La meta del crecimiento económico sigue permaneciendo en distintos ámbitos de la sociedad (político, técnico, académico, medios de comunicación…) como una cuestión central para el desarrollo de los países y el bienestar de las personas. Crecimiento económico, recordemos, que se traduce en el aumento de la producción de bienes y servicios que un país o territorio ha de procurar año a año, independientemente de la composición y tipología de esa cesta de productos.
Lo esencial, se arguye, es que la actividad económica se incremente cuanto más mejor y durante más tiempo mejor, quedando sintetizada en un indicador básico: el Producto Interior Bruto (o Producto Nacional Bruto).
Sin embargo, esta concepción del desarrollo es reduccionista y tiene serias limitaciones, como las que expone el economista chileno Manfred Max-Neef (1932-2019) en el siguiente fragmento:
«Debería reconocerse de una vez por todas que una medida tan abstracta como el PNB (Producto Nacional Bruto) es un indicador engañoso del nivel y calidad de vida, ya que cubre cualquier actividad sin considerar si es beneficiosa o no para la sociedad. Por otra parte, ya existe evidencia poderosa de que la mejora del estándar de vida (necesidades básicas y suntuarios) constituye una fracción decreciente de cada unidad de aumento del PNB; el resto se gasta en los cambios estructurales requeridos por el propio crecimiento, en sus efectos secundarios y en el manejo de los desperdicios. Debería quedar en claro que el aumento constante en la escala de la actividad económica aliena a los que en ella participan y destruye el elemento humano en el marco circundante».
Para leer más:
Manfred Max-Neef: Economía herética. Icaria, Barcelona, 2017.
En mayo de 1994 se celebró en Dinamarca, bajo el patrocinio de la Comisión Europea y la ciudad de Aalborg, la Conferencia Europea sobre Ciudades Sostenibles. Los participantes allí reunidos (autoridades locales, organizaciones internacionales, gobiernos nacionales…) firmaron la Carta de Aalborg que les compromete a trabajar en favor del desarrollo sostenible de las ciudades.
A pesar del tiempo transcurrido hasta hoy conviene recordar algunas de las ideas centrales y compromisos que quedaron fijados, negro sobre blanco, en la Carta de Aalborg, y que aún siguen de plena actualidad. Destacamos, a continuación, diez puntos extraídos de la Carta que continúan siendo cruciales para el desarrollo urbano sostenible.
1. Las ciudades: responsables de muchos problemas ambientales
«Comprendemos que nuestro actual modo de vida urbano, en particular nuestras estructuras de división del trabajo y de las funciones, la ocupación del suelo, el transporte, la producción industrial, la agricultura, el consumo y las actividades de ocio, y por tanto nuestro nivel de vida, nos hace especialmente responsables de muchos problemas ambientales a los que se enfrenta la humanidad. Este hecho es especialmente significativo si se tiene en cuenta que el 80% de la población europea vive en zonas urbanas».
2. Integración de los principios de sostenibilidad en las políticas
«Puesto que todas las ciudades son diferentes, debemos hallar nuestras propias vías hacia la sostenibilidad. Integraremos los principios de sostenibilidad en todas nuestras políticas y haremos de nuestras fuerzas respectivas la base de estrategias adecuadas a nivel local».
3. Responsabilidad ante las generaciones futuras
«Nosotras, ciudades, reconocemos que no podemos permitirnos trasladar nuestros problemas ni a comunidades más grandes ni a las generaciones futuras».
4. Medidas para la sostenibilidad medioambiental
«Nosotras, ciudades, comprendemos que el factor restrictivo de nuestro desarrollo económico se ha convertido en nuestro capital natural, como el aire, el suelo, el agua y los bosques. Debemos invertir, por tanto, en este capital, respetando el siguiente orden prioritario:
1. invertir en la conservación del capital natural existente (reservas de aguas subterráneas, suelo, hábitats de especies raras);
2. fomentar el crecimiento del capital natural, reduciendo el nivel de explotación actual (por ejemplo, de las energías no renovables);
3. aliviar la presión sobre las reservas de capital natural creando otras nuevas, como parques de esparcimiento urbano para mitigar la presión ejercida sobre los bosques naturales;
4. incrementar el rendimiento final de los productos, como edificios de alto rendimiento energético o transportes urbanos respetuosos del medio ambiente».
