
Desde sus propios orígenes la vinculación del ser humano con la naturaleza ha convertido en necesidad su observación permanente para atisbar los cambios de las estaciones y de las condiciones meteorológicas.
Más allá de esta necesidad para la supervivencia, las distintas culturas y civilizaciones han visto en las distintas estaciones del año una fuente de inspiración para expandir la creatividad humana con la que poder expresar diferentes emociones propias de nuestra especie.
Desde el campo de la literatura, el otoño, por sus propias características, ha sido siempre una estación muy evocada por los poetas. Traemos hasta aquí, en esta ocasión, el siguiente poema que el escritor español Tomás Morales (1884-1921), originario de las Islas Canarias, dedicó a esta estación de ensueños grises y hojas amarillentas:
“Tarde de oro en Otoño, cuando aún las nieblas densas
no han vertido en el viento su vaho taciturno,
y en el sol escarlata, de púrpura el poniente,
donde el viejo Verano quema sus fuegos últimos.
Una campana tañe sobre la paz del llano,
y a nuestro lado pasan en tropel confuso,
aunados al geórgico llorar de las esquilas,
los eternos rebaños de los ángeles puros.
Otoño, ensueños grises, hojas amarillentas,
árboles que nos muestran sus ramajes desnudos…
Solo los viejos álamos elevan pensativos
sus cúpulas de plata sobre el azul profundo…
Yo quisiera que mi alma fuera como esta tarde,
y mi pensar se hiciera tan impalpable y mudo
como el humo azulado de algún hogar lejano,
que se cierne en la calma solemne del crepúsculo…”
Para leer más:
Morales, Tomás: Las Rosas de Hércules. Ediciones Cátedra, Madrid, 2011.
