Hacia un sistema alimentario sostenible y saludable en la UE

Desde hace ya algunas décadas estamos siendo partícipes de un sistema alimentario que nos devuelve múltiples problemas. Seguimos unos patrones de producción y consumo de alimentos que no nos acercan a mejorar nuestra calidad de vida ni propician unas relaciones armónicas con la naturaleza, bien al contrario.

En las sociedades occidentales, como la europea, se extienden los problemas derivados de dietas alimenticias poco saludables, basadas en alimentos transformados, y procedentes de una actividad agraria de orientación fundamentalmente productivista que depende en exceso de plaguicidas, fertilizantes y antimicrobianos. La obesidad en la población europea sigue con su tendencia de crecimiento continuado, lo que provoca un aumento de las enfermedades relacionadas con dietas poco saludables. Al mismo tiempo un importante porcentaje de los alimentos producidos, en torno al 20%, se convierte en desperdicios. El sector agrario, si bien ha disminuido con los años sus emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), mantiene una huella medioambiental y climática importante. Además, las actividades anexas al sector primario, como la transformación, la comercialización, el envasado y la distribución de alimentos, contribuyen también a la contaminación del aire, el suelo y el agua, y tienen un gran impacto sobre la biodiversidad.

Se hace necesario, pues, el tránsito hacia un sistema alimentario coherente que consiga elevar y reforzar sus beneficios ambientales, sanitarios y sociales. Con este fin en el año 2020 la Comisión Europea aprobó la Estrategia “de la granja a la mesa” para un sistema justo, saludable y respetuoso con el medio ambiente.

Esta Estrategia se erige como una herramienta importante del Pacto Verde Europeo, que la Comisión Europea aprobó en 2019 para afrontar los desafíos del clima y del medio ambiente y poner la economía en la senda de la sostenibilidad de modo que alcance a ser neutra en GEI en el año 2050. Al mismo tiempo, la Estrategia se alinea con la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, aprobada por la ONU en 2015, en concreto a través de su ODS 2 (Acabar con el hambre, lograr la seguridad alimentaria, mejorar la nutrición y promover una agricultura sostenible).

A grandes rasgos, la Estrategia “de la granja a mesa” de la UE persigue los siguientes tres grandes objetivos:

1. Garantizar que la cadena alimentaria (producción, transporte, distribución, comercialización y consumo de alimentos) propicie un impacto medioambiental neutro o positivo.

Se trata de fomentar que los agricultores, ganaderos, pescadores y acuicultores transformen sus métodos de producción, haciéndolos sostenibles, con bajos o nulos impactos sobre el medio ambiente y el clima. Para ello se hace necesario, por ejemplo, reducir y optimizar el uso de plaguicidas y fertilizantes, minimizar las emisiones de GEI, que contaminan el suelo, el agua y aire, y contribuyen a la pérdida de biodiversidad, y aprovechar más las energías renovables (biogás, energía solar…). En concreto, algunas de las medidas propuestas en la Estrategia por la Comisión Europea son las siguientes:

    -Reducir el uso y el riesgo globales de los plaguicidas químicos en un 50% de aquí a 2030.

    -Reducir el uso de fertilizantes en al menos un 20% de aquí a 2030, para afrontar las reducciones necesarias de la carga de nutrientes en el medio ambiente, y fomentar el reciclado de residuos orgánicos como fertilizantes renovables.

    -Reducir a venta general de antimicrobianos en la UE para animales de granja y de acuicultura en un 50% de aquí a 2030.

    -Continuar fomentando la agricultura sostenible, de modo que el 25% de las tierras agrícolas de la UE se utilicen en agricultura ecológica de aquí a 2030.

    -Reforzar la vigilancia de la importación y el control de vegetales en el territorio de la Unión, ante las nuevas amenazas fitosanitarias.

    -Propiciar un mayor bienestar animal, para mejorar la salud de los animales y la calidad de los alimentos, lo que reduce a su vez la necesidad de medicación y contribuye a preservar la biodiversidad.

    -Intensificar los esfuerzos para que las poblaciones de peces se sitúen en niveles sostenibles.

    2. Garantizar la seguridad alimentaria, la nutrición y la salud pública.

    El sistema alimentario sostenible propuesto en la Estrategia también debe garantizar que la población disponga en todo momento de un suministro suficiente y variado de “alimentos inocuos, nutritivos, asequibles y sostenibles”.

    La cadena de valor alimentaria, dada su complejidad y número de agentes que intervienen en ella, se enfrenta a amenazas inminentes y duraderas como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la aparición de nuevas plagas.

    Por ello cobra especial importancia el apoyo a los trabajadores agroalimentarios, tomando en consideración la protección social, las condiciones de trabajo y vivienda, así como la protección de la salud y la seguridad.

