El valor de una casa: una cita con Dulce María Loynaz

La escritora cubana Dulce María Loynaz (1902-1997) nos recuerda a través de su verso cuán valioso es poder disponer de una casa. El ser humano encuentra en la vivienda su mejor cobijo y descanso, además de ser el lugar donde pasará buena parte de su vida y la de su familia. Por eso debería ser difícil tarea poner precio a la casa que atesora nuestro tiempo, nuestras vivencias, nuestros recuerdos, nuestra memoria.

Con el poema Últimos días de una casa, del que traemos hasta aquí unas estrofas, Dulce María Loynaz consigue hacernos reflexionar sobre el valor de aquellos otros elementos no físicos de una casa, que por ser intangibles no son menos importantes:

“Que pase una la vida
guareciendo los sueños de esos hombres,
prestándoles calor, aliento, abrigo;
que sea una la piedra de fundar
posteridad, familia,
y de verla crecer y levantarla,
y ser al mismo tiempo
cimiento, pedestal, arca de alianza...
Y luego no ser más
que un cascarón vacío que se deja,
una ropa sin cuerpo, que se cae...

No he de caerme, no, que soy fuerte.
En vano me embistieron los ciclones
y me ha roído el tiempo hueso y carne,
y la humedad me ha abierto úlceras verdes.
Con un poco de cal yo me compongo:
con un poco de cal y de ternura...

De eso mismo sería,
de mis adoleceres y remedios,
de lo que hablaba mi señor la tarde
última con aquellos otros
que me medían muros, huerto, patio
y hasta el solar de paz en que me asiento.

Y sin embargo, mal sabor de boca
me dejaron los hombres medidores,
y la mujer que vino luego
poniendo precio a mi cancela;
a ella le hubiera preguntado
cuánto valían sus riñones y su lengua".

Para leer más:

Dulce María Loynaz: Últimos días de una casa. Ediciones Torremozas, Madrid, 2019.

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La casa y el hombre: una cita con Dulce María Loynaz

El ser humano necesita un hogar donde que vivir, un lugar en el que cobijarse, al igual que requiere alimentarse y proveerse de vestido. Pero la casa no es solo cobijo y resguardo de las inclemencias del tiempo y otras adversidades externas. En la casa el hombre pasa buena parte del tiempo, experimenta grandes y pequeños momentos, imprime su huella personal, construye el pensamiento y la memoria que dan forma a su mundo más íntimo.

Con el poema Últimos días de una casa, la escritora cubana Dulce María Loynaz (1902-1997) fue capaz de transmitirnos como pocos esa relación profunda que el ser humano alcanza a entrelazar con la casa que habita. La originalidad de la escritora descansa, además, en que no es el hombre el que expresa esa comunión, sino que es la propia casa la que habla, la que siente, como fiel y paciente testigo de esa estrecha convivencia.

Traemos hasta aquí el siguiente extracto de su poema publicado por primera vez en 1958:

“Nadie puede decir
que he sido yo una casa silenciosa;
por el contrario, a muchos muchas veces
rasgué la seda pálida del sueño
-el nocturno capullo en que se envuelven-,
con mi piano crecido en la alta noche,
las risas y los cantos de los jóvenes
y aquella efervescencia de la vida
que ha borbotado siempre en mis ventanas
como en los ojos de las mujeres enamoradas.

No me han faltado, claro está, días en blanco.
Sí; días sin palabras que decir
en que hasta el leve roce de una hoja
pudo sonar mil veces aumentado
con una resonancia de tambores.
Pero el silencio era distinto entonces:
era un silencio con sabor humano.

Quiero decir que provenía de “ellos”,
los que dentro de mí partían el pan;
de ellos o de algo suyo, como la propia ausencia,
una ausencia cargada de regresos,
porque pese a sus pies, yendo y viniendo,
yo los sentía siempre
unidos a mí por alguna
cuerda invisible,
íntimamente maternal, nutricia.

