
El antropólogo francés René Vernau (1852-1938) consagró varios años de su vida al estudio de las Islas Canarias (España). Sus inquietudes científicas, en particular sobre el pasado aborigen de este archipiélago atlántico, fueron acompañadas de su gran capacidad de asombro ante la belleza natural que estas islas le ponían ante sus ojos durante sus largas marchas.
Con el siguiente pasaje de su obra Cinco años de estancia en las Islas Canarias, Vernau nos expresa sus vívidas sensaciones ante uno de los bosques más frondosos que se encontró cuando visitó la Isla de Tenerife hace ya más de un siglo: el monte de Agua García.
«Es, seguramente, una de las cosas más bellas que he visto en el archipiélago. Laureles, brezos arborescentes, mocanes, viñáticos (Persea indica), madroños y cien especies más forman una cúpula que no atraviesa nunca los rayos del sol. ¡Y qué árboles! Los madroños alcanzan los 20 metros de altura; con su tronco se hacen muebles muy buenos. Los laureles los sobrepasan en altura. Musgos, ranúnculos, siemprevivas, freseras, violetas e innumerables helechos crecen por todas partes a la sombra de estos grandes árboles. En medio de esta vegetación frondosa, una infinidad de pájaros deja oír su canto: son los mirlos, las palomas, los pinzones, entre ellos el tintillón (Fringilla tintillon), con sus bellos colores, las currucas, los canarios y muchos otros. En medio de este bosque nace un manantial de agua fresca, límpida, que va a fertilizar las tierras vecinas. Este lugar se deja de mala gana para ir a exponerse a los rayos ardientes del sol».
Para leer más:
René Vernau: Cinco años de estancia en las Islas Canarias. Ed. J. A.D. L., La Orotova, 1992 (4ª edición en español).