5. Justicia social
«Nosotras, ciudades, somos conscientes de que son los pobres los más afectados por los problemas ambientales (ruido, contaminación del tráfico, ausencia de instalaciones de esparcimiento, viviendas insalubres, inexistencia de espacios verdes) y los menos capacitados para resolverlos. El desigual reparto de la riqueza es la causa de un comportamiento insostenible y hace más difícil el cambio. Tenemos la intención de integrar las necesidades sociales básicas de la población, así como los programas de sanidad, empleo y vivienda, en la protección del medio ambiente. Queremos aprender de las primeras experiencias modos de vida sostenibles, de forma que podamos mejorar la calidad de vida de los ciudadanos en lugar de maximizar simplemente el consumo».
6. Movilidad sostenible
«Nosotras, ciudades, debemos esforzarnos por mejorar la accesibilidad y por mantener el bienestar y los modos de vida urbanos a la vez que reducimos el transporte. Sabemos que es indispensable para una ciudad viable reducir la movilidad forzada y dejar de fomentar el uso innecesario de los vehículos motorizados. Daremos prioridad a los medios de transporte respetuosos del medio ambiente (en particular, los desplazamientos a pie, en bicicleta o mediante los transportes públicos) y situaremos en el centro de nuestros esfuerzos de planificación una combinación de estos medios. Los diversos medios de transporte urbanos motorizados deben tener la función subsidiaria de facilitar el acceso a los servicios locales y de mantener la actividad económica de las ciudades».
7. Energías renovables frente al cambio climático
«La reducción de las emisiones de combustibles fósiles precisará de políticas e iniciativas basadas en un conocimiento exhaustivo de las alternativas y del medio urbano como sistema energético. Las únicas alternativas sostenibles son las fuentes de energía renovables».
8. Prevención de la contaminación y sustancias tóxicas
«Nosotras, ciudades, somos conscientes de la creciente cantidad de sustancias tóxicas y peligrosas presentes en la atmósfera, el agua, el suelo y los alimentos y de que éstas constituyen una amenaza cada vez mayor para la salud pública y los ecosistemas. Trataremos por todos los medios de frenar la contaminación y prevenirla en la fuente».
9. Protagonismo y participación de los ciudadanos
«Nosotras, ciudades, nos comprometemos, de acuerdo con el mandato del Programa 21, documento clave aprobado en la cumbre de Río de Janeiro, a colaborar con todos los sectores de nuestras comunidades —ciudadanos, empresas, grupos de interés— en la concepción de nuestros planes locales de apoyo a dicho Programa (…) Garantizaremos el acceso a la información a todos los ciudadanos y grupos interesados y velaremos por que puedan participar en los procesos locales de toma de decisiones».
10. Sistemas de contabilidad ambiental e indicadores
«Trataremos de crear nuevos sistemas de contabilidad ambiental que permitan una gestión de nuestros recursos naturales tan eficaz como la de nuestro recurso artificial, ‘el dinero’. Sabemos que debemos basar nuestras decisiones y nuestros controles, en particular la vigilancia ambiental, las auditorías, la evaluación del impacto ambiental, la contabilidad, los balances e informes, en diferentes indicadores, entre los que cabe citar la calidad del medio ambiente urbano, los flujos y modelos urbanos y, sobre todo, los indicadores de sostenibilidad de los sistemas urbanos».
Con el siguiente fragmento extraído del relato Tascas (1835) el escritor británico Charles Dickens (1812-1870) nos revela la desigualdad urbana en toda su crudeza. Es la realidad social de la ciudad de Londres de la primera mitad del siglo XIX, que aún nos sigue recordando que el desarrollo desigual podemos encontrarlo en muchas de nuestras urbes de siglo XXI.
