Una introducción a la Economía rosquilla

Como expresa la economista británica Kate Raworth en su obra Economía rosquilla, en el último siglo las sociedades han logrado extraordinarios progresos (aumento de la esperanza de vida, reducción de personas en extrema pobreza…). Sin embargo, las desigualdades han aumentado, la pobreza persiste y la degradación del medioambiente se acrecienta. Además, el futuro no se presenta halagüeño si se cumplen las proyecciones que hoy conocemos. Se prevé, por ejemplo, que el tamaño de la economía mundial se duplicará para 2037 y casi triplique para 2050, año en que se espera que en nuestro planeta habiten cerca de 10.000 millones de personas. 

Ante estos retos, a los que no ha sido capaz de dar respuesta la teoría económica convencional, que se basa en “supuestos erróneos” y “puntos ciegos”, es necesario repensar la economía. Tenemos que desaprender y reaprender los fundamentos de la economía.

A este cambio de paradigma quiere contribuir la Economía rosquilla, que se centra en siete principios esenciales que deben guiar el nuevo pensamiento económico del siglo XXI. Son los siguientes:

1. Cambiar de objetivo

Durante más de setenta años el objetivo de la economía se ha identificado con el crecimiento del PIB (Producto Interior Bruto). Este no es más que la suma del valor de mercado que tienen todos los bienes y servicios producidos en un territorio durante un periodo de tiempo de un año. Como sugiere Kate Raworth, este objetivo se nos ha sido impuesto subrepticiamente a lo largo del siglo XX, haciéndonos olvidar la advertencia de su propio creador el economista Simon Kuznets en los años treinta: “casi nunca puede inferirse el bienestar de una nación a partir de una medida de la renta nacional”. Porque, realmente, ¿nos preguntamos acaso que tipo de crecimiento queremos?, ¿qué, por qué y para quién producir?, ¿conocemos los costes medioambientales y sociales… del crecimiento económico?

Con un indicador “tan voluble, parcial y superficial” como el PIB los economistas han quedado desconectados del propósito al que deberían servir: garantizar la prosperidad de todas las personas dentro de los medios de nuestro planeta. Kate Raworth nos invita a que, en lugar de enfocarnos en el crecimiento del PIB, “empecemos de nuevo planteando una cuestión fundamental: ¿qué permite prosperar a los seres humanos? Un mundo en el que cada persona pueda vivir una existencia caracterizada por tres elementos: dignidad, oportunidad y comunidad; y donde todos podamos hacerlo conforme a los medios de nuestro planeta engendrador de vida”.

Este cambio de perspectiva nos lo aporta la Economía rosquilla, que queda representada por un diagrama con dos anillos concéntricos. En primer lugar, tenemos un anillo interior que constituye el fundamento social de bienestar que no debería faltarle a ninguna persona y a ninguna sociedad: alimentación, salud, educación, renta y trabajo, agua y saneamiento, energía, redes, vivienda, igualdad de género, equidad social, participación política y paz y justicia.

Por debajo de este anillo interior (fundamento social), se encuentran, por tanto, las privaciones humanas críticas (hambre, analfabetismo…). Raworth nos recuerda que muchos millones de personas viven aún por debajo de las dimensiones que constituyen el fundamento social: una de cada nueve personas no tiene suficiente para comer, una de cada cuatro vive con menos de tres dólares diarios, uno de cada ocho jóvenes no encuentra trabajo…

El segundo anillo, el anillo exterior es el techo ecológico de presión planetaria que no deberíamos superar. Por encima de él se sitúan los elementos críticos de degradación medioambiental. Desgraciadamente el ser humano ha transgredido ya al menos cuatro límites planetarios: cambio climático, conversión de tierras, carga de nitrógeno y fósforo en los suelos y pérdida de biodiversidad.

El gran reto que tiene la humanidad en este siglo XXI es situarse entre estos dos anillos (fundamento social y techo ecológico), donde se encuentra un espacio seguro y justo en el que podemos satisfacer nuestras necesidades vitales básicas sin sobrepasar los límites biofísicos del planeta.

Kate Raworth (2018): Economía rosquilla.

En consecuencia estamos obligados a cambiar de objetivo: pasar del crecimiento infinito del PIB de la teoría económica tradicional a la prosperidad en equilibrio de la Economía rosquilla. Para ello existen cinco factores clave que van a determinar si podemos situarnos en el espacio seguro y justo: 1) la estabilización de la población, 2) una distribución más equitativa de los recursos, 3) aspiraciones de estilos de vida no consumistas, 4) tecnologías sostenibles y 5) formas de gobernanzas más eficaces.

