El valor de lo público: una cita con Tomás Moro

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En Utopía, la república imaginada por Tomás Moro (1478-1535) en el siglo XVI, la sociedad está organizada de tal forma que el sentido de colectividad está asegurado.

En una sociedad donde no existen la codicia y la desigualdad, el valor de lo público prevalece sobre el interés privado. En la república de Utopía todo es de todos. Al no imperar la propiedad privada, los individuos piensan, en primer lugar, en la comunidad, de la que se sienten partícipes. De este modo todos los utopienses consiguen vivir con sus necesidades cubiertas, con alegría y sin temor al futuro.

«… una república que, estoy cierto, no solamente es la mejor sino la única que por propio derecho puede recabar para sí el nombre de república. Porque en otros sitios, los que hablan para todo del beneficio público se cuidan del privado; aquí, donde no hay nada privado, asumen en serio la gestión pública. Con razón, por cierto, en uno y otro caso. En efecto, en otros sitios ¿cuántos hay que no sepan que, si no se proveen en particular, perecerán de hambre, por muy floreciente que esté la república?; y por eso es la necesidad la que les induce a creer que se han de ocupar de sí antes que del pueblo, es decir, de los otros. Aquí, por el contrario, donde todo es de todos, no hay quien dude de que a nadie le faltará lo suyo privado (con tal que se atienda a que los graneros públicos estén llenos). Pues ni la distribución de los bienes es cicatera ni hay ningún indigente o mendigo; no teniendo ninguno nada, son todos, sin embargo, ricos. Pues, ¿qué riqueza mayor puede haber que vivir con ánimo alegre y tranquilo, excluida absolutamente cualquier preocupación?

Para leer más.

Tomás Moro: Utopía. Taurus, Barcelona, 2016.

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La felicidad humana en palabras de Tomás Moro

Entre las grandes aportaciones de Tomás Moro (1478-1535) se encuentran sus reflexiones sobre el complejo concepto de felicidad. El legado del pensador inglés pervive cinco siglos después, del que destaca su célebre obra Utopía.

Los habitantes de la república imaginaria que creó Tomás Moro viven en armonía porque han conseguido saber cuáles son las cosas que contribuyen a la felicidad humana.  En primer término, los utopienses se inclinan a pensar que el deleite del placer es lo que define la felicidad. Opinan que lo razonable es que los seres humanos busquen disfrutar de los placeres de la vida y eviten soportar el dolor “del que no esperas ningún fruto”.

Por placer entienden “todo movimiento y estado del cuerpo o del espíritu cuya vivencia en conformidad con la naturaleza deleita”. Pero, además, los habitantes de la república de Utopía han conseguido identificar qué placeres son los que conducen a la buena vida:

“Ahora bien, no piensan que la felicidad está en todo placer, sino en el bueno y honesto. Hacia él, como hacia el sumo bien, es arrastrada nuestra naturaleza por la virtud, única a la que la opinión contraria atribuye la felicidad.”

Para aprehender la felicidad humana hay que saber diferenciar los placeres verdaderos de los placeres adulterados, entre los que se encuentran la vanidad y la codicia:

“Qué decir de quienes acumulan riquezas para disfrutar no con el empleo de ese caudal sino con su sola contemplación?; ¿catan acaso el verdadero o son más bien burlados por un falso placer?”

En Utopía los placeres verdaderos que definen la felicidad pueden ser diversos, pudiéndose distinguir dos grandes categorías: los placeres del cuerpo y los placeres del espíritu.

En la categoría de los placeres del cuerpo figuran los que bañan los sentidos, como cuando recuperamos, con la comida y la bebida, el calor natural que hemos consumido, y la conservación de una buena salud, entendiendo en este caso el placer como ausencia del dolor de las enfermedades que no sufrimos.

Dentro de la categoría de los placeres del espíritu, Tomás Moro incluye los placeres de la inteligencia, la contemplación de la verdad, los buenos recuerdos y la segura esperanza:

“Al espíritu le adjudican el conocimiento y aquella dulzura que naciere de la contemplación de la verdad, a lo que se añade la grata memoria de una vida bien llevada y la esperanza sin vacilaciones en el bien futuro”.

Entre todos los placeres que comprenden la felicidad humana los utopienses conceden un mayor valor a los placeres del espíritu:

“Acogen, por tanto, en primer término los placeres del espíritu (pues los tienen por los primeros y principales de todos), la mayoría de los cuales creen que dimanan del ejercicio de las virtudes y de la conciencia de una vida buena”.

