La ciudad: una cita con María Zambrano

Con su obra filosófico-poética Claros del bosque, la escritora María Zambrano (1904-1991) nos sumerge en un no-lugar donde reinaba todo lo viviente: un remoto paraíso perdido al que el ser humano le debe su condición natural primigenia.

Hoy nuestro hábitat está marcado por la hegemonía de la urbe, en sus diversas formas. Con el nacimiento de las ciudades el ser humano optó por relegar a un segundo orden sus orígenes ancestrales y establecer fronteras no naturales a su mundo exterior.

«¿Sucedió alguna vez el que los seres humanos no habitaran en ciudad alguna? Pues que ciudad puede ser ya la cueva, el rudimentario palafito. Ciudad es todo lo que tiene techo. Y al tener techo, puerta. Un dintel y un techo, una habitación donde solamente su dueño y los suyos, y los que él diga, pueden entrar, por escaso abrigo que proporcione. Ya ese hombre ha trazado un límite entre su vida y la del universo, una frontera».

Para leer más:

María Zambrano: Claros del bosque. Alianza Editorial, Madrid, 2019.

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Los signos de la naturaleza en palabras de María Zambrano

La escritora María Zambrano (1904-1991), en su obra filosófico-poética Claros del bosque, nos invita a reflexionar sobre nuestra condición natural primigenia. Somos seres vivientes que no hemos de olvidar la naturaleza de la que formamos parte.

Fuimos en un principio habitantes de un universo donde reinaba todo lo viviente. Sin embargo, hoy, con frecuencia, no prestamos todos nuestros sentidos a los signos naturales de belleza, paz y armonía que nos envía el universo, porque preferimos enfocarnos en otras pretensiones…

«… hay que sorprenderse así mismo en el asombro ante la evidencia del signo natural: la figura impresa en las alas de una mariposa, en la hoja de una planta, en el caparazón de un insecto, y aun en la piel de ese algo que se arrastra entre todos los seres de la vida, ya que todo lo viviente aquí, de algún modo, se arrastra o es arrastrado por la vida. Signos que no pueden constituir señales, ni avisos. Y que si nos remitimos a ese aviso del puro sentir que vive envuelto en el olvido en todo hombre, se nos aparecen figuras y signos impresos desde muy lejos, y desde muy próximos; signos del universo.

Mirados tan sólo desde este sentir, estos signos nos conducen, nos reconducen más bien, a una paz singular, a una calma que proviene de haber hecho en ese instante las paces con el universo, y que nos restituye a nuestra primaria condición de ser habitantes de un universo que nos ofrece su presencia tímidamente ahora, como un recuerdo de algo que ya ha pasado; el lugar donde se vivió sin pretensiones de poseer».

Para leer más:

María Zambrano: Claros del bosque. Alianza Editorial, Madrid, 2019.

La paloma de María Zambrano

La escritora María Zambrano (1904-1991), en su obra filosófico-poética Claros del bosque, se inspira en la naturaleza animal para expresar con acierto sus pensamientos acerca de conceptos tan abstractos como el ser y el alma.

Para la filósofa Zambrano el ser permanece escondido y obliga a que nos preguntemos a nosotros mismos acerca de él. Por el contrario, el alma tiende a salir, a moverse libremente, como lo hace una paloma.

«De condición alada y dada a partir, se conduce como una paloma. Vuelve siempre, hasta que un día se va llevándose al ser donde estuvo alojada. Y así se sigue ante este suceso a la espera de que vuelva o de que se haya posado en algún lugar de donde no tenga ya que partir, hecha al fin una con el ser que se llevó consigo. Y que este irse haya sido para ella la vuelta definitiva al lugar de su origen, hacia el que se andaba escapando tan tenazmente. Obstinada la paloma, ¿cómo se la podría convencer de nada? Parece saber algo que no comunica, que, siendo tan afín con la palabra, nunca dice. No puede decirse ella así misma. Cuando falta, todo puede seguir lo mismo en el ser abandonado. Mas el ser que la ha perdido se queda quieto, fijo, en prisión. Y ningún signo que de ella no venga le sirve para orientarse. Ya que lo propio de la prisión es que priva, al que en ella cae, de toda orientación».

