolarización. Por su parte, los países “ricos”, con el crecimiento de sus economías, presentan unas huellas ecológicas globales que se encuentran en niveles ya inasumibles. Por eso se va extendiendo la idea de lograr el desacoplamiento del crecimiento económico respecto a sus impactos ecológicos. Pero, en este punto, es pertinente analizar qué entendemos exactamente por desacoplamiento. Lo deseable es que de darse el crecimiento económico éste vaya acompañado de una disminución, en términos absolutos, del consumo de los recursos (materiales, energéticos…). Así todo, ello puede no ser suficiente, ya que dicho desacoplamiento absoluto ha de ser tal que sea capaz de situarnos de nuevo dentro de los límites planetarios.

En suma, la Economía rosquilla supone un cambio de perspectiva. Nos plantea el reto de diseñar economías que favorezcan la prosperidad humana, erradicando al mismo tiempo las privaciones sociales y la degradación ecológica, independientemente de si el PIB crece, decrece o se estanca.

Para leer más:

Kate Raworth: Economía rosquilla. Siete maneras de pensar como un economista del siglo XXI. Paidós, Barcelona, 2018.

La superficie de paneles solares instalados en la UE (1990-2021)

La Unión Europea, para intentar hacer frente a la dependencia energética de los combustibles fósiles y cumplir con sus compromisos climáticos, ha venido desarrollando durante las últimas décadas una política de fomento de las energías renovables. Entre éstas se encuentra la energía solar, cuya superficie instalada ha aumentado de forma continuada desde 1990.

Según la Oficina Europea de Estadística (Eurostat), en la UE-27 la superficie total de paneles solares ascendió en el año 1990 a 3,64 millones de metros cuadrados, cifra que casi se triplicó diez años después (10,76 millones en 2000). Es en la primera década del siglo XX cuando se produce el mayor avance en la implantación de la energía solar en Europa, llegándose a contabilizar un total de 34,43 millones de m2 en 2010. Los datos más recientes apuntan que en 2021 hay un total de 57 millones de m2 de paneles solares instalados en el conjunto de los veintisiete países de la Unión Europea, es decir, 15,7 veces la cantidad registrada en 1990.

Si realizamos un análisis por países, es destacable el papel prioritario que ha venido tomando la política de implantación de energías renovables en Alemania. En este país se contabiliza en 2021 una superficie de 21,79 millones de m2 de paneles solares instalados, cifra que contrasta con los apenas 348.000 m2 registrados en 1990, que ya era superada por países como Grecia, Francia y Austria.

Es a partir del año 1999 cuando Alemania se convierte, con diferencia, en el país de la UE con mayor superficie de paneles solares instalados. En el último año de 2021 el país germano llega a concentrar el 38,2% de la superficie total de paneles solares de la UE.

Tras Alemania le siguen, a distancia, en el año 2021 los siguientes países: Grecia (con el 9,1 % del total de la UE-27), Austria (8,4%), Italia (8,2%), España (7,6%), Francia (6,1%) y Polonia (5,6 %), con pesos relativos superiores al 5%.

Durante el presente siglo XXI Alemania es el país que ha alcanzado un mayor avance en la instalación de este tipo de energías renovables, con un aumento de su participación en la UE de 8,0 puntos porcentuales entre los años 2000 y 2021. Por el contrario, es en Grecia donde se ha registrado una mayor pérdida de su peso relativo en la UE durante dicho periodo (18,3 puntos menos), si bien se mantiene como el segundo país con mayor superficie de energía solar instalada.

En el otro extremo, en los países bálticos de Estonia, Lituania y Letonia la presencia de paneles solares es nula o marginal. A ellos les siguen con bajos porcentajes de participación Malta, Luxemburgo y Finlandia (los tres con pesos relativos que no superan el 0,2 % del total de la UE en 2021).

Para más información:

Eurostat

La casa de la diosa Calipso, en palabras de Homero

Durante el largo viaje de regreso a su patria, la anhelada Ítaca, Ulises se ve arrastrado por los dioses hasta la isla de Ogigia. Aquí vive “la artera Calipso nacida de Atlante, la de hermosos cabellos, terrible deidad”, que lo retuvo en su casa durante siete años persuadiéndolo infructuosamente con la inmortalidad y la eterna juventud.

Con las siguientes palabras describe Homero en la Odisea la casa de la diosa Calipso que conoció Ulises en aquella bella isla:

“A la isla remota llegó finalmente y en ella tomó tierra dejando las aguas violáceas; derecho caminó hacia la cueva espaciosa, mansión de la ninfa de trenzados cabellos. Allí estaba ella, un gran fuego alumbraba el hogar, el olor del alerce y del cedro de buen corte, al arder, aromada dejaban la isla a lo lejos. Cantaba ella dentro con voz melodiosa y tejía aplicada al telar con un rayo de oro. A la cueva servía de cercado un frondoso boscaje de fragantes cipreses, alisos y chopos, en donde tenían puesto su nido unas aves de rápidas alas, alcotanes y búhos, chillonas cornejas marinas de la raza que vive del mar trajinando en las olas.

En el mismo recinto y en torno a la cóncava gruta extendíase una viña lozana, florida de gajos. Cuatro fuentes en fila, cercanas las cuatro en sus brotes, despedían a lados distintos la luz de sus chorros; delicado jardín de violetas y apios brotaba en su torno: hasta un dios que se hubiera acercado a aquel sitio quedaría suspenso a su vista gozando en su pecho.”

Para leer más:

Homero: Odisea. Editorial Gredos, Barcelona, 2019.