Charles Dickens y la ciudad desigual

Con el siguiente fragmento extraído del relato Tascas (1835) el escritor británico Charles Dickens (1812-1870) nos revela la desigualdad urbana en toda su crudeza. Es la realidad social de la ciudad de Londres de la primera mitad del siglo XIX, que aún nos sigue recordando que el desarrollo desigual podemos encontrarlo en muchas de nuestras urbes de siglo XXI.

«La mugrienta y mísera apariencia de esta parte de Londres apenas puede ser imaginada por aquellos (y de esos hay muchos) que no la han visitado. En espantosas casas con ventanas rotas cubiertas de harapos y papel, cada habitación muestra una familia diferente y, en muchos caos, dos y hasta tres. Fruteros y fabricantes de chucherías en los sótanos, barberos y vendedores de arenques en las estancias delanteras, zapateros remendones en la parte de atrás, un pajarero en el primer piso, tres familias en el segundo, inanición en los áticos, irlandeses en la entrada, un «musico» en la cocina exterior y una señora de la limpieza con cinco críos hambrientos en la trasera; suciedad por todas partes; un sumidero delante de la casa y una cloaca detrás; ropas tendidas a secar y orinales que se vacían desde las ventanas; chicas de catorce o quince años, con el cabello apelmazado, caminan descalzas y cubiertas casi únicamente con capotes blancos; chicos de todas las edades con abrigos de todas las tallas o ninguno en absoluto; hombres y mujeres con todo tipo de ropas escasas y sucias, haraganeando, regañando, bebiendo, fumando, riñendo, peleando e insultándose.

Doble usted la esquina. ¡Menudo cambio! Todo es luz y resplandor. Un murmullo vocinglero sale de esa espléndida tasca que forma el inicio de las dos calles de enfrente, y el alegre edificio con su pretil fantásticamente ornamentado, su reloj iluminado, su ventanal de cristal esmerilado rodeado por rosetas de estuco y su exceso de lámparas de gas con quemadores ricamente dorados, resulta del todo deslumbrante cuando se compara con la oscuridad y la inmundicia que acabamos de dejar atrás».

Para leer más:

Dickens, Charles: Relatos londinenses. Gadir Editorial, Madrid, 2018.

Miguel de Unamuno y el valor del agua

Fuerteventura, 2009.02.21-24
Fuerteventura, Islas Canarias

La vida del escritor español Miguel de Unamuno (1864-1936) pasó por un episodio de forzado confinamiento, como consecuencia de sus opiniones críticas a la Dictadura de Primo de Rivera. En el mes de febrero de 1924 tuvo que dejar su cátedra en la Universidad de Salamanca y cumplir la orden de destierro en la lejana, pobre y seca isla de Fuerteventura.

Durante el destierro su fructífera pluma le sirvió para plasmar sus impresiones personales sobre esta isla canaria y su gente. Y lo hizo creativamente en forma de sonetos, como este que traemos hasta aquí, con el que consigue transmitirnos el verdadero valor del agua.

   «¡Agua, agua, agua! Tal es la magua
que oprime el pecho de esta gente pobre;
agua, Señor, aunque sea salobre:
¿para qué tierra, si les falta el agua?

   No hay caudal que soporte una piragua
ni hay que esperar que Dios milagros obre,
ni el sediento mortal la fuerza cobre
con que el trabajo la riqueza fragua.

   Y les ciñe la mar, ¡pesada broma
del Supremo Poder! Agua a la vista,
sin que traiga verdura la paloma;

   hecho el cielo de nubes una pista
y cada nube hermética redoma;
¿hay quien la sed junto a la mar resista?»

Ya en prosa Unamuno nos dejó estas palabras:

«Fuerteventura es una isla hoy pobre, muy pobre, que puede enriquecerse si logra alumbrar agua; pero rica, riquísima en la nobleza de sus habitantes, los majoreros -que así se llaman-, y en la maravilla de su clima».

Para leer más:

Miguel de Unamuno: De Fuerteventura a París. Diario íntimo de confinamiento y destierro vertido en sonetos. Viceconsejería de Cultura y Deportes. Gobierno de Canarias, 1989.