«La mugrienta y mísera apariencia de esta parte de Londres apenas puede ser imaginada por aquellos (y de esos hay muchos) que no la han visitado. En espantosas casas con ventanas rotas cubiertas de harapos y papel, cada habitación muestra una familia diferente y, en muchos caos, dos y hasta tres. Fruteros y fabricantes de chucherías en los sótanos, barberos y vendedores de arenques en las estancias delanteras, zapateros remendones en la parte de atrás, un pajarero en el primer piso, tres familias en el segundo, inanición en los áticos, irlandeses en la entrada, un «musico» en la cocina exterior y una señora de la limpieza con cinco críos hambrientos en la trasera; suciedad por todas partes; un sumidero delante de la casa y una cloaca detrás; ropas tendidas a secar y orinales que se vacían desde las ventanas; chicas de catorce o quince años, con el cabello apelmazado, caminan descalzas y cubiertas casi únicamente con capotes blancos; chicos de todas las edades con abrigos de todas las tallas o ninguno en absoluto; hombres y mujeres con todo tipo de ropas escasas y sucias, haraganeando, regañando, bebiendo, fumando, riñendo, peleando e insultándose.
Doble usted la esquina. ¡Menudo cambio! Todo es luz y resplandor. Un murmullo vocinglero sale de esa espléndida tasca que forma el inicio de las dos calles de enfrente, y el alegre edificio con su pretil fantásticamente ornamentado, su reloj iluminado, su ventanal de cristal esmerilado rodeado por rosetas de estuco y su exceso de lámparas de gas con quemadores ricamente dorados, resulta del todo deslumbrante cuando se compara con la oscuridad y la inmundicia que acabamos de dejar atrás».
El escritor británico Charles Dickens (1812-1870) describe como pocos, de forma magistral, la vida en una gran ciudad, el Londres del siglo XIX, que conoció muy bien.
El siguiente fragmento extraído del relato El corazón de Londres (1841) recoge un día cualquiera en la ciudad de Londres. La pluma de Dickens, como podemos advertir, atestigua de forma realista que entre las grandezas de la gran urbe existen también barrios donde prevalecen el hambre y la miseria.
«El día empieza a romper, y enseguida llegan el zumbido y el ruido de la vida. Aquellos que han pasado la noche en portales y frías piedras se arrastran para mendigar; los que han dormido en camas salen también en pos de sus ocupaciones y el bullicio se pone en marcha. La niebla del sueño se disipa lentamente y Londres brilla despierta. Las calles están llenas de carruajes y gente alegremente vestida. Las cárceles están llenas también, hasta arriba; tampoco a los asilos o a los hospitales les queda mucho espacio libre.
Los tribunales están atestados. Las tabernas reciben en este momento a sus parroquianos, y cada puesto de comercio tiene delante su tropel. Cada uno de estos lugares es un mundo y tiene sus propios habitantes; cada uno es distinto y casi inconsciente de la existencia de cualquier otro. Hay unas pocas personas acomodadas que recuerdan haber oído decir que hombres y mujeres -miles, creen recordar- se levantan en Londres cada día, sin saber dónde reposarán sus cabezas por la noche; y que hay barrios de la ciudad donde siempre hay miseria y hambre. No se lo acaban de creer: puede que tenga algo de cierto, pero es, sin duda, una exageración. Así, cada uno de estos mil mundos sigue adelante, concentrado en sí mismo, hasta que llega de nuevo la noche, primero con sus luces y placeres, y sus calles bulliciosas; después, con su culpa y oscuridad».
Con su obra filosófico-poética Claros del bosque, la escritora María Zambrano (1904-1991) nos sumerge en un no-lugar donde reinaba todo lo viviente: un remoto paraíso perdido al que el ser humano le debe su condición natural primigenia.
Hoy nuestro hábitat está marcado por la hegemonía de la urbe, en sus diversas formas. Con el nacimiento de las ciudades el ser humano optó por relegar a un segundo orden sus orígenes ancestrales y establecer fronteras no naturales a su mundo exterior.