Para lograr la felicidad, estos placeres verdaderos del espíritu se complementan con la conservación de una salud buena y el cultivo de tres dones especiales que nos regala la naturaleza:

“La belleza, en cambio, la fortaleza, la agilidad, los cultivan gustosamente cual dones propios y agradables de la naturaleza. Hasta aquellos placeres que se perciben por los oídos, los ojos y las narices, que la naturaleza quiso fueran propios y peculiares del hombre (pues ningún otro género de animales admira la belleza y pulcritud del mundo, o se conmueve por la gracia de los olores si no es para la discriminación de alimento, ni distingue las distancias cónsonas y discordes entre sí de los sonidos), incluso éstos, digo, los persiguen como una especie de condimentos de la vida”.

Para leer más:

Tomás Moro: Utopía. Taurus, Barcelona, 2016.

Una cita con la ciudad utopiense de Tomás Moro

Torre de Londres (Inglaterra), donde fue preso y decapitado Tomás Moro en 1535.

En su célebre obra Utopía, el pensador inglés Tomás Moro (1478-1535) describe una república insular ideal en la que sus habitantes eran felices ya que respiraban «un grado de civilización y humanismo que supera ahora casi al resto de los mortales».

En la república de Utopía existen, junto con su capital Amauroto, un total de 54 ciudades, «todas espaciosas y magníficas». En ellas sus habitantes gozan de un estilo de vida que, al no propiciar la codicia y la soberbia, impide que existan la pobreza y la inequidad.

«Toda ciudad está dividida en cuatro partes iguales. En el centro de cada una de las partes hay un mercado para todo. Se depositan allí, en casas especiales, los productos de cada familia, y se reparte cada especie por separado en almacenes. A ellos acude el padre de familia a buscar lo que él y los suyos necesitan, y sin dinero, sin ninguna compensación en absoluto, retira lo que buscare. ¿Por qué se le habrá de negar nada, si sobra de todo y no reina temor alguno de que alguien quiera recabar más de lo que es preciso? Pues, ¿por qué razón pensar que pedirá cosas innecesarias quien tiene por cierto que nunca le ha de faltar nada? Efectivamente, lo que vuelve ávido y rapaz es, en el reino todo de los vivientes, el temor a la privación, o, en el hombre, la sola soberbia, que tiene a gloria el sobrepujar a los demás en la ostentación de lo superfluo, tipo este de vicio que no tiene absolutamente ninguna cabida en las instituciones de los utopienses».

Para leer más:

Tomás Moro: Utopía. Taurus, Barcelona, 2016.

El dinero: dos citas con Tomás Moro

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El pensador inglés Tomás Moro (1478-1535)  reflexionó, esu célebre obra Utopía, sobre cómo debería ser la organización de la sociedad para que sus habitantes vivieran felices. Uno de los requisitos que habría que reunir toda sociedad para ser feliz es la limitación del uso del dinero.

Según Moro, los hechos demuestran que la tenencia del dinero lo que promueve no es precisamente el humanismo y el cultivo de las virtudes, sino que, por el contrario, propicia la extensión de la codicia y otros males sociales.

«…estos hombres funestísimos, que lo que sería suficiente para todos se lo reparten todo entre ellos con insaciable codicia, ¡qué lejos están de la felicidad de la república de los utopienses! De la cual, al haber abolido enteramente, junto con su uso, toda codicia por el dinero, ¡qué mole de molestias tan grande se ha cercenado!, ¡qué semillero tan grande de crímenes se ha arrancado de raíz! Porque, ¿quién no sabe que los fraudes, los robos, las rapiñas, las riñas, los tumultos, las disensiones, las sediciones, las muertes, las traiciones, los envenenamientos, refrendados más que refrenados por los castigos cotidianos, desaparecerían al mismo tiempo que se acabase con el dinero? A más de esto, perecerían en el mismo instante que el dinero el miedo, la preocupación, los cuidados, las fatigas, las vigilias. Más aún, la pobreza misma, única que parece necesitar de los dineros, disminuiría también al punto si se aboliese el dinero por completo.»

Por eso, en la república de Utopía, donde sus ciudadanos viven felices, no existe el dinero; sólo aquel estrictamente necesario para sufragar los gastos del ejército en caso de agresión externa.

«Efectivamente, puesto que ellos no utilizan dinero sino que lo reservan para aquella eventualidad que igual que puede presentarse puede no ocurrir nunca, emplean mientras el oro y la plata (de los que aquél se hace) de manera que nadie los estime más de lo que merece su naturaleza, la cual ¿quién no ve lo muy inferior que es al hierro? Porque sin ése, a fe que los mortales no pueden vivir más que sin el fuego y el agua, mientras que al oro y a la plata no les ha dado la naturaleza uso alguno del que no podamos prescindir fácilmente, si no fuera que la necedad de los hombres ha puesto precio a lo raro. Muy al contrario, como madre indulgentísima ha dejado al descubierto todo lo mejor, como el aire, el agua, y la tierra misma, y ha apartado a lo más recóndito las cosas vanas y que no sirven para nada».

