La belleza de las palmeras, en palabras de Sabino Berthelot

El sabio botánico francés Sabino Berthelot (1794-1880), gran estudioso de la flora de las Islas Canarias, describió como pocos la belleza y armonía que transmiten las palmeras a los ojos de todo aquel que las observe con cierta sensibilidad.

Para Berthelot, como escribió en su obra Árboles y bosques, las palmas, entre las que se encuentra la palmera canaria (Phoenix canariensis), si son observadas aisladamente, son los monumentos más majestuosos del reino vegetal. Admiradas en floresta las palmas ofrecen un cuadro pictórico difícilmente superable por cualquier obra artística creada por el hombre.

“Entre los vegetales que la naturaleza ha repartido sobre la superficie del globo, no hay ninguno cuyo aspecto sea tan majestuoso como las Palmas. Procuremos pintar estos bellos árboles que por la elegante simplicidad de su porte, la distribución y la forma de su follaje, componen un grupo enteramente distinto en la Flora del mundo actual. Las Palmas generalmente no tienen ramas y sus tallos terminan en un solo haz de largas hojas. Observada aisladamente, la Palma se eleva sobre la tierra como un monumento del reino orgánico, y sin duda a su vista fue como el hombre tuvo la primera idea de la columna; tomados en masa, estos grandes árboles no son menos imponentes. Una floresta de Palmas ofrece un cuadro que la pintura no podría reproducir y que no puede describirse sino imperfectamente; al penetrar bajo su sombra, se siente uno transportado de admiración; haces de hojas que se despliegan en garbas a una altura de sesenta y hasta más de cien pies sobre el suelo, forman por su aproximación una inmensa bóveda de verdor sostenida por una multitud de troncos rectos y esbeltos. Hay armonía en esta disposición, y a pesar de todos los recursos del arte y de todos los esfuerzos del genio, los edificios construidos por la mano del hombre no pueden igualar a estas grandes obras de la creación.”

Para leer más:

Sabino Berthelot: Árboles y bosques. Ed. José A. Delgado Luis, La Orotava, 1995.

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El canto a la palmera de Miguel de Unamuno

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Isla de Fuerteventura

En la lejana isla canaria de Fuerteventura, el escritor español Miguel de Unamuno (1864-1936) se vio forzado a pasar en 1924 unos meses de confinamiento por imperativo de la Dictadura de Primo de Rivera. A esta «sufrida y descarnada» isla le dedicó varios poemas con los que evoca el sentir y el vivir en una tierra donde, además de la mar y el agua, la palmera también se convierte en protagonista de sus sonetos.

   Es una antorcha al aire esta palmera,
verde llama que busca al sol desnudo
para beberle sangre; en cada nudo
de su tronco cuajó una primavera.

   Sin bretes ni eslabones, altanera
y erguida, pisa el yermo seco y rudo,
para la miel del cielo es un embudo
la copa de sus venas, sin madera.

   No se retuerce ni se quiebra al suelo;
no hay sombra en su follaje, es luz cuajada
que en ofrenda de amor se alarga al cielo,

   la sangre de un volcán que enamorada
del padre Sol se revistió de anhelo
se ofrece, columna, a su morada.

Para leer más:

Miguel de Unamuno: De Fuerteventura a París. Diario íntimo de confinamiento y destierro vertido en sonetos. Viceconsejería de Cultura y Deportes. Gobierno de Canarias, 1989.

 

 

El canto a la palmera de Miguel Hernández

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En 1933 el poeta español Miguel Hernández (1910-1942) publicó este poema con el que, a modo de acertijo para el lector, canta a la palmera de su tierra natal para convertirla en la protagonista.

«ANDA, columna; ten un desenlace

de surtidor. Principia por espuela.

Pon a la luna un tirabuzón. Hace

el camello más alto de canela

Resuelta en claustro viento esbelto pace,

oasis de beldad a toda vela

con gargantillas de oro en la garganta:

fundada en ti se iza la sierpe, y canta».

Para leer más:

Miguel Hernández (1933): Perito en lunas