«¿Sucedió alguna vez el que los seres humanos no habitaran en ciudad alguna? Pues que ciudad puede ser ya la cueva, el rudimentario palafito. Ciudad es todo lo que tiene techo. Y al tener techo, puerta. Un dintel y un techo, una habitación donde solamente su dueño y los suyos, y los que él diga, pueden entrar, por escaso abrigo que proporcione. Ya ese hombre ha trazado un límite entre su vida y la del universo, una frontera».
Para leer más:
María Zambrano: Claros del bosque. Alianza Editorial, Madrid, 2019.
El economista chileno Manfred Max-Neef (1932-2019) abogó por una nueva economía, divergente del pensamiento económico hegemónico. Sus reflexiones lo han llevado a recuperar casi del olvido los escritos de Aristóteles para recordarnos que la economía tiene que ver centralmente con la felicidad de las personas. Por tal motivo descarta la idea de que el bienestar en una ciudad esté correlacionado positivamente con el tamaño poblacional.
La ciudad si excede su tamaño óptimo, en aras de la eficiencia económica, incurre en el riesgo de ser «deshumanizadora», ya que el gigantismo generaría «deseconomías de dimensiones incontrolables», en palabras del economista chileno.
El modelo de ciudad que nos propone Max-Neef debería cumplir al menos cuatro funciones principales:
«Quisiera proponer, basándome en evidencia cultural e histórica autorizada, que hay por lo menos cuatro funciones que se espera que cumpla una ciudad: debe proporcionar a sus habitantes sociabilidad, bienestar, seguridad y cultura. Tales funciones solo pueden realizarse si la comunicación humana entre los ciudadanos es satisfactoria y auténtica y si la participación es completa, responsable y eficaz».
Para leer más:
Manfred Max-Neef: Economía herética. Icaria, Barcelona, 2017.
Torre de Londres (Inglaterra), donde fue preso y decapitado Tomás Moro en 1535.
En su célebre obra Utopía, el pensador inglés Tomás Moro (1478-1535) describe una república insular ideal en la que sus habitantes eran felices ya que respiraban «un grado de civilización y humanismo que supera ahora casi al resto de los mortales».
En la república de Utopía existen, junto con su capital Amauroto, un total de 54 ciudades, «todas espaciosas y magníficas». En ellas sus habitantes gozan de un estilo de vida que, al no propiciar la codicia y la soberbia, impide que existan la pobreza y la inequidad.
«Toda ciudad está dividida en cuatro partes iguales. En el centro de cada una de las partes hay un mercado para todo. Se depositan allí, en casas especiales, los productos de cada familia, y se reparte cada especie por separado en almacenes. A ellos acude el padre de familia a buscar lo que él y los suyos necesitan, y sin dinero, sin ninguna compensación en absoluto, retira lo que buscare. ¿Por qué se le habrá de negar nada, si sobra de todo y no reina temor alguno de que alguien quiera recabar más de lo que es preciso? Pues, ¿por qué razón pensar que pedirá cosas innecesarias quien tiene por cierto que nunca le ha de faltar nada? Efectivamente, lo que vuelve ávido y rapaz es, en el reino todo de los vivientes, el temor a la privación, o, en el hombre, la sola soberbia, que tiene a gloria el sobrepujar a los demás en la ostentación de lo superfluo, tipo este de vicio que no tiene absolutamente ninguna cabida en las instituciones de los utopienses».
La ciudad de Liubliana, capital de Eslovenia, puede ser considerada como referente para otras urbes por sus avances hacia la sostenibilidad. Así lo ha reconocido la Comisión Europea, distinguiéndola con el título de Capital Verde Europea 2016.
Con una población de unos 290.000 habitantes, Liubliana cuenta con el 75% de su territorio (unos 275 km2) que es verde, incluyendo zonas agrícolas, forestales y acuáticas. Su PIB per cápita es un 43% superior al de la media del país.
Doce ciudades se presentaron para ser distinguidas como Capital Verde Europea 2016, un título que otorga cada año la Comisión Europea para premiar los esfuerzos de las ciudades en materia de medio ambiente y desarrollo sostenible. De las doce urbes candidatas quedaron como finalistas cinco: Essen (Alemania), Liubliana (Eslovenia),Nimega (Países Bajos), Oslo (Noruega) y Umea (Suecia).
