
Como expresa la economista británica Kate Raworth en su obra Economía rosquilla, en el último siglo las sociedades han logrado extraordinarios progresos (aumento de la esperanza de vida, reducción de personas en extrema pobreza…). Sin embargo, las desigualdades han aumentado, la pobreza persiste y la degradación del medioambiente se acrecienta. Además, el futuro no se presenta halagüeño si se cumplen las proyecciones que hoy conocemos. Se prevé, por ejemplo, que el tamaño de la economía mundial se duplicará para 2037 y casi triplique para 2050, año en que se espera que en nuestro planeta habiten cerca de 10.000 millones de personas.
Ante estos retos, a los que no ha sido capaz de dar respuesta la teoría económica convencional, que se basa en “supuestos erróneos” y “puntos ciegos”, es necesario repensar la economía. Tenemos que desaprender y reaprender los fundamentos de la economía.
A este cambio de paradigma quiere contribuir la Economía rosquilla, que se centra en siete principios esenciales que deben guiar el nuevo pensamiento económico del siglo XXI. Son los siguientes:
1. Cambiar de objetivo
Durante más de setenta años el objetivo de la economía se ha identificado con el crecimiento del PIB (Producto Interior Bruto). Este no es más que la suma del valor de mercado que tienen todos los bienes y servicios producidos en un territorio durante un periodo de tiempo de un año. Como sugiere Kate Raworth, este objetivo se nos ha sido impuesto subrepticiamente a lo largo del siglo XX, haciéndonos olvidar la advertencia de su propio creador el economista Simon Kuznets en los años treinta: “casi nunca puede inferirse el bienestar de una nación a partir de una medida de la renta nacional”. Porque, realmente, ¿nos preguntamos acaso que tipo de crecimiento queremos?, ¿qué, por qué y para quién producir?, ¿conocemos los costes medioambientales y sociales… del crecimiento económico?
Con un indicador “tan voluble, parcial y superficial” como el PIB los economistas han quedado desconectados del propósito al que deberían servir: garantizar la prosperidad de todas las personas dentro de los medios de nuestro planeta. Kate Raworth nos invita a que, en lugar de enfocarnos en el crecimiento del PIB, “empecemos de nuevo planteando una cuestión fundamental: ¿qué permite prosperar a los seres humanos? Un mundo en el que cada persona pueda vivir una existencia caracterizada por tres elementos: dignidad, oportunidad y comunidad; y donde todos podamos hacerlo conforme a los medios de nuestro planeta engendrador de vida”.
Este cambio de perspectiva nos lo aporta la Economía rosquilla, que queda representada por un diagrama con dos anillos concéntricos. En primer lugar, tenemos un anillo interior que constituye el fundamento social de bienestar que no debería faltarle a ninguna persona y a ninguna sociedad: alimentación, salud, educación, renta y trabajo, agua y saneamiento, energía, redes, vivienda, igualdad de género, equidad social, participación política y paz y justicia.
Por debajo de este anillo interior (fundamento social), se encuentran, por tanto, las privaciones humanas críticas (hambre, analfabetismo…). Raworth nos recuerda que muchos millones de personas viven aún por debajo de las dimensiones que constituyen el fundamento social: una de cada nueve personas no tiene suficiente para comer, una de cada cuatro vive con menos de tres dólares diarios, uno de cada ocho jóvenes no encuentra trabajo…
El segundo anillo, el anillo exterior es el techo ecológico de presión planetaria que no deberíamos superar. Por encima de él se sitúan los elementos críticos de degradación medioambiental. Desgraciadamente el ser humano ha transgredido ya al menos cuatro límites planetarios: cambio climático, conversión de tierras, carga de nitrógeno y fósforo en los suelos y pérdida de biodiversidad.
El gran reto que tiene la humanidad en este siglo XXI es situarse entre estos dos anillos (fundamento social y techo ecológico), donde se encuentra un espacio seguro y justo en el que podemos satisfacer nuestras necesidades vitales básicas sin sobrepasar los límites biofísicos del planeta.

En consecuencia estamos obligados a cambiar de objetivo: pasar del crecimiento infinito del PIB de la teoría económica tradicional a la prosperidad en equilibrio de la Economía rosquilla. Para ello existen cinco factores clave que van a determinar si podemos situarnos en el espacio seguro y justo: 1) la estabilización de la población, 2) una distribución más equitativa de los recursos, 3) aspiraciones de estilos de vida no consumistas, 4) tecnologías sostenibles y 5) formas de gobernanzas más eficaces.
2. Ver el panorama general
El pensamiento macroeconómico predominante se enfoca en describir el flujo circular de la renta entre los agentes que intervienen en la producción y el consumo, partiendo de unos cuestionables supuestos, tales como la eficiencia del mercado, la hegemonía de la empresa, la incompetencia del Estado, el correcto funcionamiento de los mercados financieros, la no regulación del comercio internacional… Al mismo tiempo, se ignora, por ejemplo, el valor social de los recursos naturales comunales, que se prefiere privatizarlos, o se actúa como si los materiales y la energía fueran inagotables.
Frente a esta concepción de la economía sustentada en el mercado independiente y autosuficiente, Raworth defiende una economía incardinada. Esta considera, en primer lugar, la Tierra (el medio natural), dentro de la cual se encuentra la sociedad humana “y, dentro de ella, la actividad económica, donde la familia, el mercado, los comunes y el Estado constituyen todos ellos importantes ámbitos de satisfacción de las carencias y necesidades humanas, y cuyo funcionamiento se ve posibilitado por los flujos financieros”.