2. Ver el panorama general

El pensamiento macroeconómico predominante se enfoca en describir el flujo circular de la renta entre los agentes que intervienen en la producción y el consumo, partiendo de unos cuestionables supuestos, tales como la eficiencia del mercado, la hegemonía de la empresa, la incompetencia del Estado, el correcto funcionamiento de los mercados financieros, la no regulación del comercio internacional… Al mismo tiempo, se ignora, por ejemplo, el valor social de los recursos naturales comunales, que se prefiere privatizarlos, o se actúa como si los materiales y la energía fueran inagotables.

Frente a esta concepción de la economía sustentada en el mercado independiente y autosuficiente, Raworth defiende una economía incardinada. Esta considera, en primer lugar, la Tierra (el medio natural), dentro de la cual se encuentra la sociedad humana “y, dentro de ella, la actividad económica, donde la familia, el mercado, los comunes y el Estado constituyen todos ellos importantes ámbitos de satisfacción de las carencias y necesidades humanas, y cuyo funcionamiento se ve posibilitado por los flujos financieros”.

3. Cultivar la naturaleza humana

Otra de las ideas que sustentan la teoría económica convencional es la representación egocéntrica de la humanidad, que nos concibe como “hombres económicos racionales”. Bajo este paradigma los seres humanos siempre han de comportarse como seres individuales, competitivos, insaciables y calculadores. Por el contrario, en la Economía rosquilla el ser humano presenta mayor complejidad y riqueza de matices. Somos seres sociales propensos a la reciprocidad, antes que seres estrictamente egoístas; con valores fluidos en lugar de preferencias fijas; interdependientes en vez de seres aislados; que hacemos aproximaciones más que cálculos, y que estamos profundamente incardinados en la red de la vida, lejos de dominar la naturaleza.

4. Aprender a dominar los sistemas

El lenguaje habitual de la teoría económica ortodoxa es el matemático, con el que trata de describir la economía mediante un conjunto de axiomas y ecuaciones. Desde finales del siglo XIX se ha pretendido, imitando la mecánica newtoniana, que la economía llegue a ser algún día una ciencia tan acreditada como la física. Sin embargo, el propio devenir de los hechos, las sucesivas crisis económicas como la de 2008, nos confirman cada vez con mayor rotundidad que la economía no es una máquina, sino un sistema complejo en continua evolución, y que las extendidas teorías del equilibrio general, basadas en supuestos tan simplificadores, no están dando las respuestas que de ellas se esperan. Ante esta realidad Raworth nos propone abandonar el pensamiento económico basado en el equilibrio para pasar a pensar en términos de sistemas, que nos permiten entender mejor los bucles de retroalimentación que existen, por ejemplo, entre el crecimiento económico y las emisiones de dióxido de carbono o el aumento de las desigualdades.

5. Diseñar para distribuir

El pensamiento económico convencional defiende a ultranza el crecimiento de la economía. Por eso se justifica la aplicación de medidas de austeridad en aras del objetivo del crecimiento del PIB porque, se arguye, el consecuente aumento de las desigualdades sociales dará paso a la larga a una sociedad más rica y equitativa.

Por el contrario, para el modelo de la Economía rosquilla dicha tesis neoliberal (crecimiento igual a sacrificio) no es más que una falsa creencia, una opción política más que una fase necesaria del progreso. La experiencia de países como Japón, Corea del Sur, Indonesia y Malasia corroboran que el crecimiento económico puede coexistir con una baja desigualdad y unas decrecientes tasas de pobreza. Además, son cada vez más evidentes los efectos perjudiciales (sociales, políticos, ecológicos y económicos) que trae consigo la desigualdad. En definitiva, la economía del siglo XXI será más eficaz si somos capaces de poner en primera fila la redistribución de la renta, y también de la riqueza, que radica especialmente en el control de la tierra, el poder de crear dinero, la empresa, la tecnología y el conocimiento.

6. Crear para regenerar

La teoría económica ortodoxa se sustenta también en otro principio que se ha demostrado que es otra falsa creencia: el crecimiento económico en una fase inicial comporta degradación medioambiental, pero a largo plazo todo mejorará. En realidad los datos apuntan que el modelo económico hoy predominante es intrínsecamente degenerativo e intensifica la degradación ambiental (extracción de materiales, contaminación, generación de residuos…). La huella ecológica global de los países de renta elevada no ha hecho más que aumentar a medida que crece su PIB. Por el contrario, en la Economía rosquilla, que reconoce los límites planetarios de la Tierra, se parte de la idea del diseño regenerativo, que aspira a que la actividad económica ejerza un impacto neto cero sobre el medioambiente y, por qué no, procurar una mejora de su calidad. Para ello han de estar más presentes, entre otras, las propuestas de la economía circular, a la par que se hace necesario una redefinición de las responsabilidades de la empresa, del sistema financiero y del Estado.

