La Isla de Tenerife, en palabras de Antonio de Viana

El archipiélago de Canarias ha recibido desde tiempos antiguos el sobrenombre de Islas Afortunadas, en boca de sabios, viajeros y navegantes. De estas ínsulas atlánticas, Tenerife es la de mayor superficie, encontrándose coronada por el magnífico volcán del Teide.

Nació en Tenerife el poeta Antonio de Viana (1578-1650?), célebre por su obra Antigüedades de las Islas Afortunadas. Traemos hasta aquí los siguientes endecasílabos de este poema épico con los que Viana encumbra de forma literaria la isla que lo vio nacer hace más de cinco siglos:

   «Yace en medio de todas, como a donde
consiste la virtud, la gran Nivaria,
famosa Tenerife, que en ser fértil,
más bien poblada y de mayor riqueza,
a esotras seis con gran ventaja excede:
es mi querida y venturosa patria,
y de ella como hijo agradecido,
más largamente, antigüedad, grandezas,
conquista y maravillas raras canto.
   Tiene entre lo más alto de sus cumbres,
un soberbio pirámide, un gran monte,
Teida famoso, cuyo excelso pico
pasa a las altas nubes, y aun parece
que quiere competir con las estrellas;
puede cantarse dél lo que de Olimpo:
que si escribieren con cenizas débiles
en él, no borrará el aire las letras,
que excede a su región la cumbre altísima”.

Y continúa el poeta Viana con su descripción del pico del Teide, al que denomina Teida:

   “Al fin es de seis millas el circuito
del Teida, y doce o más, tiene de altura;
suele vestirse blanca y pura nieve,
y entre ella exhala humo espeso y llamas
por crietas que descienden al abismo,
manando verdinegra piedra azufre”.

Para leer más:

Antonio de Viana: Antigüedades de las Islas Afortunadas. Viceconsejería de Cultura y Deportes, Gobierno de Canarias, 1991.

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Verbo y naturaleza: un poema de Rafael Alberti

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Con el poema De ayer para hoy el escritor español Rafael Alberti (1902-1999) evoca la naturaleza -monte, prado, cielo, mar- para celebrar la creatividad y el empleo preciso de las palabras.

«Después de este desorden impuesto, de esta prisa,
de esta urgente gramática necesaria en que vivo,
vuelva a mí toda virgen la palabra precisa,
virgen el verbo exacto con el justo adjetivo.

Que cuando califique de verde al monte, al prado,
repitiéndole al cielo su azul como a la mar,
mi corazón se sienta recién inaugurado
y mi lengua el inédito asombro de crear».

 

Para leer más:

Rafael Alberti: Entre el clavel y la espada. Ediciones Orbis, Barcelona, 1984.

 

 

Miguel de Unamuno y el valor del agua

Fuerteventura, 2009.02.21-24
Fuerteventura, Islas Canarias

La vida del escritor español Miguel de Unamuno (1864-1936) pasó por un episodio de forzado confinamiento, como consecuencia de sus opiniones críticas a la Dictadura de Primo de Rivera. En el mes de febrero de 1924 tuvo que dejar su cátedra en la Universidad de Salamanca y cumplir la orden de destierro en la lejana, pobre y seca isla de Fuerteventura.

Durante el destierro su fructífera pluma le sirvió para plasmar sus impresiones personales sobre esta isla canaria y su gente. Y lo hizo creativamente en forma de sonetos, como este que traemos hasta aquí, con el que consigue transmitirnos el verdadero valor del agua.

   «¡Agua, agua, agua! Tal es la magua
que oprime el pecho de esta gente pobre;
agua, Señor, aunque sea salobre:
¿para qué tierra, si les falta el agua?

   No hay caudal que soporte una piragua
ni hay que esperar que Dios milagros obre,
ni el sediento mortal la fuerza cobre
con que el trabajo la riqueza fragua.

   Y les ciñe la mar, ¡pesada broma
del Supremo Poder! Agua a la vista,
sin que traiga verdura la paloma;

   hecho el cielo de nubes una pista
y cada nube hermética redoma;
¿hay quien la sed junto a la mar resista?»

Ya en prosa Unamuno nos dejó estas palabras:

«Fuerteventura es una isla hoy pobre, muy pobre, que puede enriquecerse si logra alumbrar agua; pero rica, riquísima en la nobleza de sus habitantes, los majoreros -que así se llaman-, y en la maravilla de su clima».

Para leer más:

Miguel de Unamuno: De Fuerteventura a París. Diario íntimo de confinamiento y destierro vertido en sonetos. Viceconsejería de Cultura y Deportes. Gobierno de Canarias, 1989.

La oda al océano Atlántico de Tomás Morales

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Retrato de Tomás Morales, por Nicolás Massieu y Matos

Desde la antigüedad el mar ha sido fuente de inspiración para la creatividad artística. El poeta español Tomás Morales (1884-1921), originario de las Islas Canarias, inicia con estos versos su Oda al Atlántico que escribió hace un siglo.

«El mar: el gran amigo de mis sueños, el fuerte

titán de hombros cerúleos e inenarrable encanto:

en esta hora, la hora más noble de mi suerte,

vuelve a hendir mis pulmones y a enardecer mi canto…

El alma en carne viva va hacia ti, mar augusto,

¡Atlántico sonoro! Con ánimo robusto,

quiere hoy mi voz de nuevo solemnizar tu brío.

Sedme, Musas, propicias al logro de mi empeño:

¡mar azul de mi Patria, mar de Ensueño,

mar de mi Infancia y de mi Juventud… mar Mío!»

 

Para leer más:

Morales, Tomás: Las Rosas de Hércules. Ediciones Cátedra, Madrid, 2011.

 

 

La loa a los campos de Virgilio

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Con esta loa, extraída del Libro segundo de las Geórgicas, el poeta clásico Publio Virgilio (70 a. C.-19 a. C.) exalta las virtudes de los campos, de las que sus cultivadores son los más afortunados.

«¡Oh labradores bien afortunados, si conociesen su fortuna! Para quien, justísima, la tierra, lejos de las armas en discordia, ofrece a haldadas su sustento fácil. Si para ellos, el palacio alto, de soberbias puertas, no vomita una gran ola de mudrugadores que van a saludarles, ni boquiabiertos se extasían ante los dinteles de bellas conchas incrustados, ni ante los ropajes bordados de oro, ni ante los bronces efireyos, ni la lana blanca afeitada con tinta asiria, para ellos, y la casia no gasta la pureza de su claro aceite. Pero, en cambio, no les falta segura quietud y vida que ignora el engaño, rica de riquezas variadas; y ni ocios en sus campos libres; grutas y vivos lagos, y valles frescos, y mugidos de bueyes y, bajo un árbol, sueños apacibles; selvas allí y guaridas de salvajina y juventud parca y paciente; días de fiesta y padres reverenciados. Emigrando de la tierra la Justicia, marcó entre ellos sus postreros pasos. Pero ténganme a mí las Musas, sobre cualquiera otra cosa dulces, cuyos ritos celebro y en cuyo gran amor estoy prendido; muéstrenme ellas los caminos del cielo y muéstrenme los astros los varios fallecimientos del sol y los desfallecimientos de la luna; de dónde el temblor viene a las tierras; con qué fuerza, rotas sus valías, los profundos mares se entumecen y después se recogen en sí mismos; por qué los soles invernales se apresuran tanto a mojarse en el Océano o qué retardo detiene las perezosas noches del estío. Pero si no puedo allegarme a estos misterios de la Naturaleza y, en derredor del corazón, fría la sangre se me cuaja, agrádenme los campos y la fluvial dulzura con que rueda el agua en el fondo de los valles, ¿dónde estáis? ¿Y dónde está Esperqueo; dónde el Taigetán, donde por las fiestas de Baco va a danzar las doncellas de Lacedemonia? ¡Oh, quién me pusiera en los frescos valles del Hemo y me cobijara bajo la gran sombra de las ramas!».

Para leer más:

Publio Virgilio (29. a. C.): Geórgicas.

Una cita con las abejas de Virgilio

Valleseco, Laguna; 2014-03-02

El poeta romano Publio Virgilio (70 a. C.-19 a. C.) desarrolla en Geórgicas un auténtico tratado poético sobre el mundo rural.

Con estas palabras expresa Virgilio, en el Libro cuarto, cómo es la vida de las abejas:

«Algo me queda por decir. Tan pronto como el sol de oro empujare el invierno bajo tierra y en lumbre estiva se despejare el cielo, ellas, al punto recorren gándaras y selvas, cortan flores purpúreas y, en leve vuelo sobre el río, liban la flor del agua; y en tal sazón, no sé con qué dulzura, jovialmente, hacen sus celdas y sus hijos crían; en tal sazón, con arte no aprendido, hiñen la cera virgen y estilan la miel tenaz».

Para leer más:

Publio Virgilio (29. a. C.): Geórgicas.