La capital eslovena resultó ser la premiada con el galardón de Capital Verde Europea 2016, al obtener la mayor puntuación global sobre la base de una serie de indicadores que permiten evaluar doce ámbitos medioambientales:
1. Cambio climático: mitigación y adaptación. 2. Transporte local.
3. Áreas urbanas verdes que incorporan el uso sostenible del suelo.
4. Naturaleza y biodiversidad.
5. Calidad del aire ambiental.
6. Calidad del ambiente acústico.
7. Producción y gestión de residuos.
8. Gestión del agua.
9. Gestión de las aguas residuales.
10. Eco-innovación y empleo sostenible.
11. Rendimiento energético.
12. Gestión medioambiental integrada.
El jurado destacó de Liubliana la significativa transformación hacia la sostenibilidad experimentada por la ciudad durante los 10 a 15 años anteriores, en especial en las siguientes áreas:
Transporte local
En materia de transporte, la ciudad de Liubliana ha centrado su acción en mejorar el transporte público, la peatonalización en el centro urbano y las redes de bicicleta, frente al dominio del coche privado, cuyo peso en la movilidad de los habitantes del centro urbano se ha reducido del 47% al 19% entre 2003 y 2013. Para 2020 Liubliana se ha propuesto que cada uno de los tres modos de transporte (público, tráfico no motorizado y vehículos privados) tenga por igual una participación de un tercio del transporte total de la ciudad.
Protección de áreas verdes
En la última década se han llevado a cabo en Liubliana numerosas medidas urbanas verdes, incluida la plantación de más de 2.000 árboles, la construcción de cinco parques y la revitalización de los terraplenes del río Sava.
Tratamiento de residuos
Se encuentra entre las primeras ciudades con mayor tasa de recogida selectiva de residuos de Europa. Cuenta con un Centro Regional de Tratamiento de Residuos, provisto de un sistema moderno de tratamiento para residuos orgánicos y mixtos. La ciudad se ha comprometido a perseguir el objetivo de cero residuos y a usar como recurso los residuos reciclados.
Tratamiento de aguas residuales
La ciudad cuenta con una planta de tratamiento mecánico-biológico para las aguas residuales. El biogás producido en el proceso es empleado como energía en la misma planta.
Intercambio de experiencias.
Liubliana ha sido reconocida como ciudad ejemplar por compartir sus experiencias y soluciones en la gestión de desastres naturales durante la crisis de las inundaciones acaecidas en la región de los Balcanes.
Gestión medioambiental integrada
La ciudad tiene aprobada desde 2007 su estrategia «Visión de Liubliana 2025: ciudad sostenible». Muchos departamentos y servicios de la administración local tienen sistemas de gestión medioambiental certificada. El 70% de las compras públicas son ecológicas.
La literatura de Albert Camus (1913-1960) nos da una respuesta. Con su obra La peste el célebre novelista nos transporta hasta la ciudad costera de Orán (Argelia) donde una trágica epidemia llegó a llevarse setecientas víctimas por semana.
Traemos hasta aquí dos pasajes que nos envuelven en la atmósfera de la ciudad apestada que respiraban sus habitantes sobrevivientes.
