
El ilustre naturalista francés Sabino Berthelot (1794-1880) fue un apasionado de la flora y un acérrimo defensor de los grandes árboles. Son vegetales majestuosos que cada país ha de reconocer como de propiedad pública, elevándolos a la categoría de monumento histórico. Razones botánicas, medioambientales, históricas, artísticas, éticas, espirituales… no faltan para ello.
Ante la contemplación de estos árboles singulares Berthelot no se queda en la descripción técnica del botánico, sino que destaca “las importantes funciones que desempeñan en la economía de la naturaleza”, la belleza que desprenden y la paz que transmiten.
Traemos hasta aquí dos fragmentos de su obra Árboles y bosques con los que Berthelot consigue persuadir al más incrédulo de la necesidad de conservar firmemente todos aquellos árboles seculares que habitan nuestro planeta. Formando parte de nuestra memoria y habiendo sobrevivido a los avatares del tiempo, constituyen un generoso patrimonio de incalculable valor.
“Siempre me han llenado de entusiasmo los grandes vegetales y sobre todo esos árboles seculares de imponente aspecto. En las diferentes regiones forestales que he tenido ocasión de recorrer, esas producciones soberbias de la creación me han inspirado siempre una veneración profunda; y aún hoy que en el silencio del gabinete consigno por escrito las observaciones esparcidas en mis apuntes de viaje, vuelvo con delicia a unos recuerdos que siempre me son tan gratos”.
Y continúa Berthelot más adelante:
“Por espacio de más de veinte años de vida nómada he podido apreciar la verdad de las reflexiones del gran botanista [De Condolle]… Como él, he hecho votos por la conservación de los árboles hermosos y he deseado que en cada país la encina, el pino, el cedro más antiguo se reconociese como de propiedad pública; que al abrigo de todo ultraje se conservase como un monumento histórico. No hace mucho aún que, recorriendo los altos Alpes, la vista de los gigantescos abetos de la selva del Ferrét vino a despertar mi solicitud. Si los monumentos de otra edad fijan nuestra atención, no la reclaman menos los antiguos árboles, porque ellos nos interesan tanto como esos templos en ruinas y todos esos restos históricos que desaparecen dejando apenas algunos recuerdos. Pero después de siglos de existencia, los veteranos de la vegetación se muestran aún erguidos. Cada año, nuevos productos aumentan su masa y acrecientan su fuerza; reprodúcense por sus simientes, reviven por nuevos vástagos y devuelven a la tierra mucho más que lo que de ella reciben. El hombre, sin embargo, destruye en un instante estos gigantes de las selvas, que la naturaleza ha formado con tanta lentitud”.
Para leer más:
Sabino Berthelot: Árboles y bosques. Ed. José A. Delgado Luis, La Orotava, 1995.