3. Cultivar la naturaleza humana
Otra de las ideas que sustentan la teoría económica convencional es la representación egocéntrica de la humanidad, que nos concibe como “hombres económicos racionales”. Bajo este paradigma los seres humanos siempre han de comportarse como seres individuales, competitivos, insaciables y calculadores. Por el contrario, en la Economía rosquilla el ser humano presenta mayor complejidad y riqueza de matices. Somos seres sociales propensos a la reciprocidad, antes que seres estrictamente egoístas; con valores fluidos en lugar de preferencias fijas; interdependientes en vez de seres aislados; que hacemos aproximaciones más que cálculos, y que estamos profundamente incardinados en la red de la vida, lejos de dominar la naturaleza.
4. Aprender a dominar los sistemas
El lenguaje habitual de la teoría económica ortodoxa es el matemático, con el que trata de describir la economía mediante un conjunto de axiomas y ecuaciones. Desde finales del siglo XIX se ha pretendido, imitando la mecánica newtoniana, que la economía llegue a ser algún día una ciencia tan acreditada como la física. Sin embargo, el propio devenir de los hechos, las sucesivas crisis económicas como la de 2008, nos confirman cada vez con mayor rotundidad que la economía no es una máquina, sino un sistema complejo en continua evolución, y que las extendidas teorías del equilibrio general, basadas en supuestos tan simplificadores, no están dando las respuestas que de ellas se esperan. Ante esta realidad Raworth nos propone abandonar el pensamiento económico basado en el equilibrio para pasar a pensar en términos de sistemas, que nos permiten entender mejor los bucles de retroalimentación que existen, por ejemplo, entre el crecimiento económico y las emisiones de dióxido de carbono o el aumento de las desigualdades.
5. Diseñar para distribuir
El pensamiento económico convencional defiende a ultranza el crecimiento de la economía. Por eso se justifica la aplicación de medidas de austeridad en aras del objetivo del crecimiento del PIB porque, se arguye, el consecuente aumento de las desigualdades sociales dará paso a la larga a una sociedad más rica y equitativa.
Por el contrario, para el modelo de la Economía rosquilla dicha tesis neoliberal (crecimiento igual a sacrificio) no es más que una falsa creencia, una opción política más que una fase necesaria del progreso. La experiencia de países como Japón, Corea del Sur, Indonesia y Malasia corroboran que el crecimiento económico puede coexistir con una baja desigualdad y unas decrecientes tasas de pobreza. Además, son cada vez más evidentes los efectos perjudiciales (sociales, políticos, ecológicos y económicos) que trae consigo la desigualdad. En definitiva, la economía del siglo XXI será más eficaz si somos capaces de poner en primera fila la redistribución de la renta, y también de la riqueza, que radica especialmente en el control de la tierra, el poder de crear dinero, la empresa, la tecnología y el conocimiento.
6. Crear para regenerar
La teoría económica ortodoxa se sustenta también en otro principio que se ha demostrado que es otra falsa creencia: el crecimiento económico en una fase inicial comporta degradación medioambiental, pero a largo plazo todo mejorará. En realidad los datos apuntan que el modelo económico hoy predominante es intrínsecamente degenerativo e intensifica la degradación ambiental (extracción de materiales, contaminación, generación de residuos…). La huella ecológica global de los países de renta elevada no ha hecho más que aumentar a medida que crece su PIB. Por el contrario, en la Economía rosquilla, que reconoce los límites planetarios de la Tierra, se parte de la idea del diseño regenerativo, que aspira a que la actividad económica ejerza un impacto neto cero sobre el medioambiente y, por qué no, procurar una mejora de su calidad. Para ello han de estar más presentes, entre otras, las propuestas de la economía circular, a la par que se hace necesario una redefinición de las responsabilidades de la empresa, del sistema financiero y del Estado.
7. Ser agnóstico con respecto al crecimiento
La teoría económica ortodoxa defiende la idea, “la creencia casi religiosa”, de que el crecimiento económico infinito es indispensable, olvidando que nuestro planeta y sus recursos tienen límites. Es evidente que las prioridades de desarrollo no son las mismas entre los países de renta baja y los de renta alta. En los países “pobres” el crecimiento del PIB suele ir paralelo a mejoras sociales como el aumento de la esperanza de vida y una mayor escolarización. Por su parte, los países “ricos”, con el crecimiento de sus economías, presentan unas huellas ecológicas globales que se encuentran en niveles ya inasumibles. Por eso se va extendiendo la idea de lograr el desacoplamiento del crecimiento económico respecto a sus impactos ecológicos. Pero, en este punto, es pertinente analizar qué entendemos exactamente por desacoplamiento. Lo deseable es que de darse el crecimiento económico éste vaya acompañado de una disminución, en términos absolutos, del consumo de los recursos (materiales, energéticos…). Así todo, ello puede no ser suficiente, ya que dicho desacoplamiento absoluto ha de ser tal que sea capaz de situarnos de nuevo dentro de los límites planetarios.
En suma, la Economía rosquilla supone un cambio de perspectiva. Nos plantea el reto de diseñar economías que favorezcan la prosperidad humana, erradicando al mismo tiempo las privaciones sociales y la degradación ecológica, independientemente de si el PIB crece, decrece o se estanca.
Para leer más:
Kate Raworth: Economía rosquilla. Siete maneras de pensar como un economista del siglo XXI. Paidós, Barcelona, 2018.