    La Comisión elaborará un plan de contingencia para garantizar el suministro de alimentos y la seguridad alimentaria que se deberá activar en tiempos de crisis.

    3. Preservar la asequibilidad de los alimentos, fomentando que los alimentos más sostenibles sean también los más asequibles para la población.

    Para transitar hacia un sistema alimentario sostenible, es preciso que todos los agentes económicos que intervienen en la producción, distribución y comercialización de los alimentos que se ofrecen a los consumidores modifiquen sus prácticas empresariales. A este fin la Comisión elaborará un “código de conducta de la UE para una práctica empresarial y de comercialización responsable, acompañado de un marco de seguimiento”.

    En suma, se persigue que las empresas agroalimentarias incorporen la sostenibilidad en su actividad. Algunas de las medidas propuestas son las siguientes:

    -Reformulación de los productos orientándolos para dietas saludables y sostenibles.

    -Reducción de la huella ambiental y aumento de la eficiencia energética.

    -Modificación de las estrategias de comercialización y publicidad. Por ejemplo, evitar las campañas de comercialización que anuncian carne a precios muy bajos o restringir la promoción de alimentos con alto contenido en grasas, azúcares o sal.

    -Reducción de los envases y utilización de materiales reutilizables y reciclables.

    -Contribuir a la reducción del desperdicio de alimentos. La Comisión se ha comprometido a reducir a la mitad el desperdicio de alimentos por habitante en el comercio minorista y por los consumidores de aquí a 2030.

    -Aumentar la resiliencia de los sistemas alimentarios locales y regionales, para crear cadenas de suministro de corta distancia.

    -Implementar el etiquetado obligatorio armonizado sobre propiedades nutritivas en los envases para facilitar que los consumidores opten por alimentos saludables y sostenibles.

    -Aplicación de incentivos fiscales para apoyar la transición hacia un sistema alimentario sostenible, por ejemplo, para apoyar el consumo de frutas y verduras ecológicas. Al mismo tiempo los sistemas fiscales deben garantizar que el precio de los alimentos refleje sus costes reales en términos de uso de recursos naturales finitos y de impactos medioambientales (contaminación, GEI, etc.).

    Para más información:

    Comisión Europea: Estrategia «de la granja a la mesa». COM(2020) 381 final.

    La antigua hacienda: una cita con Leoncio Rodríguez

    El paso del tiempo termina por imprimir sus huellas en el territorio que habitamos, en nuestro ámbito vital más cercano. Las actividades del ser humano cambian. Nuestros modos de producir y consumir se modifican a lo largo de los años. Pero no lo hacen de forma inocua, sino que alteran el paisaje y la naturaleza, con frecuencia irreversiblemente.

    El escritor Leoncio Rodríguez (1881-1955), originario de las Islas Canarias, nos ilustra en sus Estampas tinerfeñas, el caso de un lugar de la Isla de Tenerife.

    Allí, la vida de sus habitantes giraba alrededor del cultivo de las viñas, otorgando riqueza y esplendor a toda una época de la historia insular. El paisaje, marcado por la actividad vitivinícola, mostraba unos rasgos característicos: la típica hacienda canaria, con sus frondosos jardines, fructíferas huertas, valiosos viñedos de uva blanca, las bodegas, el lagar…

    El fin de esta época de más de dos siglos conllevó no solo la transformación de una forma de vida, sino también la desaparición de un paisaje singular que solo sobrevivirá en la memoria. Así, nos lo dejó escrito Leoncio Rodríguez en el siguiente pasaje:

    “La antigua hacienda, con sus huertas de plataneras escalonadas en el declive de la montaña, había perdido sus primitivas características. A la entrada conservábase intacta la vieja portada, con su valla de tea y sus gruesos pilares coronados por macetones con geranios, de donde partían las dos hileras de adelfas y arrayanes del camino central de la finca. Pero dentro echábase de menos aquel frescor de bosque, impregnado de aromas de jardines, que antes se percibía en su ambiente, propicio para la suave quietud y el plácido sosiego. Le faltaba, sobre todo, el ornato de sus árboles y de su flora exótica, de tan originales y diversos matices. Ya no poblaban las huertas los nogales y moreras de la India, el anón de áspera corteza, los pándanos de troncos en espiral, los tamarindos, papayas y aguacates del trópico. Ya no adornaban los jardines las magnolias de grandes hojas ovaladas, los garzoteros encarnados, los calicantos aromáticos, la fresa de los Alpes y la camelia de Japón. Ni se recortaban sobre el fondo luminoso del paisaje las copas de los dragos y los abanicos de las palmeras. Tampoco expandían su perfume los azahares de los naranjos ni daban su nota vibrante de color los arreboles, los tréboles y las siemprevivas azules.

