Ejecutivos y naturaleza: una cita con Pedro Lezcano

En el seno de la sociedad moderna, que tiende a equiparar éxito con maximización de beneficios y acumulación de riqueza, se ha desarrollado un estilo de vida cada vez más urbano en el que la aceleración y el dinero alcanzan a penetrar en la población como elementos intrínsecos de su día a día. La contrapartida de este modelo de vida competitivo es que ha llevado a que un segmento más o menos amplio de la colectividad se haya distanciado de la naturaleza y no llegue nunca a experimentar lo que significa el contacto con las plantas y los animales, siquiera los domésticos.

Traemos hasta aquí las palabras del escritor Pedro Lezcano (1920-2002) que, con su artículo literario Ejecutivos, nos ofrece una reflexión crítica sobre el modo de vida actual, representado por este grupo de la sociedad, para el que la insensibilidad con la naturaleza, y también con sus semejantes, puede llegar a dominarlo.

Hay personas que pasan por la vida sin aprenderse el nombre de los árboles, sin escuchar el trino de un pájaro en su casa, sin conocer la grata compañía de un animal amigo.

Muchos ejecutivos importantes ignoran o desdeñan la ternura de un animal doméstico que ama a los niños de la casa más tiernamente que su propio padre. Como dioses de altísimos Olimpos, jamás se arrodillaron en su vida para jugar con un cachorro.

Nunca conocerán que hay otros seres vivos que dedican su vida a buscar la caricia, a celebrar con gestos la alegría de otros, a entristecerse por la pena de quienes les rodean.

Aquel que haya pasado por la vida tan insensiblemente como un glaciar humano, difícilmente pudo amar al hombre y sus desdichas, y en mínima porción se amó a sí mismo, puesto que despreció la amistad de los más fieles amantes de la Tierra”.

Para leer más:

Lezcano, Pedro: Narraciones. Ediciones del Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 2016.

El otoño, en el verso de Tomás Morales

Desde sus propios orígenes la vinculación del ser humano con la naturaleza ha convertido en necesidad su observación permanente para atisbar los cambios de las estaciones y de las condiciones meteorológicas.

Más allá de esta necesidad para la supervivencia, las distintas culturas y civilizaciones han visto en las distintas estaciones del año una fuente de inspiración para expandir la creatividad humana con la que poder expresar diferentes emociones propias de nuestra especie.

Desde el campo de la literatura, el otoño, por sus propias características, ha sido siempre una estación muy evocada por los poetas. Traemos hasta aquí, en esta ocasión, el siguiente poema que el escritor español Tomás Morales (1884-1921), originario de las Islas Canarias, dedicó a esta estación de ensueños grises y hojas amarillentas:

“Tarde de oro en Otoño, cuando aún las nieblas densas
no han vertido en el viento su vaho taciturno,
y en el sol escarlata, de púrpura el poniente,
donde el viejo Verano quema sus fuegos últimos.

Una campana tañe sobre la paz del llano,
y a nuestro lado pasan en tropel confuso,
aunados al geórgico llorar de las esquilas,
los eternos rebaños de los ángeles puros.

Otoño, ensueños grises, hojas amarillentas,
árboles que nos muestran sus ramajes desnudos…
Solo los viejos álamos elevan pensativos
sus cúpulas de plata sobre el azul profundo…

Yo quisiera que mi alma fuera como esta tarde,
y mi pensar se hiciera tan impalpable y mudo
como el humo azulado de algún hogar lejano,
que se cierne en la calma solemne del crepúsculo…”

Para leer más:

Morales, Tomás: Las Rosas de Hércules. Ediciones Cátedra, Madrid, 2011.

Los tesoros de la naturaleza: una cita con José Saramago

Con su obra Viaje a Portugal el escritor portugués José Saramago (1922-2010) nos ofrece una crónica personal de sus impresiones sobre el patrimonio artístico que descubre, o redescubre, al visitar los diversos pueblos y ciudades del país lusitano.

Pero la mirada de Saramago no se limita exclusivamente a la belleza artística o arquitectónica. El autor al llegar a Vila Real nos invita a apreciar con humildad otro tipo de tesoros, los que nos ofrece la naturaleza.

