Para el escritor naturalista Henry D. Thoreau (1817-1862) la naturaleza llegó a ser la savia de su vida. Decepcionado por el devenir del mundo moderno se refugia durante más de dos años en la cabaña que construyó junto a la orilla de la laguna Walden, en Concord.
Fruto de esa vida asceta escribió su celebre obra «Walden o la vida en los bosques». Este libro, que se convierte en el diario informal de un periodo trascendental de su existencia, queda estructurado en dieciocho capítulos, el primero de los cuales Thoreau lo titula «Economía». Porque, como escribió en esas primeras páginas:
«La economía es un tema que puede ser tratado con ligereza, pero no puede ignorarse».
De la lectura detenida de ese primer capítulo de Walden, pueden extraerse algunas ideas principales sobre lo que, según Thoreau, es y debiera ser la economía.
Economía del vivir.
Thoreau aboga por una economía que centre su atención en la vida real, en resolver los problemas de la gente. Por eso lamentaba el academicismo económico que se enseña en los colleges, encerrado en el mundo de las ideas y alejado de la realidad cotidiana.
«Hasta el estudiante pobre estudia y le es enseñado sólo economía política, mientras que esa economía del vivir, que es sinónimo de filosofía, ni siquiera es profesada sinceramente en nuestros colleges. Y la consecuencia es que, mientras que aquél lee a Adam Smith, a Ricardo y a Say, hace que su padre se endeude irremediablemente».
Al igual que los colleges con su teórico método de enseñanza de la economía, otras «mejoras modernas» lo que realmente generan es mucha ilusión y poco progreso auténtico.
«Nuestros inventos suelen ser juguetes bonitos que distraen nuestra atención de cosas más serias».
Bienes materiales.
Thoreau promulga una economía sencilla, orientada a las satisfacción de las necesidades básicas. La economía debería atender fundamentalmente lo que es «necesario para la vida».
Para muchos seres vivos sólo existen dos cosas que son verdaderamente necesarias: la comida y el refugio, como es el caso del bisonte de la pradera que busca la hierba y el agua para alimentarse y el bosque para cobijarse.
Por lo que respecta a las necesidades del hombre, Thoreau expone:
«En cuanto al hombre, en estas latitudes pueden ser distribuidas en los siguientes apartados: Alimento, Habitación, Vestimenta y Calor, pues a menos que nos hayamos provisto de éstos no estamos preparados para abordar con libertad y probabilidades de éxito los verdaderos problemas de la vida».
De acuerdo con sus vivencias personales, a estos bienes esenciales Thoreau añade otros:
«Mi propia experiencia me hace ver que ahora, en este país, algunas cosas: un cuchillo, un hacha, una azada, una carretilla, etc., y para el estudioso una lámpara, recado de escribir y acceso a algunos libros cuentan junto a lo necesario y pueden ser obtenidos a precio irrisorio».
Bienes inmateriales.
Según Thoreau ir mucho más allá en la posesión de bienes materiales provoca el aumento de los problemas de la vida y el alejamiento de la elevación humana. La abundancia de bienes materiales superfluos «enerva y destruye las naciones».
«La mayoría de lujos y muchas de las llamadas comodidades de la vida no sólo no son indispensables, sino obstáculo cierto para la elevación de la humanidad».
Satisfechas las necesidades básicas para la vida, en lugar de perseguir la obtención de bienes superfluos, tenemos una alternativa: «aventurarse en la vida»
La vida de los sabios y antiguos filósofos chinos, hindúes, persas y griegos nos ha enseñado que, a pesar de su pobreza externa, lo importante es la riqueza interna.
«La tierra se revela apropiada para la semilla puesto que ésta ha proyectado su raicilla hacia abajo y puede elevar ahora su tallo con confianza. ¿Para qué ha enraizado el hombre tan firmemente en la tierra, si no para elevarse hacia los cielos en igual medida?»
Dinero.
También dedicó algunas palabras, como no podía ser de otra forma, a un elemento crucial de la economía: el dinero.
«Eso de dedicar la mejor parte de la vida a ganar dinero con objeto de disfrutar de una libertad cuestionable durante la peor parte de aquélla me recuerda a aquel inglés que se fue a la India a hacer fortuna para luego poder regresar a Inglaterra y vivir una vida de poeta».
Tiempo.
La «economía de Thoreau» nos obliga a hacernos el siguiente planteamiento: ¿y si en lugar de maximizar la posesión de dinero nos ponemos como objetivo maximizar el buen uso del tiempo?
«En cualquier circunstancia, de noche o de día, siempre he tenido ansias de mejorar el momento y de hacerlo plenamente mío; de detenerme en la encrucijada de dos eternidades, el pasado y el futuro, que es precisamente el presente, y vivirlo al máximo».
Trabajo.
Sobre el trabajo dos ideas principales pueden extraerse de las reflexiones de Thoreau.