Porque «donde todos miden todo con el dinero, apenas si es posible obrar justa o provechosamente…»

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Tomás Moro: Utopía. Taurus, Barcelona, 2016.

Una cita con Tomás Moro: la equidad en Utopía

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En Utopía, la república imaginada por Tomás Moro (1478-1535) en el siglo XVI, la sociedad está organizada de tal forma que el principio de equidad está muy presente. Los habitantes de Utopía viven felices. Todos los utopienses «tienen abundancia de todo gracias a que se reparte equitativamente».

«Quisiera en este punto que alguien se atreva a comparar con esta equidad la justicia de las otras gentes, entre las cuales así me muera si hallo algún vestigio siquiera de justicia y de equidad. Porque, ¿qué justicia es que un noble, o un orífice, o un usurero, o, en fin, uno cualquiera de esos que no hacen nada absolutamente o que, si lo hacen, es de tal jaez que no resulta mayormente necesario para la república, consigan a base de ocio o de un negocio superfluo una vida suntuosa y espléndida, mientras, de otro lado, un azacán, un cochero, un artesano, un agricultor, con un trabajo tan grande y tan continuo que apenas lo soportan las bestias de carga, tan necesario que sin él no podría una república durar ni un año siquiera, logran, sin embargo, un sustento tan cicatero, llevan una vida tan mísera que hiciera parecer mucho mejor la condición de las bestias de carga, que no tienen un trabajo tan asiduo ni un sustento mucho peor (y para ellas hasta más delicado), ni desde luego, temor alguno del futuro?

Para leer más:

Tomás Moro: Utopía. Taurus, Barcelona, 2016.

 

 

Una cita con Tomás Moro: la felicidad en Utopía

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Con su célebre obra Utopía, el pensador inglés Tomás Moro (1478-1535) nos dejó escrito cómo podría ser la organización de esa sociedad ideal en la que sus habitantes vivieran felices.

Dicha sociedad tendría que alcanzar un alto grado de civilización y humanismo. Por eso los habitantes de la república de Utopía emplean adecuadamente su tiempo, de modo que el pesado trabajo corporal ocupe una jornada de no más de seis horas diarias, lo que permite destinar más tiempo a las letras y las artes, o a cualquier otra actividad libremente elegida que fomente el cultivo del espíritu.

«Al estar todos empleados en oficios útiles y ser menos los trabajos que éstos deparan, se procede en ocasiones, cuando la provisión de todos los bienes ya es abundante, a sacar a una multitud inmensa a reparar las vías públicas (si hay alguna que esté deteriorada); muchísimas veces incluso, cuando ni siquiera hay necesidad de un servicio de este tipo, ordenan menos horas de trabajo público. Pues los magistrados no ocupan a los ciudadanos contra su voluntad en trabajos excusados, siempre y cuando la creación de la república tiene como fin primordial precisamente éste: en la medida que lo permiten las necesidades públicas, asegurar a los ciudadanos el máximo de tiempo para la libertad, y cultivo del espíritu, cobrándolo de la servidumbre corporal. Pues en esto piensan que estriba la felicidad de la vida».

Para leer más:

Tomás Moro: Utopía. Taurus, Barcelona, 2016.

Un lugar llamado Utopía

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Ante los males que aquejaban a la sociedad de su época, el pensador inglés Tomás Moro (1478-1535) reflexionó sobre cuál podría ser la organización social ideal. De este modo escribió su célebre obra Utopía, que dio a conocer en el año 1516.

La república de Utopía será la plasmación de esa sociedad deseable. Se trata de una isla, en forma de luna creciente, que alcanza en su zona más ancha una extensión de doscientos mil pasos. En ella predomina «un grado de civilización y humanismo que supera ahora casi al resto de los mortales».

«Al estar lejos del mar, rodeados de montañas casi por todas partes y satisfechos con los frutos de su tierra que no les escatima nada, no es frecuente que ellos salgan ni que otros vengan. Sin embargo, es costumbre ancestral de esta gente no tratar de ampliar sus fronteras, siendo fácil defender las que tienen contra cualquier violación gracias a los montes y al impuesto que pagan al soberano. Exentos de todo quehacer militar, viven no tanto espléndida cuanto confortablemente, y felices, más que nobles o famosos. Creo, en efecto, que apenas son conocidos ni de nombre a no ser por sus vecinos más inmediatos».

Para leer más:

Tomás Moro: Utopía. Taurus, Barcelona, 2016.