7. Ser agnóstico con respecto al crecimiento

La teoría económica ortodoxa defiende la idea, “la creencia casi religiosa”, de que el crecimiento económico infinito es indispensable, olvidando que nuestro planeta y sus recursos tienen límites. Es evidente que las prioridades de desarrollo no son las mismas entre los países de renta baja y los de renta alta. En los países “pobres” el crecimiento del PIB suele ir paralelo a mejoras sociales como el aumento de la esperanza de vida y una mayor escolarización. Por su parte, los países “ricos”, con el crecimiento de sus economías, presentan unas huellas ecológicas globales que se encuentran en niveles ya inasumibles. Por eso se va extendiendo la idea de lograr el desacoplamiento del crecimiento económico respecto a sus impactos ecológicos. Pero, en este punto, es pertinente analizar qué entendemos exactamente por desacoplamiento. Lo deseable es que de darse el crecimiento económico éste vaya acompañado de una disminución, en términos absolutos, del consumo de los recursos (materiales, energéticos…). Así todo, ello puede no ser suficiente, ya que dicho desacoplamiento absoluto ha de ser tal que sea capaz de situarnos de nuevo dentro de los límites planetarios.

En suma, la Economía rosquilla supone un cambio de perspectiva. Nos plantea el reto de diseñar economías que favorezcan la prosperidad humana, erradicando al mismo tiempo las privaciones sociales y la degradación ecológica, independientemente de si el PIB crece, decrece o se estanca.

Para leer más:

Kate Raworth: Economía rosquilla. Siete maneras de pensar como un economista del siglo XXI. Paidós, Barcelona, 2018.

Anuncio publicitario

La economía con ética de Amartya Sen

A pesar de ser una ciencia social la economía es percibida comúnmente como una disciplina (pre)destinada a un único propósito: elegir aquellos medios y técnicas que posibiliten emplear más eficientemente los recursos para obtener el máximo beneficio de los individuos.

Sin embargo, economistas como Amartya Sen, galardonado con el conocido como Premio Nobel de Economía en 1998, han dedicado gran parte de su vida a redescubrir y profundizar en las relaciones que existen entre ética y economía.

Así, como ejemplo de su vasta obra, en su libro Sobre ética y economía Sen nos recuerda que la economía desde sus orígenes, desde la época de Aristóteles, queda conectada con la ética en tanto que persigue fines humanos.

En palabras de Amartya Sen “la economía se interesa por las personas reales”, de modo que es ineludible que los economistas se hagan la pregunta socrática: “¿Cómo hay que vivir?”, pregunta que también es una motivación central para la ética.

Sin embargo, según este autor, aun reconociendo los logros del enfoque técnico, “la naturaleza de la economía moderna se ha visto empobrecida sustancialmente por el distanciamiento que existe entre la economía y la ética”. De hecho, Sen defiende que “la economía, tal y como ha evolucionado, puede hacerse más productiva prestando una atención mayor y más explícita a las consideraciones éticas que conforman el comportamiento y el juicio humanos”.

La teoría económica convencional sienta sus bases en el supuesto de que el individuo para su toma de decisiones presenta siempre un comportamiento racional, entendido, básicamente, como la maximización del propio interés. Pero para Sen esta interpretación egoísta de la racionalidad es muy limitada: “¿Por qué debe ser únicamente racional perseguir el propio interés excluyendo todo lo demás?”. La evidencia empírica nos ha demostrado que otras motivaciones diferentes del interés egoísta del individuo, como el deber, la lealtad y la buena voluntad, han conducido al éxito de algunas economías de libre mercado, como es el caso de Japón.

En suma, en sintonía con los escritos de Adam Smith, de finales del siglo XVIII, posteriormente malinterpretados por los economistas modernos, Amartya Sen defiende que la economía, sin dejar de lado la motivación de la maximización del propio interés, no ha de olvidar otras cualidades como la humanidad, la justicia, la generosidad, la bondad y el espíritu público.

Para leer más:

Sen, A.: Sobre ética y economía. Alianza editorial, Madrid, 2020.