En primer lugar, se cuestiona el verdadero valor que la sociedad moderna le da al trabajo:
«La mayoría de los hombres, incluso en este país relativamente libre, se afanan tanto por los puros artificios e innecesarias labores de la vida, que no les queda tiempo para cosechar sus mejores frutos. De tanto trabajar, los dedos se les han vuelto torpes y demasiado temblorosos. Realmente, el jornalero carece día tras día de respiro que dedicar a su integridad; no puede permitirse el lujo de trabar relación con los demás porque su trabajo se depreciaría en el mercado. No le cabe otra cosa que convertirse en máquina».
En segundo lugar, postula no seguir ciegamente el principio de la división del trabajo. Thoreau se pregunta cuáles son los límites y el objeto de la división del trabajo. Es partidario de no rendirse totalmente a este principio y, en su lugar, practicar «el arte de vivir».
Thoreau, que durante su estancia en Walden fue agrimensor, carpintero y jornalero diverso, encontró el goce y la motivación en lo que hacía.
«¿Cederemos siempre al carpintero el placer de construir?»
Equidad.
Gran observador del mundo que le rodea, Thoreau es testigo de las desigualdades sociales y de la pobreza que sufre buena parte de sus conciudadanos.
«…me basta con contemplar las chabolas que por doquier se alinean a lo largo del tendido férreo, ese último logro de nuestra civilización; otro tanto cabría decir ante la imagen que con ocasión de mis paseos cotidianos ofrecen a mis ojos tantos seres humanos hacinados en lóbregos cuchitriles, con la puerta abierta durante todo el invierno en ansiosa búsqueda de luz, sin provisión de leña a la vista o siquiera imaginable, donde jóvenes y viejos muestran el cuerpo contraído por el hábito de encogerse ante el frío y la miseria, y los miembros achatados de tanta y tanta escasez. En verdad que es de justicia el reparar en esa clase de hombres a cuyo trabajo se deben los logros que distinguen esta generación».
Fue sensible a la situación de escasez y pobreza de su comunidad, que paradójicamente coexistía con los adelantos más modernos de la civilización.
«Mientras que la civilización ha ido mejorando nuestro hábitat, no ha hecho igual con los hombres que han de poblarlo».
Bondad.
Thoreau, que confiesa que ha hecho poco en materia de filantropía, define una idea de bondad que difiere del tipo de caridad que los hombres practican con frecuencia en la sociedad.
Su propuesta es hacer el bien «sin especial intención», de forma sincera, no corrompida, asegurándonos de que se presta al pobre la ayuda que verdaderamente necesita.
«Hay mil podando las ramas del mal por cada uno que se dedica a erradicarlo; y aun es posible que quien más tiempo y dinero vuelca en los necesitados sea quien por su modo de vida contribuye a la miseria que trata en vano de socorrer».
Entregarnos a la bondad en su completitud:
«Quiero la flor y el fruto del hombre, que algo de su fragancia me sea impartida y que su madurez arome nuestras relaciones. Su bondad no debe ser parcial y transitoria sino un desbordamiento constante que nada le cueste y en el que no repare».
Soberanía alimentaria.
Su vida retirada en la cabaña que se construyó en Walden lo llevó a practicar la soberanía alimentaria. Empezando por «el antiguo e indispensable arte de hacer pan» llegó a proveerse de su comida evitando todo tipo de comercio.
«Cualquier habitante de Nueva Inglaterra puede cosechar fácilmente todos los ingredientes de su pan en ese país de centeno y maíz, y así, no depender de mercados remotos y fluctuantes. Pero nos hemos alejado tanto de la sencillez y de la autonomía, que en Concord rara vez se encuentra maíz dulce fresco, ni en forma de harina, ni molido, ni como papilla ni en forma aun más basta, pues contados son los que saben de su utilidad. Los más de los granjeros se lo dan al ganado, adquieren en el comercio harina de trigo que no siendo más saludable que aquél les resulta mucho más cara. Yo vi que podía obtener fácilmente uno o dos bushels de centeno y maíz, pues el primero crecerá en la tierra más pobre y el segundo no reclama la mejor, y que podía molerlos en un molinillo de mano y pasarme sin arroz ni cerdos, y si necesitaba algún endulzante concentrado, la experiencia me ha demostrado que podía obtener una excelente melaza de calabaza o remolacha cuando no de unos pocos arces, que me lo darían más fácilmente aún, y mientras crecían, de varios sustitutos que no he nombrado».
Naturaleza.
La economía sencilla que defiende Thoreau está en armonía con la Naturaleza; no despilfarra recursos a la vez que aprovecha de ella sus valiosos y gratuitos beneficios.
«Subrayaré, por cierto, que las cortinas me salen gratis, pues no tengo ningún curioso que evitar, fuera del sol y la luna, y me agrada que éstos me observen. La luna no agriará mi leche ni manchará mi carne, ni el sol dañará mis muebles ni decolorará mi alfombra; y si alguna vez resulta un amigo en exceso caluroso, me parece mejor economía retirarme tras de una cortina suministrada por la Naturaleza que el añadir un solo detalle más al interior de mi casa».
En definitiva, Henty D. Thoreau, en Walden, nos propone una economía sencilla, sostenible, vital, solidaria, buena, autónoma, libre y sabia.
Para leer más:
Henry D. Thoreau (1854): Walden o la vida en los bosques.