Una cita con el arco iris en la obra de Goethe

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Es conocida la riqueza de escenas como vívidos cuadros de pinturas literarias que presenta Fausto, la célebre obra de Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832). Traemos hasta aquí un bello pasaje del acto I de la segunda parte de la tragedia.

Mientras amanece, el doctor Fausto, rodeado de espíritus con graciosas formas, invoca a la naturaleza y a la formación del arco iris:

“¡Quede, pues el sol a mi espalda! La cascada de agua, que ruge a través de la grieta de las peñas, la contemplo con entusiasmo creciente; de caída en caída se va abriendo en miles, y luego derrama en otros mil torrentes, zumbando y elevando por el aire espuma tras espuma. Pero ¡qué espléndidamente, respondiendo a este empuje, se eleva el arco policromo en perpetua alternancia unas veces trazando nítidamente, otras veces fundiéndose en el aire, y difundiendo en torno lluvia fresca y aromada! Ahí se refleja el esfuerzo humano. Medita sobre él, y comprenderás exactamente: en ese fulgor coloreado tenemos la vida”.

Para leer más:

Johann Wolfgang von Goethe (1832): Fausto

 

Una cita con el viento en la obra de Juan Rulfo

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El escritor mexicano Juan Rulfo (1917-1986) nos legó una obra literaria no muy profusa, pero de excelente calidad. Su estilo único para describir el paisaje y el paisanaje, la estrecha relación entre sus personajes y el territorio en que habitan, trabajan, deambulan, sufren… lo convierten en un referente universal de la literatura latinoamericana del siglo XX.

Conocido también como el «narrador del viento», recordamos con las siguientes líneas la descripción que hace del valle de Comala, en su obra «Pedro Páramo»:

«Los vientos siguieron soplando todos esos días. Esos vientos que habían traído las lluvias. La lluvia se había ido; pero el viento se quedó. Allá en los campos la milpa oreó su hojas y se acostó sobre los surcos para defenderse del viento. De día era pasadero; retorcía las yedras y hacía crujir las tejas en los tejados; pero de noche gemía, gemía largamente. Pabellones de nubes pasaban en silencio por el cielo como si caminaran rozando la tierra».

Y en otra de sus páginas de la misma obra «Pedro Páramo» leemos en boca de uno de sus personajes:

«Siento el lugar en que estoy y pienso…

Pienso cuando madrugaban los limones. En el viento de febrero que rompía los tallos de los helechos, antes que el abandono los secara; los limones maduros que llenaban con su olor el viejo patio.

El viento bajaba las montañas en las mañanas de febrero. Y las nubes se quedaban allá arriba en espera de que el tiempo bueno las hiciera bajar al valle; mientras tanto dejaban vacío el cielo azul, dejaban que la luz cayera en el juego del viento haciendo círculos sobre la tierra, removiendo el polvo y batiendo las ramas de los naranjos.

Y los gorriones reían; picoteaban las hojas que el aire hacia caer, y reían; dejaban sus plumas entre las espinas de las ramas y perseguían a las mariposas y reían. Era esa época».

Para leer más:

Juan Rulfo (1955): Pedro Páramo.

Una cita con el desarrollo sostenible en la obra literaria de José Luis Sampedro

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El escritor y economista José Luis Sampedro (1917-2013) se vale de su talento literario para plasmar por medio de los personajes de la novela «La senda del drago» su preocupación por el devenir del planeta y nuestra civilización occidental.

En el escenario de un restaurante del norte de la isla de Tenerife, Martín, el protagonista de la novela, se encuentra acompañado de Runa, Kolhass y Osuna. Mientras cenan, los cuatro amigos conversan de forma distendida sobre temas globales de actualidad.

«-En cuanto al tema ecológico -interviene Runa- ya son de dominio público desastres como el agotamiento de productos naturales, el grave superconsumo de energía fósil, la contaminación del aire y el agua sobre todo y otros problemas permanentes en la prensa pero no en la actuación política y ciudadana. Una de las amenazas más graves es la deforestación, porque el hombre ha destruido ya la mitad de los bosques del planeta y sigue destruyendo, con daños para el clima y para la vida. La especie humana es la única viviente que consume más energía de la que necesita para su subsistencia y reproducción. El sociobiólogo Edward Wilson afirma haberse estimado que para dar a todos los habitantes del mundo el mismo nivel de consumismo de los estadounidenses se necesitarían cuatro planetas más como la Tierra.

-De modo que el cacareado desarrollo sostenible es, en realidad, insostenible.

-¡Vaya un panorama! -exclamo rompiendo el silencio-. No es fácil elegir.»

Para leer más:

José Luis Sampedro (2006): La senda del drago.

Una cita con la naturaleza en la obra de Hemann Hesse

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«Lo visible es expresión, la naturaleza es imagen, lenguaje y jeroglífico en color. Actualmente, a pesar de una ciencia natural altamente desarrollada, no estamos bien formados para lo que es la auténtica visión, y nos encontramos más bien en pie de guerra con la naturaleza. Otros tiempos, tal vez todos los tiempos, todas las épocas anteriores a la conquista de la tierra por la técnica y la industria, han poseído una sensibilidad y un entendimiento para el lenguaje mágico de la naturaleza y han sabido interpretarla en una forma más pura e inocente que nosotros. Esta sensibilidad no era una actitud sentimental, la relación sentimental del hombre con la naturaleza es de fecha bastante reciente, y tal vez haya nacido sólo de nuestra mala conciencia frente a la naturaleza».

Fuente: Hermann Hesse: «Sobre mariposas». Artículo publicado en 1935 y compilado en el libro Pequeñas alegrías (2010).

Una cita sobre naturaleza en el Quijote de Cervantes

Estas palabras que Miguel de Cervantes (1547-1616) puso en boca de don Quijote de la Mancha hace más de cuatro siglos siguen siendo razones que inspiran respeto y amor a la naturaleza, de la que dependemos…

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«Después que don Quijote hubo bien satisfecho su estómago, tomó un puño de bellotas en la mano y, mirándolas atentamente, soltó la voz a semejantes razones:

-Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes: a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquier mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia: aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre; que ella sin ser forzada ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían».

Fuente:

Miguel de Cervantes: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605), capítulo XI.