Eran días de verano del año 194…
«Estábamos a fines del mes de junio. Al día siguiente de las lluvias tardías que habían señalado el domingo de sermón, el verano estalló, de golpe, en el cielo y sobre las casas. Se levantó primero un gran viento abrasador que sopló durante veinticuatro horas y resecó las paredes. El sol se afincó. Olas ininterrumpidas de calor y de luz inundaron la ciudad a lo largo del día. Fuera de las calles de soportales y de los departamentos parecía que no había un sólo punto en la ciudad que no estuviese situado en medio de la reverberación más cegadora. El sol perseguía a nuestros conciudadanos por todos los rincones de las calles, y si se paraban, entonces les pegaba fuerte. Como aquellos calores coincidieron con un aumento vertical del número de víctimas que alcanzó a cerca de setecientas por semana, una especie de abatimiento se apoderó de la ciudad. Por los barrios extremos, por las callejuelas de casas con terrazas, la animación decreció y en aquellos barrios en los que las gentes vivían siempre en las aceras, todas la puertas estaban cerradas y echadas las persianas, sin que se pudiera saber si era de la peste o del sol de lo que procuraban protegerse. De algunas casas, sin embargo, salían gemidos. Al principio, cuando esto sucedía, se veía a los curiosos detenerse en la calle a escuchar. Pero después de tan continuada alarma pareció que el corazón de todos se hubiese endurecido, y todos pasaban o vivían al lado de aquellos lamentos como si fuesen el lenguaje natural de los hombres».
Cuando la ciudad enferma de peste recibía fuertes vientos…
«Fue a mediados de ese año cuando empezó a soplar un gran viento sobre la ciudad apestada, que duró varios días. El viento es particularmente temido por los habitantes de Orán porque como no encuentra ningún obstáculo natural en la meseta donde está alzada la ciudad, se precipita sobre ella, arremolinándose en las calles con toda su violencia. La ciudad, donde tantos meses en que no había caído ni una sola gota de agua para refrescarla, se había cubierto de una costra gris que se hacía escamosa al contacto con el aire. El aire levantaba olas de polvo y de papeles que azotaban las piernas de los paseantes, cada vez más raros. Se les veía por las calles, apresurados, encorvados hacia adelante, con un pañuelo o la mano tapándose la boca. Por la tarde, en lugar de las reuniones con que antes se intentaba prolongar lo más posible aquellos días, que para cada uno de ellos podría ser el último, se veían pequeños grupos de gentes que volvían a su casa a toda prisa o se metían en los cafés, y a veces, a la hora del crepúsculo, que en esta época llegaba ya más pronto, las calles estaban desiertas y sólo el viento lanzaba por ellas su lamento continuo. Del mar, revuelto y siempre invisible, subía olor de algas y de sal. La ciudad desierta, flanqueada por el polvo, saturada de olores marinos, traspasada por los gritos del viento, gemía como una isla desdichada».
Para leer más:
Albert Camus: La peste. Unidad Editorial, Madrid, 1999.
De este modo describe Albert Camus (1913-1960), en la novela La peste,la urbe argelina de Orán, la ciudad sin árboles que se erige en el escenario literario de los trágicos acontecimientos sufridos por sus habitantes hacia 194…
«La ciudad, en sí misma, hay que confesarlo, es fea. Su aspecto es tranquilo y se necesita cierto tiempo para percibir lo que la hace diferente de otras ciudades comerciales de cualquier latitud. ¿Cómo sugerir, por ejemplo, una ciudad sin palomas, sin árboles y sin jardines, donde no puede haber aleteos ni susurros de hojas, un lugar neutro, en una palabra? El cambio de las estaciones sólo se puede notar en el cielo. La primavera se anuncia únicamente por la calidad del aire o por los cestos de flores que traen a vender los muchachos de los alrededores; una primavera que venden en los mercados. Durante el verano el sol abrasa las casas resecas y cubre los muros con una ceniza gris; se llega a no poder vivir más que a la sombra de las persianas cerradas. En otoño, en cambio, un diluvio de barro. Los días buenos sólo llegan en el invierno».
La ciudad sin árboles de Albert Camus presentaba también estas características geográficas:
«Esta ciudad, sin nada pintoresco, sin vegetación y sin alma acaba por servir de reposo y al fin se adormece uno en ella. Pero es justo añadir que ha sido injertada en un paisaje sin igual, en medio de una meseta desnuda, rodeada de colinas luminosas, ante una bahía de trazo perfecto. Se puede lamentar únicamente que haya sido construida de espaldas a esta bahía y que al salir sea imposible divisar el mar sin ir expresamente a buscarlo».
Para leer más:
Albert Camus: La peste. Unidad Editorial, Madrid, 1999.