“Vuelve el viajero a Vila Real, y, ahora, sí, cumplirá el ritual. Lo primero será Mateus, el palacio del mayorazgo. Antes de entrar, hay que pasear por este jardín sin ninguna prisa. Por muchos y valiosos que sean los tesoros de dentro, soberbios seríamos si despreciáramos los de fuera, estos árboles que del espectro solar sólo han descuidado el azul, que lo dejan para uso del cielo; aquí están todos los matices del verde, del amarillo, del rojo, del castaño, rozando incluso las franjas del violeta. Son las artes del otoño, este frescor bajo los pies, esta maravillosa alegría de los ojos, y los lagos que la reflejan y multiplican. De repente, el viajero cree haber caído dentro de un caleidoscopio, viajero en el País de las Maravillas”.

Para leer más:

José Saramago: Viaje a Portugal. Unidad Editorial, Madrid, 1999.

La belleza de los árboles: una cita con José Saramago

En su obra Viaje a Portugal el escritor portugués José Saramago (1922-2010) nos invita a recorrer los diversos pueblos y ciudades del país lusitano para que descubramos, principalmente, toda la belleza de su patrimonio artístico.

Pero tampoco se olvida de que Portugal también atesora belleza en sus ecosistemas naturales. La mirada de Saramago queda atrapada en la armonía que desprenden los árboles, como cuando escribe el siguiente pasaje:

“Bello es siempre el verano, sin duda, con su sol, su playa, su parra de sombra, su refresco, pero qué dirá de este camino entre bosques donde la bruma se deshilacha o adensa, a veces ocultando el horizonte próximo, otras veces desgarrándose hacia un valle que parece no tener fin. Los árboles tienen todos los colores. Si alguno falta, o casi se esconde, es precisamente el verde, y, cuando aún se mantiene, está ya degradándose, adoptando el primer tono del amarillo, que comenzará por ser vivo en algunos casos, después surgen los matices terrosos, el castaño pálido, luego oscuro, a veces de un color de sangre viva o cuajada. Estos colores están en los árboles, cubren el suelo, son kilómetros gloriosos que al viajero le gustaría recorrer a pie…”.

Para leer más:

José Saramago: Viaje a Portugal. Unidad Editorial, Madrid, 1999.

La educación y la naturaleza para Wangari Maathai

_Z0B9354

La keniana Wangari Maathai (1940-2011) luchó por la defensa del medio ambiente y los derechos humanos, por lo que fue reconocida en 2004 con el Premio Nobel de la Paz. Su mayor legado es posiblemente la existencia hasta hoy del Movimiento Cinturón Verde.

Firme defensora de los árboles, promulgó una educación apegada a la tierra.

«Aun teniendo estudios superiores, jamás se me hizo extraño trabajar con las manos, a menudo de rodillas, junto a aquellas mujeres campesinas. Durante los años ochenta y noventa, hubo políticos y otros personajes públicos que trataron de ridiculizarme por ello; sin embargo, yo jamás di ninguna importancia a aquellas críticas. Además, las mujeres valoraban que estuviera dispuesta a trabajar con ellas para mejorar sus vidas y el medio ambiente. A fin de cuentas, yo también era hija de aquella tierra.

La educación, para que realmente sirva de algo, no debe alejar a la gente de la tierra sino enseñarle a respetarla, puesto que la gente con educación está en disposición de entender lo mucho que hay en juego. El futuro del planeta es un asunto que nos concierne a todos y debemos hacer cuanto esté en nuestras manos por protegerlo. Como les dije a los arboricultores y a las mujeres, nadie necesita un diploma para plantar un árbol».

Para leer más:

Wangari Maathai: Con la cabeza bien alta. Editorial Lumen, Barcelona, 2007.

José Saramago y los árboles cantores

Ruta Laguna Valleseco_Riquiánez_Arucas_2018.05.01

Vivir la naturaleza es observarla, respirarla, escucharla. Podemos, incluso, preguntarnos si, por ejemplo, los árboles susurran, bailan, cantan. Según José Saramago, sí.

«A lo largo del río, mientras la barca baja la corriente con la rápida ayuda de la pértiga que rechina en la arena o clava lanzazos en el lodo, los pájaros invisibles transforman los árboles en extrañísimos seres cantores».

Para leer más:

José Saramago: Las maletas del viajero. Ediciones B, Barcelona, 1998. Incluye la crónica «El mayor río del mundo».