Pedro Lezcano: una cita con la economía vista por un no economista

¿Cómo se concibe la economía desde fuera de la disciplina?

Para responder a esta pregunta, traemos hasta aquí las palabras del escritor Pedro Lezcano (1920-2002) que, como tantos otros pensadores y literatos, ven a esta ciencia social ajena, paradójicamente, a los intereses de la sociedad.

Ello es así porque, en realidad, sigue prevaleciendo la visión de la economía basada en el supremo poder del mercado y el dinero. Cabe recordar que, evidentemente, esta interpretación hoy dominante de la economía no siempre ha sido así. Es más, si nos remontamos a sus orígenes, ya desde Aristóteles, como nos recuerdan economistas como Amartya Sen y Manfred Max-Neef, la economía tenía una concepción bien diferente, más próxima a la ética y a la acción pública que procura el bien común.

Acaso la principal virtud de acercarnos a conocer puntos de vista foráneos, como el de Pedro Lezcano, sea disponer de la objetividad que nos brinda la mirada exterior, desde la distancia disciplinaria, a la vez que nos permite relativizar y curarnos de posibles excesos de corporativismo.

“La economía es por definición apolítica y amoral. El mundo de los números ignora virtudes cardinales y decálogos éticos. La bondad se llama beneficio; el bien último se llama superávit, la felicidad compartida se llama dividendo. No podemos pedir peras al olmo ni santidad a los negocios. El dinero, pese a cuños nacionales, es un ente apátrida o plurinacional, desligado del bien y del mal. Emigra, según norma zoológica, allí donde mejor se reproduce. Todas aquellas cosas que puedan comprarse o venderse -ya sean armas, alimentos o vidas humanas- tienen en su lenguaje un solo nombre: mercadería”.

Para leer más:

Lezcano, Pedro: Mis islas y los días. Centro de la Cultura Popular Canaria, Santa Cruz de Tenerife, 2003.

La eficiencia económica en palabras de Max-Neef

_Z0B0426f

El economista chileno Manfred Max-Neef (1932-2019) defendió una nueva economía divergente del pensamiento económico hoy por hoy dominante que prioriza el crecimiento ilimitado de la producción de bienes. Su enfoque crítico aborda la cara adversa de una economía autocentrada en maximizar la eficiencia.

«La economía ha adorado la eficiencia y, en su nombre, hemos evolucionado de economías de escala a lo que quisiera llamar deseconomías de dimensiones incontrolables. La eficiencia económica de este proceso es indiscutible y otro tanto puede decirse de su poder para saquear los recursos naturales, de su capacidad de contaminar y de su contribución al aumento de los ataques cardíacos y de la hipertensión. Y cuando se han consolidado las dimensiones de gran escala, su evolución solo es posible en términos de crecer cada vez más. El sistema ya no se expande para servir las necesidades de consumo de la gente; es la gente la que consume para servir las necesidades de crecimiento del sistema. Mientras la alineación, el tedio, la insatisfacción, el deterioro urbano y rural, la inseguridad y, finalmente, la deshumanización no sean contabilizados como costes del proceso, este continuará pareciendo eficiente y de gran éxito de acuerdo a los criterios tradicionales que lo juzgan».

Para leer más:

Manfred Max-Neef: Economía herética. Icaria, Barcelona, 2017.

Economía y planificación, en palabras del físico Albert Einstein

_MG_8363

Albert Einstein (1879-1955), además de célebre científico, fue un gran humanista preocupado por el porvenir de la sociedad. No sólo se ocupó de la ciencia sino que, como plasmó en sus escritos, la curiosidad intelectual lo llevó a reflexionar sobre temas diversos, entre ellos, la economía,  el progreso y la justicia social.

Como expresó en el discurso que pronunció ante una asamblea de estudiantes pacifistas alemanes hacia el año 1930, la planificación es necesaria si queremos resolver el problema de la pobreza y alcanzar una sociedad más justa.

«Hoy podemos producir, con muchísimas menos horas de trabajo, el suministro necesario de alimentos y bienes de consumo. En cambio, se ha hecho mucho más difícil el problema de la distribución del trabajo y de los bienes manufacturados. Todos creemos que el libre juego de las fuerzas económicas, el afán individual incontrolado de riqueza y de poder, ya no conducen automáticamente a una solución aceptable de estos problemas. Hay que organizar la producción, el trabajo y la distribución, siguiendo un plan definido, para evitar que se pierdan valiosas energías productivas y que grandes sectores de la población se empobrezcan y desmoralicen».