Y es que el hombre, aunque no lo sepa,
unido está a su casa poco menos
que el molusco a su concha.
No se quiebra esa unión sin que algo muera
en la casa, en el hombre… O en los dos”.

Para leer más:

Dulce María Loynaz: Últimos días de una casa. Ediciones Torremozas, Madrid, 2019.

Charles Dickens y la ciudad desigual

Con el siguiente fragmento extraído del relato Tascas (1835) el escritor británico Charles Dickens (1812-1870) nos revela la desigualdad urbana en toda su crudeza. Es la realidad social de la ciudad de Londres de la primera mitad del siglo XIX, que aún nos sigue recordando que el desarrollo desigual podemos encontrarlo en muchas de nuestras urbes de siglo XXI.

«La mugrienta y mísera apariencia de esta parte de Londres apenas puede ser imaginada por aquellos (y de esos hay muchos) que no la han visitado. En espantosas casas con ventanas rotas cubiertas de harapos y papel, cada habitación muestra una familia diferente y, en muchos caos, dos y hasta tres. Fruteros y fabricantes de chucherías en los sótanos, barberos y vendedores de arenques en las estancias delanteras, zapateros remendones en la parte de atrás, un pajarero en el primer piso, tres familias en el segundo, inanición en los áticos, irlandeses en la entrada, un «musico» en la cocina exterior y una señora de la limpieza con cinco críos hambrientos en la trasera; suciedad por todas partes; un sumidero delante de la casa y una cloaca detrás; ropas tendidas a secar y orinales que se vacían desde las ventanas; chicas de catorce o quince años, con el cabello apelmazado, caminan descalzas y cubiertas casi únicamente con capotes blancos; chicos de todas las edades con abrigos de todas las tallas o ninguno en absoluto; hombres y mujeres con todo tipo de ropas escasas y sucias, haraganeando, regañando, bebiendo, fumando, riñendo, peleando e insultándose.

Doble usted la esquina. ¡Menudo cambio! Todo es luz y resplandor. Un murmullo vocinglero sale de esa espléndida tasca que forma el inicio de las dos calles de enfrente, y el alegre edificio con su pretil fantásticamente ornamentado, su reloj iluminado, su ventanal de cristal esmerilado rodeado por rosetas de estuco y su exceso de lámparas de gas con quemadores ricamente dorados, resulta del todo deslumbrante cuando se compara con la oscuridad y la inmundicia que acabamos de dejar atrás».

Para leer más:

Dickens, Charles: Relatos londinenses. Gadir Editorial, Madrid, 2018.

Las emisiones de gases de efecto invernadero de los hogares de la UE (2010-2019)

Las emisiones de gases de efecto invernadero (GIE) causantes, en gran medida, de la crisis climática actual que sufre el planeta proceden, principalmente, del desarrollo de diversas actividades económicas (industria manufacturera, producción de electricidad, agricultura, ganadería, transporte, construcción…). Además, no hay que olvidar que las actividades desarrolladas por los hogares también son fuente de emisión de GEI.

En el contexto de la Unión Europea (UE-27) las emisiones de GEI de los hogares representaron en 2019 el 19,8% de total de emisiones frente al 80,2% generado por las actividades de los diferentes sectores económicos.

Si analizamos en concreto las actividades realizadas dentro de los hogares (calefacción, aire acondicionado, cocina…) los datos apuntan a una paulatina mejoría de la eficiencia energética y a un menor empleo de los combustibles fósiles en la medida en que se constata que se han reducido los gases de efecto invernadero emitidos a la atmósfera por los hogares durante los últimos años.

Así, de acuerdo con la Oficina Estadística de la Unión Europea (Eurostat), en la UE-27 dichas emisiones de GEI de los hogares han descendido desde las 406,5 toneladas de CO2 equivalente del año 2010 hasta las 299,1 de 2019. Ello supone, por tanto, una caída acumulada del 26,4%, lo que muestra el mejor comportamiento relativo de los hogares en comparación con la evolución del conjunto de las actividades que emiten GEI en la UE-27, cuya reducción fue del 12,8% en dicho periodo de 2010-2019.

