El mercado, ese lugar de encuentro entre vendedores que ofrecen sus mercancías y compradores que a cambio entregan su dinero para adquirirlas, es considerado como elemento fundamental para lograr el progreso de la sociedad. Además, el mercado llega a alzarse como institución social que garantiza el ejercicio de la libertad de los individuos.
Sin embargo, las fallas que encierra el mercado, donde la competencia perfecta es una irrealidad, no son suficientemente atendidas ni corregidas. Voces autorizadas como las del catedrático y economista humanista José Luis Sampedro (1917-2013), no siendo partidario de su abolición, nos hace reflexionar sobre la inconsistencia que supone equiparar el mercado con la libertad.
En su obra El mercado y la globalización (2002), Sampedro, con el rigor y la sencillez habituales de esta mente sabia, nos legó en unas pocas líneas ideas como la siguiente:
“Cuando, una vez más, alguien nos repita que ‘el mercado es la libertad’ invitémosle a practicar un sencillo experimento mental, consistente en imaginar que entra en un mercado a comprar pero no lleva dinero: constatará en el acto que no podrá comprar nada, que sin dinero no hay allí libertad, que la libertad de elegir la da el dinero”.
Para leer más:
Sampedro, José Luis: El mercado y la globalización. Ediciones Destino, Madrid, 2003.
Albert Einstein (1879-1955), además de célebre científico, fue un gran humanista preocupado por el porvenir de la sociedad. No sólo se ocupó de la ciencia sino que, como plasmó en sus escritos, la curiosidad intelectual lo llevó a reflexionar sobre temas diversos, entre ellos, la economía, el progreso y la justicia social.
Como expresó en el discurso que pronunció ante una asamblea de estudiantes pacifistas alemanes hacia el año 1930, la planificación es necesaria si queremos resolver el problema de la pobreza y alcanzar una sociedad más justa.
«Hoy podemos producir, con muchísimas menos horas de trabajo, el suministro necesario de alimentos y bienes de consumo. En cambio, se ha hecho mucho más difícil el problema de la distribución del trabajo y de los bienes manufacturados. Todos creemos que el libre juego de las fuerzas económicas, el afán individual incontrolado de riqueza y de poder, ya no conducen automáticamente a una solución aceptable de estos problemas. Hay que organizar la producción, el trabajo y la distribución, siguiendo un plan definido, para evitar que se pierdan valiosas energías productivas y que grandes sectores de la población se empobrezcan y desmoralicen».
Igualmente, sensibilizado como estaba con el grave problema del paro que sacudía a Estados Unidos en los años 30 del siglo pasado, Albert Einstein llegó a pronunciar las siguientes palabras:
«Pero el libre juego de las fuerzas económicas no vencerá por sí solo automáticamente estas dificultades. La comunidad ha de aplicar normas que impongan una distribución razonable del trabajo y de los bienes de consumo entre todos los seres humanos. Sin esto, la asfixia alcanzará hasta a los habitantes del país más rico. El hecho es que, dado que el volumen de trabajo necesario para cubrir las necesidades de todos es menor gracias a la mejora de los métodos técnicos, el libre juego de las fuerzas económicas ya no genera una situación en la que pueda encontrar empleo todo el trabajo disponible. Son necesarias una organización y una legislación adecuadas para que los resultados del progreso técnico beneficien a todos».
Para leer más:
Albert Einstein: Mis ideas y opiniones. Antoni Bosch, Barcelona, 2011.
La máxima obra del economista escocés Adam Smith (1723-1790), Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1776), es un punto de partida fundamental para aproximarnos al conocimiento de los factores que propician los avances materiales del mundo moderno.
Adam Smith. Cementerio de Canongate, Edimburgo
Smith mostró una gran preocupación por el progreso de la sociedad de su época, lo que entendido en términos actuales vendría a equivaler al logro del objetivo del crecimiento económico, esto es, el incremento continuado de la producción de bienes y servicios de un país o región.
Para ello una condición básica a garantizar, desde la óptica smithiana, es el fomento de la acumulación de capital -en detrimento de las rentas de la tierra y los salarios. En palabras del propio autor:
Donde predomina el capital, prevalece la actividad económica; donde prevalece la renta, predomina la ociosidad. Cualquier aumento o disminución del capital promueve de una manera natural el aumento o la disminución de la magnitud de la industria, el número de manos productivas y, por consiguiente, el valor en cambio de producto anual de la tierra y del trabajo del país, que es en definitiva la riqueza real y el ingreso de sus habitantes.
De aquí puede extraerse, en consecuencia, la definición que Smith realiza de riqueza, esto es, el producto anual de la tierra y del trabajo.
Es de destacar también en la obra de Smith la conocida diferenciación que hace entre valor en uso y valor en cambio de los bienes:
No hay nada más útil que el agua, pero con ella apenas se puede comprar cosa alguna ni recibir nada en cambio. Por el contrario, el diamante apenas tiene valor en uso, pero generalmente se puede adquirir, a cambio de él, una gran cantidad de otros bienes.
En su análisis será el concepto de valor de cambio de los bienes el realmente relevante desde el punto de vista económico, llegando a exponer una definición de la riqueza personal en los términos siguientes:
Todo hombre es rico o pobre según el grado en que pueda gozar de las cosas necesarias, convenientes y gratas de la vida humana. Pero una vez establecida la división del trabajo, es sólo una parte muy pequeña de las mismas la que se puede procurar con el esfuerzo personal. La mayor de ellas se conseguirá mediante el trabajo de otras personas, y será rico o pobre, de acuerdo con la cantidad de trabajo ajeno que pueda disponer o se halle en condiciones de adquirir.
Smith aporta otros dos conceptos básicos en su investigación de las causas de la riqueza de las naciones: la división del trabajo y la extensión del mercado.
El primero, la división del trabajo, da pie para comenzar precisamente el capítulo I de su magna obra, cuando expresa que:
el progreso más importante en las facultades productivas del trabajo, y gran parte de la aptitud, destreza y sensatez con que éste se aplica o dirige, por doquier, parecen ser consecuencia de la división del trabajo.
Gracias, por tanto, a la división del trabajo, que implica mayor destreza, ahorro de tiempo y empleo de maquinaria inventada -lo que en términos actuales conllevaría aspectos como una mejor organización empresarial, know how, formación, especialización profesional, innovación- es posible obtener un mayor número de bienes.
Ahora bien, esta división del trabajo se encuentra limitada por el segundo de los conceptos mencionados: la extensión del mercado. Para Smith era de especial interés ampliar los mercados, hecho que podría propiciarse bien a través de la eliminación de las restricciones al comercio, bien mediante la mejora del transporte y las comunicaciones.
Fuente: Adam Smith (1776): Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones.