Una cita con los gorriones de Juan Ramón Jiménez

_Z0B5016

Con su célebre obra Platero y yo, el poeta español Juan Ramón Jiménez (1881-1958) nos transmite con su magistral poesía en prosa su sincero amor a la naturaleza. En esta obra parece exhortarnos a reivindicar el poder liberador de “lo natural”. Sus otros seres vivientes pueden darnos lecciones para proseguir con mayor plenitud por la senda de la vida.

Así, el poeta dedica el capítulo LXIII a los gorriones, unos animales que estén donde estén irradian alegría y libertad. Citamos a continuación el siguiente pasaje:

«¡Los gorriones! Bajo las redondas nubes, que, a veces, llueven unas gotas finas, ¡cómo entran y salen en la enredadera, cómo chillan, cómo se cogen de los picos! Éste cae sobre una rama, se va y la deja temblando; el otro se bebe un poquito de cielo en un charquillo del brocal del pozo; aquél ha saltado al tejadillo del alpende, lleno de flores casi secas, que el día pardo aviva.

¡Benditos pájaros, sin fiesta fija! Con la libre monotonía de lo nativo, de lo verdadero, nada, a no ser una dicha vaga, les dicen a ellos las campanas. Contentos, sin fatales obligaciones, sin esos olimpos ni esos avernos que extasían o que amedrentan a los pobres hombres esclavos, sin más moral que la suya, ni más Dios que lo azul, son mis hermanos, mis dulces hermanos.

Viajan sin dinero y sin maletas; mudan de casa cuando se les antoja; presumen un arroyo, presienten una fronda, y sólo tienen que abrir sus alas para conseguir la felicidad; no saben de lunes ni de sábados; se bañan en todas partes, a cada momento; aman el amor sin nombre, la amada universal».

Para leer más:

Juan Ramón Jiménez (1917): Platero y yo.

Anuncio publicitario

El canto a la primavera de Juan Ramón Jiménez

IMG_5812

El poeta Juan Ramón Jiménez (1881-1958), en su célebre Platero y yo, nos transmite, entre otros valores, el amor por la naturaleza. En esta elegía andaluza los dos protagonistas comparten su tiempo vivido durante el transcurso de un año, con sus meses y estaciones.

Así, en el capítulo XXV, el poeta describe con su magistral poesía en prosa la plenitud de la primavera que llega.

«En mi duermevela matinal, me malhumora una endiablada chillería de chiquillos. Por fin, sin poder dormir más, me echo, desesperado, de la cama. Entonces, al mirar el campo por la ventana abierta, me doy cuenta de que los que alborotan son los pájaros.

Salgo al huerto y canto gracias al Dios del día azul. ¡Libre concierto de picos, fresco y sin fin! La golondrina riza, caprichosa, su gorjeo en el pozo; silba el mirlo sobre la naranja caída; de fuego, la oropéndola charla, de chaparro en chaparro; el chamariz ríe larga y menudamente en la cima del eucalipto; y, en el pino grande, los gorriones discuten desaforadamente.

¡Cómo está la mañana! El sol pone en la tierra su alegría de plata y de oro; mariposas de cien colores juegan por todas partes, entre las flores, por la casa -ya dentro, ya fuera-, en el manantial. Por doquiera, el campo se abre en estallidos, en crujidos, en un hervidero de vida sana y nueva.

Parece que estuviéramos dentro de un gran panal de luz que fuese el interior de una inmensa y cálida rosa encendida».

Para leer más:

Juan Ramón Jiménez: Platero y yo. Ediciones Cátedra, Madrid, 2014. (La primera edición completa data de 1917).

La flor del camino de Juan Ramón Jiménez

Ruta S. Mateo-Tres Piedras-Sta. Brígida_2015.04.19

Con su célebre obra Platero y yo, Juan Ramón Jiménez (1881-1958) parece invitarnos a reivindicar el poder vivificador de la naturaleza. Y es capaz de hacerlo, magistralmente, con las sentidas palabras que dedica a una flor, ser viviente frágil pero puro, efímero pero de eterno recuerdo.

«¡Qué pura, Platero, y qué bella esta flor del camino! Pasan a su lado todos los tropeles -los toros, las cabras, los potros, los hombres-, y ella, tan tierna y tan débil, sigue enhiesta, malva y fina, en su vallado solo, sin contaminarse de impureza alguna.

Cada día, cuando, al empezar la cuesta, tomamos el atajo, tú la has visto en su puesto verde. Ya tiene a su lado un pajarillo, que se levanta -¿por qué?- al acercarnos; o está llena, cual una breve copa, del agua clara de una nube de verano; ya consiente el robo de una abeja o el voluble adorno de una mariposa.

Esta flor vivirá pocos días, Platero, aunque su recuerdo podrá ser eterno. Será su vivir como un día de tu primavera, como una primavera de mi vida… ¿Qué le diera yo al otoño, Platero, a cambio de esta flor divina, para que ella fuese, diariamente, el ejemplo sencillo y sin término de la nuestra?»

Para leer más:

Juan Ramón Jiménez: Platero y yo. Ediciones Cátedra, Madrid, 2014. (La primera edición completa data de 1917).