 

Los orígenes de la agricultura en palabras de Virgilio

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El poeta romano Publio Virgilio (70 a. C.-19 a. C.) desarrolla en Geórgicas un auténtico tratado poético sobre el mundo rural. Con este poema de cuatro libros se adentra en la vida en el campo para informarnos y seducirnos sobre todo lo relativo a la agricultura: orígenes, técnicas, meteorología, los cultivos y sus cuidados…

Con estas palabras expresa Virgilio, en el Libro primero de sus Geórgicas, cómo fueron los orígenes de la agricultura en tiempos de Júpiter:

«Antes que Júpiter, colono alguno no mullía el campo, ni era cosa lícita señalar en él lindes ni cotos; era común su goce, y la tierra misma cortés lo daba todo y producía el fruto que nadie pedía. Él asimismo metió en el seno de las negras serpientes el veneno; él mandó que saltearan a los lobos, y al mar que se moviese, despojó las hojas de su miel y escondió el fuego, secó el raudal de vino que por doquier corría, a fin de que la experiencia industriosa alumbrase poco a poco varias artes y en los surcos buscase el trigo y sacudiese el abstruso fuego de las venas de pedernal. Entonces por primera vez sintieron los ríos la pesadumbre de los excavados álamos; entonces el marinero designó los astros por seres y por nombres: Pléyades, Híadas y la Osa luciente de Licaón. Entonces se inventó cazar las fieras con lazos y engañoso cebo y cercar con canes las silvestres gándaras. Y el otro con barredera red escombra el anchuroso río; y el otro saca arrastrando el mar el limo que rezuma. Entonces el rigor del hierro y el crujir chirriante de la sierra (pues los hombres primeros, a favor de cuñas, desgarraban el hediondo leño), entonces vinieron las variadas artes. Todo lo vence el pertinaz trabajo y la estrecha necesidad que aprieta en trances duros».

Para leer más:

Publio Virgilio (29. a. C.): Geórgicas.

 

El «Mensaje a los hombres» de Pino Ojeda

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En 1954 la poeta y pintora Pino Ojeda (1916-2002) publicó Como el fruto en el árbol. En este poemario, que pone alas a sus experiencias vitales, la naturaleza se presenta como un tema esencial. Fruto de su exploración personal y del mundo lanza su mensaje poético a los seres humanos.

«Yo no sé por qué los hombres, cuando caminan por la tierra y los bosques
van rumiando silenciosos sus pequeñas, bajas preocupaciones.
Ellos deberían dejar sus agrias, difíciles conciencias,
en la primera vuelta del camino donde la civilización se expresa.
Allí sobre la dura y cementada superficie gris que habla de dolor,
de sangre interminable.

Los hombres no deberían llevarse al bosque, a la tierra,
sus pesadillas nocturnas,
sus agobiadoras, durísimas contiendas.
Ellos podrían llevar arriba la misma sencilla mirada,
el mismo sencillo gesto de los seres que van a encontrarse.
Solo una mirada sin pasado, sin ayer, sin retorno.
¡Si los hombres se dieran cuenta de estas pequeñas cosas
y subieran a lo alto libres de ellos mismos,
libres de sus pobres, ligeras ansias!
Si ellos supieran rezar sin voces, dentro de sí, detenidamente, sin prisas
Si ellos lograran dejar en las ciudades
-llenas de polvo, de ruidos y fiesta-,
sus pobres, mentidas palabras.
Encontrarían allá arriba el brazo que les rodeara calladamente la espalda.
Encontrarían la voz que perdieron con el primer desperezo de hombres
Encontrarían, sí, como partiendo de su propia carne,
el camino que olvidaron cuando sus pobres corazones aprendieron
a maldecir en silencio».

Para leer más:

Pino Ojeda: Obra poética. Cabildo de Gran Canaria, Las Palmas de Gran Canaria, 2016.

El canto a la palmera de Miguel Hernández

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En 1933 el poeta español Miguel Hernández (1910-1942) publicó este poema con el que, a modo de acertijo para el lector, canta a la palmera de su tierra natal para convertirla en la protagonista.

«ANDA, columna; ten un desenlace

de surtidor. Principia por espuela.

Pon a la luna un tirabuzón. Hace

el camello más alto de canela

Resuelta en claustro viento esbelto pace,

oasis de beldad a toda vela

con gargantillas de oro en la garganta:

fundada en ti se iza la sierpe, y canta».

Para leer más:

Miguel Hernández (1933): Perito en lunas