    Placíame, decía un sabio extranjero, extraviarme por estos senderos floridos a los que daban sombra soberbios árboles, escuchar el ruido de la espumosa cascada que saltaba las rocas para deslizarse después sobre un suelo esmaltado de flores. Por todas partes las cepas calentaban sus dorados racimos y los vergeles sus más hermosos frutos”.

    Y continúa el autor más adelante:

    “Todo ha cambiado en la vieja hacienda. De la era sólo queda el cerco de piedra utilizado ahora para secadero de ropas o refugio de cluecas y palomas. Donde se hallaban las bodegas se alzan las tongas de maderas de los empaquetados. Donde estaba el banco de piedra en que solían sentarse los dueños de la finca en apacibles charlas con los medianeros, se yergue un surtidor de gasolina. Por aquella estrecha vereda por donde se iba a los nacientes del agua, en lo alto de la montaña, baja ahora la cinta blanca de la acequia, plegándose a las ondulaciones del terreno. Y se oye el rumor de la corriente que se acerca, y que luego, acortando su marcha, se pierde entre los surcos y canalillos de las huertas”.

    En palabras de Leoncio Rodríguez, de aquella antigua hacienda no ha quedado nada igual, salvo el viejo lagar, que se erige como venerable superviviente de una época histórica.

    Para leer más:

    Rodríguez, L.: Estampas tinerfeñas. Santa Cruz de Tenerife, 1935.

    Armas Ayala, A.: Ensayistas canarios. Gobierno de Canarias, 1990. 

    Una cita con el huerto de Miró

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    El artista español Joan Miró (1893-1983), uno de los máximos representantes del surrealismo, concebía el arte como una forma de horticultura. Dotado de una gran creatividad, inteligencia, sensibilidad e intuición, Miró dio vida a su universo artístico como lo haría un artesano, o un hortelano que cultiva su huerto. Así, fertilizaba Miró sus múltiples semillas artísticas en el taller:

    «Considero que mi taller es como un huerto. Por allí hay alcachofas. Por aquí, patatas. Hay que podar las hojas para que los frutos se desarrollen. Llega un momento en que hace falta cortar.

    Trabajo como un hortelano o como un viñatero. Las cosas llegan lentamente. Mi vocabulario de formas, por ejemplo, no lo he descubierto de una vez. Se formó casi a mis pesar.

    Las cosas siguen su curso natural. Crecen, maduran. Hace falta injertar. Hay que regar, como se hace con las lechugas. Así maduran en mi espíritu. Por ello trabajo siempre en muchísimas cosas a la vez. E incluso en dominios diferentes: pintura, grabado, litografía, escultura, cerámica».

    Para leer más:

    Joan Miró: Yo trabajo como un hortelano. Ed. Gustavo Gili, Barcelona, 2018.

    La loa a los campos de Virgilio

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    Con esta loa, extraída del Libro segundo de las Geórgicas, el poeta clásico Publio Virgilio (70 a. C.-19 a. C.) exalta las virtudes de los campos, de las que sus cultivadores son los más afortunados.

    «¡Oh labradores bien afortunados, si conociesen su fortuna! Para quien, justísima, la tierra, lejos de las armas en discordia, ofrece a haldadas su sustento fácil. Si para ellos, el palacio alto, de soberbias puertas, no vomita una gran ola de mudrugadores que van a saludarles, ni boquiabiertos se extasían ante los dinteles de bellas conchas incrustados, ni ante los ropajes bordados de oro, ni ante los bronces efireyos, ni la lana blanca afeitada con tinta asiria, para ellos, y la casia no gasta la pureza de su claro aceite. Pero, en cambio, no les falta segura quietud y vida que ignora el engaño, rica de riquezas variadas; y ni ocios en sus campos libres; grutas y vivos lagos, y valles frescos, y mugidos de bueyes y, bajo un árbol, sueños apacibles; selvas allí y guaridas de salvajina y juventud parca y paciente; días de fiesta y padres reverenciados. Emigrando de la tierra la Justicia, marcó entre ellos sus postreros pasos. Pero ténganme a mí las Musas, sobre cualquiera otra cosa dulces, cuyos ritos celebro y en cuyo gran amor estoy prendido; muéstrenme ellas los caminos del cielo y muéstrenme los astros los varios fallecimientos del sol y los desfallecimientos de la luna; de dónde el temblor viene a las tierras; con qué fuerza, rotas sus valías, los profundos mares se entumecen y después se recogen en sí mismos; por qué los soles invernales se apresuran tanto a mojarse en el Océano o qué retardo detiene las perezosas noches del estío. Pero si no puedo allegarme a estos misterios de la Naturaleza y, en derredor del corazón, fría la sangre se me cuaja, agrádenme los campos y la fluvial dulzura con que rueda el agua en el fondo de los valles, ¿dónde estáis? ¿Y dónde está Esperqueo; dónde el Taigetán, donde por las fiestas de Baco va a danzar las doncellas de Lacedemonia? ¡Oh, quién me pusiera en los frescos valles del Hemo y me cobijara bajo la gran sombra de las ramas!».

