
Se cumplen 50 años desde que el economista y estadístico alemán Ernst Friedrich Schumacher (1911-1977) publicara en 1973 su célebre obra “Lo pequeño es hermoso”. Se trata de una colección de ensayos con los que el autor nos aporta un punto de vista bien diferente del pensamiento económico convencional.
Frente al crecimiento ilimitado y el materialismo a ultranza, la visión amplia y profunda del desarrollo económico que nos plantea Schumacher se centra en la verdadera felicidad de la gente y en la conservación de la naturaleza.
A continuación extraemos algunas de las enseñanzas contenidas en esta obra clásica de Schumacher que hoy siguen siendo útiles, si no más necesarias que nunca, para todo propósito de progreso basado en la sostenibilidad:
1. El problema de la producción.
Schumacher comienza su obra lanzándonos la siguiente pregunta: ¿“el problema de la producción” está resuelto? La respuesta que nos da es contundente.
En realidad, creer que el “problema de la producción” está solucionado es uno de los más funestos errores de nuestra época. La razón descansa en el hecho evidente de que el hombre no se siente parte de la naturaleza. El hombre moderno occidental se autodefine como un potencial agente dominador de la naturaleza, pues se considera dotado de poderes científicos y tecnológicos ilimitados que le crean la falsa ilusión de que la Tierra es inagotable. En la práctica, no le interesa la conservación del medio natural, pues lo trata como si fuera un flujo interminable de recursos.
Por tanto, el problema de la producción no está resuelto, porque se está consumiendo el “capital natural”, a un ritmo desmesurado en lugar de minimizar su uso. Un ejemplo de ello es progresivo agotamiento de los combustibles fósiles disponibles. En otras palabras, el sistema industrial moderno está consumiendo las bases mismas sobre las que se sustenta: la naturaleza de la que todos dependemos.
2. El crecimiento económico.
El crecimiento económico, nos expone el autor, no se ha transformado, en realidad, en un objetivo de permanente interés, sino más bien en “la obsesión de toda sociedad moderna”.
Estamos imbuidos de una cultura económica que considera que el camino para la paz y el bienestar es la autopista del crecimiento de la riqueza y del Producto Nacional Bruto. Contamos para ello con el apoyo de la ciencia y la tecnología. Sin embargo, hemos entrado en un callejón sin salida aparente, por no preguntamos si tenemos suficiente para todos y qué debemos entender por suficiente, teniendo en cuenta que vivimos en un planeta que es estrictamente finito.
La idea de crecimiento económico ilimitado ha de ser cuestionada seriamente porque se topa con una doble limitación: la disponibilidad de recursos básicos y la capacidad del medio natural para absorber los impactos contaminantes de la actividad económica.
3. La mercancía.
Para la economía moderna su principal objeto de estudio es “la mercancía”. Ya sean mercancías renovables o no renovables, manufacturas o servicios, todas estas categorías de mercancías, cuyas diferencias cualitativas no se plantean, están sujetas a unos precios que buscan compradores.
Sin embargo, nos recuerda Schumacher, lo realmente importante es reconocer la existencia de otro tipo de “mercancías” que jamás aparecen en el mercado porque no han sido objeto de propiedad privada. Sin embargo, “son nada menos que un requisito esencial de la actividad humana, tales como el aire, el agua, la tierra, y de hecho, la estructura de la naturaleza viva”.
El pensamiento económico dominante, defensor del gigantismo y de la automatización, se muestra incapaz de resolver ninguno de los problemas de hoy: pobreza, frustración, alienación, tensión… Por eso, se hace necesario “un sistema totalmente nuevo de pensamiento, un sistema basado en la atención a la gente y no a las mercancías (¡las mercancías se cuidarán de sí mismas!)”
4. La educación.
La historia y la experiencia nos han demostrado que el factor clave del desarrollo económico proviene de la mente del hombre. Por eso, puede afirmarse que la educación es el más vital de los recursos.
El papel de la educación ha de ser, en primer lugar, la transmisión de valores. La educación en humanidades debe cobrar una posición prioritaria, puesto que lo que necesitamos es la comprensión de por qué las cosas son como son y qué es lo que debemos hacer con nuestras vidas. Se vuelve necesaria una educación en valores, ética, que permita clarificar nuestras convicciones centrales, porque se encuentran en desorden.
Sólo después, ya en un segundo plano, la educación comprendería, siendo también necesaria, la transmisión de conocimiento científico, el “saber cómo”.
5. La tierra.
La tierra, y con ella la naturaleza, se ha venido considerando un factor de producción que, como el trabajo y el capital, contribuye al crecimiento económico. Sin embargo, es mucho más que eso.
La agricultura, que depende de la fertilidad del suelo contenedor organismos vivos, no es equiparable a otras actividades económicas como la industria. La agricultura presenta un principio fundamental diferenciador: trata con la vida, con sustancias vivas.
A los animales se les asigna un valor económico por su utilidad (en la ganadería y agricultura…), pero no pueden ser equiparables a objetos o máquinas usándolos hasta acabar con ellos. En tanto que criaturas vivas tienen un valor metaeconómico.
La vida humana puede continuar sin la industria, pero no podría hacerlo sin agricultura. Por eso la tierra es, después de la gente, nuestro más preciado recurso.
6. La tecnología.
Desde hace ya varias décadas el mundo moderno ha sido modelado por la tecnología. Embarcados en una huida hacia adelante, en la que la tecnología se erige como la llave al anhelado progreso, hemos alcanzado un nivel tecnológico de tanta complejidad y sofisticación que nos ha alejado de lo esencial.
La tecnología moderna, cuyo objetivo debe ser aliviar al hombre de la carga del trabajo, ha tenido más éxito en privarlo de la clase de trabajo que él disfruta más, es decir, el trabajo creativo y útil que hacía con sus propias manos y cerebro, sin prisas y a su propio ritmo. El desarrollo tecnológico continúa siendo dirigido a lograr tamaños cada vez más grandes y velocidades cada vez más altas, desafiando las leyes de la armonía natural.
Necesitamos, por tanto, una tecnología diferente, una tecnología con rostro humano, lo que Schumacher denominó “tecnología intermedia”. Se trata de una tecnología que siendo muy superior a la tecnología primitiva es al mismo tiempo más simple, más barata y democrática que la supertecnología moderna de los ricos y poderosos.
Frente a la tecnología de la producción masiva hoy imperante, Schumacher propone, con la tecnología intermedia, una tecnología de la producción por las masas, que es respetuosa con la naturaleza y se adapta para servir a las personas en lugar de hacerlas sirvientes de las máquinas.
7. La energía.
Schumacher dedica también su atención a otro recurso fundamental para el desarrollo económico: la energía. Nos recuerda que su importancia es estratégica porque “si la energía falla, todo falla”.
En este ámbito expone que queda demostrado que los combustibles fósiles, generadores de contaminación del aire, se enfrentan a problemas de disponibilidad en unas pocas décadas. Asimismo, Schumacher subraya su gran preocupación por los peligros que entraña el desarrollo de la energía nuclear, ya que nos dirige hacia riesgos completamente nuevos e incalculables. La contaminación radioactiva del aire, el agua y el suelo que podría ocasionar la energía nuclear nos envuelve en un escenario en el que peligra la propia vida y la supervivencia humana. El problema no resuelto del almacenamiento de los residuos radioactivos invalida cualquier justificación del progreso por la vía de la extensión de más reactores nucleares.
Ante esta situación, se hace necesario que nuestras sociedades favorezcan un consumo no desmedido de la energía.
8. La economía de la permanencia.
Schumacher nos propone sentar las bases de una nueva economía: “la economía de la permanencia”. El crecimiento económico seguiría siendo posible siempre que vaya dirigido hacia un objetivo limitado; nunca ha de potenciarse el crecimiento ilimitado y generalizado. En palabras de autor “la permanencia es incompatible con una actitud depredadora” de los recursos de la Tierra.
En lugar de procurar el fomento y la expansión de las necesidades, debemos tratar de minimizarlas. Hay que evitar toda tentación de permitir que nuestros lujos terminen convirtiéndose en necesidades. En una economía de la permanencia se requiere un análisis sistemático de nuestras necesidades para encontrar la forma de simplificarlas y reducirlas.
Al mismo tiempo, si el hombre moderno consiguiera no sucumbir a la codicia, se acercaría al camino de la inteligencia, la felicidad, la serenidad y la tranquilidad.
Es apremiante desarrollar un nuevo estilo de vida pensado para la permanencia, con métodos de producción nuevos y pautas de consumo diferentes que respondan a las necesidades reales de la gente y respeten el equilibrio ecológico. Para ello contamos con buenos ejemplos: la bioagricultura, la tecnología con rostro humano, nuevas formas de propiedad común…
Para leer más:
E. F. Schumacher: Lo pequeño es hermoso. Ediciones Akal, Madrid, 2011.


