Vivienda y pobreza: una cita con Mario Vargas Llosa

Como reconoce la Agenda 2030 la erradicación de la pobreza en todas sus formas constituye un requisito indispensable para el desarrollo sostenible. Asimismo, esta ambiciosa estrategia mundial persigue, a través de su objetivo de desarrollo sostenible 11 (ODS 11), asegurar, antes de concluir el año 2030, el acceso de todas las personas a viviendas y servicios básicos adecuados, seguros y asequibles, y mejorar los barrios marginales.

En muchos lugares del mundo, infravivienda y pobreza son dos manifestaciones de una misma situación. Comprender verdaderamente esta realidad social exige con frecuencia adoptar una aproximación transdisciplinar, más allá de la visión estrictamente económica.

Traemos hasta aquí, en esta ocasión, la aportación cualitativa que nos ofrece la literatura, como la del escritor latinoamericano Mario Vargas Llosa (1936-2025). El novelista peruano, Premio Nobel de Literatura en 2010, nos legó, con su obra titulada Le dedico mi silencio, una clarificadora descripción de las condiciones en las que han llegado a habitar las personas más humildes de los barrios de la capital de su país natal.

“Son construcciones bastante antiguas, de hace uno o dos siglos las más viejas. Los arquitectos o maestros de obras trataban de edificar viviendas para pobres o gentes con muy poco dinero, con cuartitos levantados a destajo, sin el menor cuidado, poniéndoles un techo corrido de calamina en torno a un patio en el que siempre había un caño del que salía el agua (a veces sucia), y frente al cual hacían cola los vecinos para lavarse la cara o el cuerpo (si eran limpios)  y llenar baldes o botellas de agua fresca con la que lavar la ropa y cocinar.

(…)

Casi todos los barrios del centro de la capital, o en todo caso los más antiguos, tenían callejones, esa colección de cuartitos alrededor de un patiecillo que los dueños alquilaban o vendían a las familias,  y en los que se instalaban varias personas -los padres y los hijos y los advenedizos, por descontado-, durmiendo a veces con los colchones en el suelo, o, los de mejores ingresos, en camas camarote, de dos o hasta tres piezas que a veces fabricaban los mismos vecinos con palos, maderas y escalerillas. Era difícil entender que en esos cuartuchos miserables, aunque dignos, se acomodara tanta gente, desde los abuelos y bisabuelos hasta los más pequeños. Nicho de palpitaciones populares, también eran un lugar de infausto hacinamiento, que favorecía las pestes y que periódicamente causaba estragos entre la población que allí vivía”.

Para leer más:

Para leer más:

Vargas Llosa, Mario: Le dedico mi silencio. Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona, 2025.

Charles Dickens y la ciudad desigual

Con el siguiente fragmento extraído del relato Tascas (1835) el escritor británico Charles Dickens (1812-1870) nos revela la desigualdad urbana en toda su crudeza. Es la realidad social de la ciudad de Londres de la primera mitad del siglo XIX, que aún nos sigue recordando que el desarrollo desigual podemos encontrarlo en muchas de nuestras urbes de siglo XXI.

«La mugrienta y mísera apariencia de esta parte de Londres apenas puede ser imaginada por aquellos (y de esos hay muchos) que no la han visitado. En espantosas casas con ventanas rotas cubiertas de harapos y papel, cada habitación muestra una familia diferente y, en muchos caos, dos y hasta tres. Fruteros y fabricantes de chucherías en los sótanos, barberos y vendedores de arenques en las estancias delanteras, zapateros remendones en la parte de atrás, un pajarero en el primer piso, tres familias en el segundo, inanición en los áticos, irlandeses en la entrada, un «musico» en la cocina exterior y una señora de la limpieza con cinco críos hambrientos en la trasera; suciedad por todas partes; un sumidero delante de la casa y una cloaca detrás; ropas tendidas a secar y orinales que se vacían desde las ventanas; chicas de catorce o quince años, con el cabello apelmazado, caminan descalzas y cubiertas casi únicamente con capotes blancos; chicos de todas las edades con abrigos de todas las tallas o ninguno en absoluto; hombres y mujeres con todo tipo de ropas escasas y sucias, haraganeando, regañando, bebiendo, fumando, riñendo, peleando e insultándose.

Doble usted la esquina. ¡Menudo cambio! Todo es luz y resplandor. Un murmullo vocinglero sale de esa espléndida tasca que forma el inicio de las dos calles de enfrente, y el alegre edificio con su pretil fantásticamente ornamentado, su reloj iluminado, su ventanal de cristal esmerilado rodeado por rosetas de estuco y su exceso de lámparas de gas con quemadores ricamente dorados, resulta del todo deslumbrante cuando se compara con la oscuridad y la inmundicia que acabamos de dejar atrás».

Para leer más:

Dickens, Charles: Relatos londinenses. Gadir Editorial, Madrid, 2018.

Miguel de Unamuno y el valor del agua

Fuerteventura, 2009.02.21-24
Fuerteventura, Islas Canarias

La vida del escritor español Miguel de Unamuno (1864-1936) pasó por un episodio de forzado confinamiento, como consecuencia de sus opiniones críticas a la Dictadura de Primo de Rivera. En el mes de febrero de 1924 tuvo que dejar su cátedra en la Universidad de Salamanca y cumplir la orden de destierro en la lejana, pobre y seca isla de Fuerteventura.

Durante el destierro su fructífera pluma le sirvió para plasmar sus impresiones personales sobre esta isla canaria y su gente. Y lo hizo creativamente en forma de sonetos, como este que traemos hasta aquí, con el que consigue transmitirnos el verdadero valor del agua.

   «¡Agua, agua, agua! Tal es la magua
que oprime el pecho de esta gente pobre;
agua, Señor, aunque sea salobre:
¿para qué tierra, si les falta el agua?

   No hay caudal que soporte una piragua
ni hay que esperar que Dios milagros obre,
ni el sediento mortal la fuerza cobre
con que el trabajo la riqueza fragua.

   Y les ciñe la mar, ¡pesada broma
del Supremo Poder! Agua a la vista,
sin que traiga verdura la paloma;

   hecho el cielo de nubes una pista
y cada nube hermética redoma;
¿hay quien la sed junto a la mar resista?»

Ya en prosa Unamuno nos dejó estas palabras:

«Fuerteventura es una isla hoy pobre, muy pobre, que puede enriquecerse si logra alumbrar agua; pero rica, riquísima en la nobleza de sus habitantes, los majoreros -que así se llaman-, y en la maravilla de su clima».

Para leer más:

Miguel de Unamuno: De Fuerteventura a París. Diario íntimo de confinamiento y destierro vertido en sonetos. Viceconsejería de Cultura y Deportes. Gobierno de Canarias, 1989.