    Para leer más:

    Publio Virgilio (29. a. C.): Geórgicas.

    Los orígenes de la agricultura en palabras de Virgilio

    1. Manjakandiana_Mandraka Peyrieras_Moramanga_2018.08.03

    El poeta romano Publio Virgilio (70 a. C.-19 a. C.) desarrolla en Geórgicas un auténtico tratado poético sobre el mundo rural. Con este poema de cuatro libros se adentra en la vida en el campo para informarnos y seducirnos sobre todo lo relativo a la agricultura: orígenes, técnicas, meteorología, los cultivos y sus cuidados…

    Con estas palabras expresa Virgilio, en el Libro primero de sus Geórgicas, cómo fueron los orígenes de la agricultura en tiempos de Júpiter:

    «Antes que Júpiter, colono alguno no mullía el campo, ni era cosa lícita señalar en él lindes ni cotos; era común su goce, y la tierra misma cortés lo daba todo y producía el fruto que nadie pedía. Él asimismo metió en el seno de las negras serpientes el veneno; él mandó que saltearan a los lobos, y al mar que se moviese, despojó las hojas de su miel y escondió el fuego, secó el raudal de vino que por doquier corría, a fin de que la experiencia industriosa alumbrase poco a poco varias artes y en los surcos buscase el trigo y sacudiese el abstruso fuego de las venas de pedernal. Entonces por primera vez sintieron los ríos la pesadumbre de los excavados álamos; entonces el marinero designó los astros por seres y por nombres: Pléyades, Híadas y la Osa luciente de Licaón. Entonces se inventó cazar las fieras con lazos y engañoso cebo y cercar con canes las silvestres gándaras. Y el otro con barredera red escombra el anchuroso río; y el otro saca arrastrando el mar el limo que rezuma. Entonces el rigor del hierro y el crujir chirriante de la sierra (pues los hombres primeros, a favor de cuñas, desgarraban el hediondo leño), entonces vinieron las variadas artes. Todo lo vence el pertinaz trabajo y la estrecha necesidad que aprieta en trances duros».

    Para leer más:

    Publio Virgilio (29. a. C.): Geórgicas.

     

    La idea de riqueza en la obra de David Ricardo

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    Uno de los grandes economistas de la escuela clásica, David Ricardo (1772-1823), se ocupó, en su célebre obra Principios de economía política y tributación (1817), del crecimiento económico a largo plazo de las naciones.

    En su análisis retoma de Adam Smith la distinción entre valor en cambio y valor en uso para diferenciar sus conceptos de valor y de riqueza:

    «la riqueza difiere esencialmente del valor, ya que éste depende no de la abundancia sino de la facilidad o dificultad de la producción (…) todas las cosas suben o bajan de valor en proporción a la facilidad o dificultad con que se producen, o, en otras palabras, en relación con la cantidad de trabajo empleado en su producción».

    David Ricardo centró su investigación en el especial papel que desempeñaba la agricultura en el conjunto de la economía de su época así como en la distribución del producto entre terratenientes, capitalistas y trabajadores. Según las condiciones que presentara la agricultura podría derivarse una mayor o menor tasa de beneficios de la economía, motor, en última instancia, del mayor o menor crecimiento económico de una nación.

    En palabras del propio Ricardo:

    «El producto de la tierra -todo lo que se obtiene de su superficie mediante la aplicación aunada del trabajo, la maquinaria y del capital- se reparte entre tres clases de la comunidad, a saber: el propietario de la tierra, el dueño del capital necesario para su cultivo, y los trabajadores por cuya actividad se cultiva. Pero en distintas formas de sociedad, las proporciones del producto total de la tierra que serán imputadas a cada una de estas tres clases, bajo los nombres de renta, utilidad y salarios, serán esencialmente diferentes, dependiendo principalmente de la fertilidad real del suelo, de la acumulación de capital y de población, y de la habilidad, del ingenio y de los instrumentos utilizados en la agricultura».

    Comparte con la corriente principal de la economía clásica el temor por la llegada del «estado estacionario», aquella situación en la que la acumulación de capital se detendría imposibilitando la generación de riqueza y el aumento del producto de la nación, llegando a amenazar el propio bienestar de la población. La tierra presenta rendimientos decrecientes y en una situación de crecimiento de la población los salarios y los precios de los alimentos aumentarían, mientras que descendería la tasa de beneficios de la agricultura y por tanto también la acumulación de capital en toda la economía. Esta nueva situación haría que la población se reajuste, tendiéndose en este proceso al estado estacionario.

    Para leer más:

    David Ricardo (1817): