Al ingeniero y urbanista Ildefonso Cerdá (1815-1876), considerado uno de los fundadores del urbanismo moderno, le debemos su célebre «Teoría general de la urbanización», fruto de largos años de investigación sobre nuestras ciudades.
Desde las primeras páginas de su magna obra, Cerdá quiso dejar bien claro cuál es el origen de la urbanización: la necesidad que siempre ha tenido el hombre de proveerse de cobijo. El ser humano necesita el albergue para la conservación de su existencia, porque es el albergue «la primera entre todas sus necesidades, la primera de sus aspiraciones, el primero de sus afanes». Se trata de una necesidad inherente a la naturaleza misma del hombre. Gracias a la casa, al albergue, conseguimos ese abrigo sólido que nos proteja y defienda ante amenazas externas.
«El hombre ha salido de las manos de la naturaleza débil y sin el menor abrigo, sin armas naturales para defenderse contra sus numerosos enemigos, sin tegumento alguno que le proteja contra las inclemencias de la atmósfera a que está incesantemente sujeto; y por consiguiente, aun antes que vestidos que cubran su desnudez, ha debido buscar un albergue donde guarecerse así de las fieras más fuertes y mejor armadas que él, como el furor de los elementos que no le era dado contrarrestar».
Alcanzada la protección, el amparo y la seguridad que le aporta el albergue, el hombre ya pudo empezar a desarrollar su inteligencia.
«Donde quiera que haya existido un hombre, ha habido para él un albergue; y donde quiera que ha habido un albergue, allí ha estado el origen, el primer elemento de la urbanización».
Para leer más:
Ildefonso Cerdá (1867): «Teoría general de la urbanización y aplicación de sus principios y doctrinas a la reforma y ensanche de Barcelona».