Para leer más:

María Zambrano: Claros del bosque. Alianza Editorial, Madrid, 2019.

La paloma de Kant

10. Gdansk. Polonia

La naturaleza siempre ha sido una rica fuente de inspiración para los grandes pensadores. El filósofo Immanuel Kant (1724-1804) prestó su atención al vuelo de una paloma para  exponer su pensamiento.

De la conocida parábola de la paloma de Kant se hizo eco Antonio Machado (1875-1939) en su libro «Juan de Mairena», publicado en 1936, con las siguientes palabras:

«Si leyerais a Kant -en leer y comprender a Kant se gasta mucho menos fósforo que en descifrar tonterías sutiles y en desenredar marañas de conceptos ñonos- os encontraríais con aquella famosa parábola de la paloma que, al sentir en las alas la resistencia que le opone el aire, sueña que podría volar mejor en el vacío. Así ilustra Kant su argumento más decisivo contra la metafísica dogmática, que pretende elevarse a lo absoluto por el vuelo imposible del intelecto discursivo en un vacío de intuiciones. Las imágenes de los grandes filósofos, aunque ejercen una función didáctica, tienen un valor poético indudable, y algún día nos ocuparemos de ellas. Conste ahora, no más, que existe -creo yo- una paloma lírica que suele eliminar el tiempo para mejor elevarse a lo eterno y que, como la kantiana, ignora la ley de su propio vuelo».

Y leyendo a Immanuel Kant nos encontramos con la original metáfora de la paloma que emplea en su célebre obra «Crítica de la razón pura»:

«La ligera paloma, que siente la resistencia del aire que surca al volar libremente, podría imaginarse que volaría mucho mejor aún sin un espacio vacío. De esta misma forma abandonó Platón el mundo de los sentidos, por imponer límites tan estrechos al entendimiento. Platón se atrevió a ir más allá de ellos, volando en el espacio vacío de la razón pura por medio de las alas de las ideas. No se dio cuenta de que, con todos sus esfuerzos, no avanzaba nada, ya que no tenía punto de apoyo, por así decirlo, no tenía base donde sostenerse y donde aplicar sus fuerzas para hacer mover el entendimiento. Pero suele ocurrirle a la razón humana que termina cuanto antes su edificio en la especulación y no examina hasta después si los cimientos tienen el asentamiento adecuado».

Para leer más:

Antonio Machado (1936): Juan de Mairena.

Immanuel Kant (1787): Crítica de la razón pura.

Tres citas con la naturaleza y el hombre en la obra de Lao Tse

Las enseñanzas recogidas en Tao Te Ching o «Libro del Sendero», atribuido al filósofo chino Lao Tse (ca. s. V a.C.), se inspiran con frecuencia en las fuerzas naturales. Extraemos aquí tres citas en las que se plasma la búsqueda de la armonía a través de la identificación del hombre con la naturaleza.

El hombre y las fuerzas de la naturaleza:

«Sé como las fuerzas de la naturaleza.

cuando sopla el viento, sólo hay viento;

cuando llueve, sólo hay lluvia;

cuando pasan las nubes, brilla el sol».

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Templo taoísta de los Ocho Inmortales. Xi’an, China.

La moderación y la naturaleza:

«La marca de un hombre moderado

es que no se aferra a sus ideas.

Tolerante como el cielo,

omnipresente como la luz del sol,

firme como un árbol al viento,

sin un destino a la vista

y haciendo uso de todo,

la vida ocurre y le trae su camino».

Los hombres y las plantas:

«Los hombres nacen suaves y blandos;

muertos, son rígidos y duros.

Las plantas nacen flexibles y tiernas;

muertas, son quebradizas y secas».

Para leer más: 

Lao Tse (ca. s. V a.C.): Tao Te Ching