Igualmente, sensibilizado como estaba con el grave problema del paro que sacudía a Estados Unidos en los años 30 del siglo pasado, Albert Einstein llegó a pronunciar las siguientes palabras:

«Pero el libre juego de las fuerzas económicas no vencerá por sí solo automáticamente estas dificultades. La comunidad ha de aplicar normas que impongan una distribución razonable del trabajo y de los bienes de consumo entre todos los seres humanos. Sin esto, la asfixia alcanzará hasta a los habitantes del país más rico. El hecho es que, dado que el volumen de trabajo necesario para cubrir las necesidades de todos es menor gracias a la mejora de los métodos técnicos, el libre juego de las fuerzas económicas ya no genera una situación en la que pueda encontrar empleo todo el trabajo disponible. Son necesarias una organización y una legislación adecuadas para que los resultados del progreso técnico beneficien a todos».

Para leer más:

Albert Einstein: Mis ideas y opiniones. Antoni Bosch, Barcelona, 2011.

La economía según Henry D. Thoreau

_Z0B6032

Para el escritor naturalista Henry D. Thoreau (1817-1862) la naturaleza llegó a ser la savia de su vida. Decepcionado por el devenir del mundo moderno se refugia durante más de dos años en la cabaña que construyó junto a la orilla de la laguna Walden, en Concord.

Fruto de esa vida asceta escribió su celebre obra «Walden o la vida en los bosques». Este libro, que se convierte en el diario informal de un periodo trascendental de su existencia, queda estructurado en dieciocho capítulos, el primero de los cuales Thoreau lo titula «Economía». Porque, como escribió en esas primeras páginas:

«La economía es un tema que puede ser tratado con ligereza, pero no puede ignorarse».

De la lectura detenida de ese primer capítulo de Walden, pueden extraerse algunas ideas principales sobre lo que, según Thoreau, es y debiera ser la economía.

Economía del vivir.

Thoreau aboga por una economía que centre su atención en la vida real, en resolver los problemas de la gente. Por eso lamentaba el academicismo económico que se enseña en los colleges, encerrado en el mundo de las ideas y alejado de la realidad cotidiana.

«Hasta el estudiante pobre estudia y le es enseñado sólo economía política, mientras que esa economía del vivir, que es sinónimo de filosofía, ni siquiera es profesada sinceramente en nuestros colleges. Y la consecuencia es que, mientras que aquél lee a Adam Smith, a Ricardo y a Say, hace que su padre se endeude irremediablemente».

Al igual que los colleges con su teórico método de enseñanza de la economía, otras «mejoras modernas» lo que realmente generan es mucha ilusión y poco progreso auténtico.

«Nuestros inventos suelen ser juguetes bonitos que distraen nuestra atención de cosas más serias».

Bienes materiales.

Thoreau promulga una economía sencilla, orientada a las satisfacción de las necesidades básicas. La economía debería atender fundamentalmente lo que es «necesario para la vida».

Para muchos seres vivos sólo existen dos cosas que son verdaderamente necesarias: la comida y el refugio, como es el caso del bisonte de la pradera que busca la hierba y el agua para alimentarse y el bosque para cobijarse.

Por lo que respecta a las necesidades del hombre, Thoreau expone:

«En cuanto al hombre, en estas latitudes pueden ser distribuidas en los siguientes apartados: Alimento, Habitación, Vestimenta y Calor, pues a menos que nos hayamos provisto de éstos no estamos preparados para abordar con libertad y probabilidades de éxito los verdaderos problemas de la vida».

De acuerdo con sus vivencias personales, a estos bienes esenciales Thoreau añade otros:

«Mi propia experiencia me hace ver que ahora, en este país, algunas cosas: un cuchillo, un hacha, una azada, una carretilla, etc., y para el estudioso una lámpara, recado de escribir y acceso a algunos libros cuentan junto a lo necesario y pueden ser obtenidos a precio irrisorio».

Bienes inmateriales.

Según Thoreau ir mucho más allá en la posesión de bienes materiales provoca el aumento de los problemas de la vida y el alejamiento de la elevación humana. La abundancia de bienes materiales superfluos «enerva y destruye las naciones».

«La mayoría de lujos y muchas de las llamadas comodidades de la vida no sólo no son indispensables, sino obstáculo cierto para la elevación de la humanidad».

Satisfechas las necesidades básicas para la vida, en lugar de perseguir la obtención de bienes superfluos, tenemos una alternativa: «aventurarse en la vida»

La vida de los sabios y antiguos filósofos chinos, hindúes, persas y griegos nos ha enseñado que, a pesar de su pobreza externa, lo importante es la riqueza interna.

«La tierra se revela apropiada para la semilla puesto que ésta ha proyectado su raicilla hacia abajo y puede elevar ahora su tallo con confianza. ¿Para qué ha enraizado el hombre tan firmemente en la tierra, si no para elevarse hacia los cielos en igual medida?»

Dinero.

También dedicó algunas palabras, como no podía ser de otra forma, a un elemento crucial de la economía: el dinero.

«Eso de dedicar la mejor parte de la vida a ganar dinero con objeto de disfrutar de una libertad cuestionable durante la peor parte de aquélla me recuerda a aquel inglés que se fue a la India a hacer fortuna para luego poder regresar a Inglaterra y vivir una vida de poeta».

Tiempo.

La «economía de Thoreau» nos obliga a hacernos el siguiente planteamiento: ¿y si en lugar de maximizar la posesión de dinero nos ponemos como objetivo maximizar el buen uso del tiempo?

«En cualquier circunstancia, de noche o de día, siempre he tenido ansias de mejorar el momento y de hacerlo plenamente mío; de detenerme en la encrucijada de dos eternidades, el pasado y el futuro, que es precisamente el presente, y vivirlo al máximo».

Trabajo.

Sobre el trabajo dos ideas principales pueden extraerse de las reflexiones de Thoreau.

En primer lugar, se cuestiona el verdadero valor que la sociedad moderna le da al trabajo:

«La mayoría de los hombres, incluso en este país relativamente libre, se afanan tanto por los puros artificios e innecesarias labores de la vida, que no les queda tiempo para cosechar sus mejores frutos. De tanto trabajar, los dedos se les han vuelto torpes y demasiado temblorosos. Realmente, el jornalero carece día tras día de respiro que dedicar a su integridad; no puede permitirse el lujo de trabar relación con los demás porque su trabajo se depreciaría en el mercado. No le cabe otra cosa que convertirse en máquina».

En segundo lugar, postula no seguir ciegamente el principio de la división del trabajo. Thoreau se pregunta cuáles son los límites y el objeto de la división del trabajo. Es partidario de no rendirse totalmente a este principio y, en su lugar, practicar «el arte de vivir».

Thoreau, que durante su estancia en Walden fue agrimensor, carpintero y jornalero diverso, encontró el goce y la motivación en lo que hacía.

«¿Cederemos siempre al carpintero el placer de construir?»

Equidad.

Gran observador del mundo que le rodea, Thoreau es testigo de las desigualdades sociales y de la pobreza que sufre buena parte de sus conciudadanos.

«…me basta con contemplar las chabolas que por doquier se alinean a lo largo del tendido férreo, ese último logro de nuestra civilización; otro tanto cabría decir ante la imagen que con ocasión de mis paseos cotidianos ofrecen a mis ojos tantos seres humanos hacinados en lóbregos cuchitriles, con la puerta abierta durante todo el invierno en ansiosa búsqueda de luz, sin provisión de leña a la vista o siquiera imaginable, donde jóvenes y viejos muestran el cuerpo contraído por el hábito de encogerse ante el frío y la miseria, y los miembros achatados de tanta y tanta escasez. En verdad que es de justicia el reparar en esa clase de hombres a cuyo trabajo se deben los logros que distinguen esta generación».

Fue sensible a la situación de escasez y  pobreza de su comunidad, que paradójicamente coexistía con los adelantos más modernos de la civilización.

«Mientras que la civilización ha ido mejorando nuestro hábitat, no ha hecho igual con los hombres que han de poblarlo».

Bondad.

Thoreau, que confiesa que ha hecho poco en materia de filantropía, define una idea de bondad que difiere del tipo de caridad que los hombres practican con frecuencia en la sociedad.

Su propuesta es hacer el bien «sin especial intención», de forma sincera, no corrompida, asegurándonos de que se presta al pobre la ayuda que verdaderamente necesita.

«Hay mil podando las ramas del mal por cada uno que se dedica a erradicarlo; y aun es posible que quien más tiempo y dinero vuelca en los necesitados sea quien por su modo de vida contribuye a la miseria que trata en vano de socorrer».

Entregarnos a la bondad en su completitud:

«Quiero la flor y el fruto del hombre, que algo de su fragancia me sea impartida y que su madurez arome nuestras relaciones. Su bondad no debe ser parcial y transitoria sino un desbordamiento constante que nada le cueste y en el que no repare».