Si analizamos la evolución de las emisiones de los hogares, en términos relativos, por habitante, en la UE-27 se emitieron 669 kg de CO2 equivalente per cápita en el año 2019. Este dato también apunta una mejoría respecto a 2010, cuando dicha ratio se cifró en 922 kg/habitante, de modo que se ha producido una reducción del 27,4% en dicho periodo.

Sin desdeñar estos avances en la lucha contra el cambio climático, la realidad actual sigue siendo mejorable, presentándose aún importantes diferencias entre los países que conforman la Unión Europea.

En 2019 tres países excedían con mucho el promedio de emisiones de 669 kg de CO2 equivalente per cápita de la Unión Europea: Luxemburgo (1.662 kg/hab.), Bélgica (1.244) e Irlanda (1.236). A continuación, otros países que emitieron más del 25% del valor promedio europeo son Polonia, Países Bajos, República Checa y Alemania.

Por el contrario, los hogares de la UE que emitieron, con diferencia, menos GEI per cápita son los pertenecientes a Suecia (35 kg de CO2 equivalente/hab.) y Malta (96). Les sigue un grupo de nueve países que también destacan por presentar una ratio de emisiones que es menos de la mitad del promedio europeo: Finlandia, Portugal, Letonia, Bulgaria, Rumanía, Estonia, España y Lituania.

Finalmente, es de resaltar, desde un enfoque dinámico, que, durante el periodo analizado (2010-2019), 22 de los 27 países de la UE han conseguido reducir los GEI emitidos a la atmósfera por las actividades realizadas en las viviendas, significándose los mayores descensos porcentuales en Suecia (-62,8%), Finlandia (-47,8%) y Eslovenia (-44,9%).

Para más información:

Eurostat

Una cita de Ildefonso Cerdá sobre la necesidad de vivienda del ser humano

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El ingeniero y urbanista Ildefonso Cerdá (1815-1876), considerado uno de los fundadores del urbanismo moderno, dedicó veinte años de su vida a su célebre «Teoría general de la urbanización», una intensa investigación sobre nuestras ciudades.

Como dejó patente desde sus primeras páginas, Cerdá, en su afán de conocer el origen primero de la urbanización, expresó que el hombre siempre ha tenido la necesidad imperiosa de proveerse de cobijo. La necesidad de albergue, de vivienda, es inherente al ser humano, viva donde viva.

«El hombre puede en circunstancias dadas prescindir y prescinde de sus vestidos; pero nunca ni en circunstancia alguna prescinde de un albergue. Hablad al salvaje de los trópicos de los vestidos del hombre civilizado, y recibirá con la rechifla del más soberano desdén vuestras palabras, cuyo objeto es para él una ridícula superfluidad; sin embargo, hablad a ese mismo hombre de nuestros albergues, y os responderá con la más formal gravedad, señalándoos con el dedo de su choza, como para manifestaros el orgullo que siente al poseerla. Y es que allí tiene, ni más ni menos que el más encopetado europeo, su familia, allí la guarece y se guarece contra las fieras y contra los elementos, allí va a ocultar sus pesares de su vida, allí va a disfrutar placeres inefables con sus hijos y su esposa, allí, en una palabra, está el complemento de su ser.

Pedidle a ese mismo hombre de las selvas que os acompañe en vuestra excursión y accederá gustoso a vuestra demanda, mientras no sea preciso perder de vista su morada, o hasta donde por lo menos crea fácil volver a encontrarla. Y esto quiere decir que el hombre salvaje siente, lo mismo y con más vehemencia aun que el civilizado, una afección invencible hacia la comarca donde tiene establecida su vivienda, de suerte que diríase que allí donde tiene su morada, tiene apegado su corazón, como si la vivienda formase parte de su misma existencia».

Para leer más:

Ildefonso Cerdá (1867): «Teoría general de la urbanización y aplicación de sus principios y doctrinas a la reforma y ensanche de Barcelona».