Soberanía alimentaria.

Su vida retirada en la cabaña que se construyó en Walden lo llevó a practicar la soberanía alimentaria. Empezando por «el antiguo e indispensable arte de hacer pan» llegó a proveerse de su comida evitando todo tipo de comercio.

«Cualquier habitante de Nueva Inglaterra puede cosechar fácilmente todos los ingredientes de su pan en ese país de centeno y maíz, y así, no depender de mercados remotos y fluctuantes. Pero nos hemos alejado tanto de la sencillez y de la autonomía, que en Concord rara vez se encuentra maíz dulce fresco, ni en forma de harina, ni molido, ni como papilla ni en forma aun más basta, pues contados son los que saben de su utilidad. Los más de los granjeros se lo dan al ganado, adquieren en el comercio harina de trigo que no siendo más saludable que aquél les resulta mucho más cara. Yo vi que podía obtener fácilmente uno o dos bushels de centeno y maíz, pues el primero crecerá en la tierra más pobre y el segundo no reclama la mejor, y que podía molerlos en un molinillo de mano y pasarme sin arroz ni cerdos, y si necesitaba algún endulzante concentrado, la experiencia me ha demostrado que podía obtener una excelente melaza de calabaza o remolacha cuando no de unos pocos arces, que me lo darían más fácilmente aún, y mientras crecían, de varios sustitutos que no he nombrado».

Naturaleza.

La economía sencilla que defiende Thoreau está en armonía con la Naturaleza; no despilfarra recursos a la vez que aprovecha de ella sus valiosos y gratuitos beneficios.

«Subrayaré, por cierto, que las cortinas me salen gratis, pues no tengo ningún curioso que evitar, fuera del sol y la luna, y me agrada que éstos me observen. La luna no agriará mi leche ni manchará mi carne, ni el sol dañará mis muebles ni decolorará mi alfombra; y si alguna vez resulta un amigo en exceso caluroso, me parece mejor economía retirarme tras de una cortina suministrada por la Naturaleza que el añadir un solo detalle más al interior de mi casa».

En definitiva, Henty D. Thoreau, en Walden, nos propone una economía sencilla, sostenible, vital, solidaria, buena, autónoma, libre y sabia.

Para leer más:

Henry D. Thoreau (1854): Walden o la vida en los bosques.

La idea de bienestar según Amartya K. Sen

7. Manyara-2_2009.12.05. Tanzania

A diferencia de la corriente principal de la economía neoclásica del bienestar, que se apoya en la idea originaria de la utilidad individual entendida como resultante de la mayor o menor posesión de bienes de mercado, economistas como Amartya K. Sen expresan que tal razonamiento conlleva serios inconvenientes.

Sen se pregunta si es correcto concebir el bienestar como utilidad tal y como hace el pensamiento económico neoclásico. Para ello, expone, desde un primer momento, que existen básicamente tres interpretaciones diferentes del concepto de utilidad:

a) como felicidad

b) como satisfacción del deseo

c) como elección.

En los tres casos nos encontramos, según este economista, con importantes dificultades para lograr la comparabilidad interpersonal del bienestar de dos personas así como para cuantificar la utilidad o satisfacción que obtiene un individuo cuando consume un bien o un servicio. Rechaza, por ello, la pretensión de que la utilidad sea representativa del bienestar.

En su lugar, la contribución de Amartya K. Sen se fundamenta en que “la característica esencial del bienestar es la capacidad para conseguir realizaciones valiosas”, esto es, se concibe “el bienestar en términos de vectores de realización y de la capacidad para conseguirlos”.

El bienestar hay que relacionarlo, por tanto, no ya con la posesión de bienes sino con las realizaciones y la capacidad para llevar a cabo aquellas realizaciones (p. e., andar, ver, leer, estar sano o nutrido) que la persona desea libremente.

Para leer más:

Amartya K. Sen (1985): “Well-being, Agency and Freedom: The Dewey Lectures 1984″. (Conferencias de Dewey de 1984, publicadas en castellano en Amartya K. Sen: Bienestar, justicia y mercado. Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona, 1997).

 

Una cita con el arco iris en la obra de Goethe

_MG_5876f

Es conocida la riqueza de escenas como vívidos cuadros de pinturas literarias que presenta Fausto, la célebre obra de Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832). Traemos hasta aquí un bello pasaje del acto I de la segunda parte de la tragedia.

Mientras amanece, el doctor Fausto, rodeado de espíritus con graciosas formas, invoca a la naturaleza y a la formación del arco iris:

“¡Quede, pues el sol a mi espalda! La cascada de agua, que ruge a través de la grieta de las peñas, la contemplo con entusiasmo creciente; de caída en caída se va abriendo en miles, y luego derrama en otros mil torrentes, zumbando y elevando por el aire espuma tras espuma. Pero ¡qué espléndidamente, respondiendo a este empuje, se eleva el arco policromo en perpetua alternancia unas veces trazando nítidamente, otras veces fundiéndose en el aire, y difundiendo en torno lluvia fresca y aromada! Ahí se refleja el esfuerzo humano. Medita sobre él, y comprenderás exactamente: en ese fulgor coloreado tenemos la vida”.

Para leer más:

Johann Wolfgang von Goethe (1832): Fausto

 

K. William Kapp y los costes ambientales de la economía abierta

12. Chongqing_1. China

En 1976 el economista de origen alemán Karl William Kapp (1910-1976), uno de los inspiradores de la denominada ecología política, escribió el artículo The Open System Character of the Economy and its implications. En él defendió que todo sistema económico hay que entenderlo con su carácter abierto. Esto significa que no es aceptable concebir la producción y el consumo aisladamente del sistema ecológico. Lo contrario, considerar que la economía es un sistema cerrado independiente de otros sistemas, como el ecológico y el político e institucional, es perpetuar una equivocada percepción de la realidad, según Kapp.

Los sistemas económicos no son sistemas cerrados y autorregulados, sino sistemas abiertos que para su reproducción dependen de los recursos que extraen del medio físico, y en el que depositan residuos y contaminantes tras las actividades de producción, distribución y consumo.

En opinión de Kapp los costes sociales del crecimiento económico han estado largamente descuidados:

«La producción y el consumo ponen en movimiento procesos complejos que tienen graves consecuencias negativas sobre el medio ambiente físico y social y que ejercen un efecto inevitable en la distribución; estas interdependencias implican una forzosa transferencia de costes sociales «no pagados» que constituyen una redistribución secundaria del ingreso real primordial (pero no exclusivamente) para los miembros económicamente más débiles de la sociedad, así como también para las generaciones futuras».

A diferencia de los economistas neoclásicos, Kapp pensaba que el tratamiento de los costes medioambientales mediante una valoración monetaria es claramente insuficiente para corregir la medición del producto nacional. Dado que estamos ante sistemas económicos abiertos donde operan efectos acumulativos, es necesario volver a definir y formular los conceptos de costes y ganancias, así como los criterios de eficiencia y optimalidad económica.

Según Kapp debemos reconocer las limitaciones de la doctrina económica tradicional:

“…la crisis ambiental obliga a los economistas a reconocer las limitaciones de sus enfoques metodológicos y cognoscitivos, y a revisar los alcances de su ciencia. Los economistas clásicos –Adam Smith y sus sucesores- todavía podían pretender, con alguna justificación, que era posible entender los sistemas económicos como sistemas semicerrados porque, en su época, el aire, el agua, etc., eran, en cierto sentido, bienes ‘libres’ y porque estaban convencidos –equivocadamente- de que la acción racional –bajo condiciones competitivas- sólo tenía efectos sociales positivos. Esta creencia ha resultado ser una ilusión. Asirse a ella frente a la crisis ambiental solamente puede considerarse como un autoengaño y un fraude para los demás”.

Para leer más:

William Kapp: «El carácter de sistema abierto de la economía y sus implicaciones». Publicado en F. Aguilera y V. Alcántara (comp.): De la economía ambiental a la economía ecológica. Icaria, Barcelona, 1994.

[Publicado originalmente como K. William Kapp: «The Open System Character of the Economy and its implications» en Kurt Dopfer (ed.): Economics in the Future: Towards a New Paradigm, London, MacMillan, 1976].

 

Una cita de John K. Galbraith sobre medio ambiente

21. Shanghai_2. China

El célebre economista John Kenneth Galbraith (1908-2006) refiriéndose a la protección del medio ambiente escribió estas palabras en su conocida obra La Era de la incertidumbre:

«Sólo protegemos nuestro medio ambiente cuando decimos lisa y llanamente lo que se puede y lo que no se puede hacer al aire, al agua, al paisaje. Es una verdad difícil. Si hay que ahorrar energía sin perjudicar los empleos, empecemos por el propio automóvil. Los recursos duran más si se usan menos. Es otra verdad difícil».

Para leer más:

John Kenneth Galbraith (1977): La Era de la incertidumbre.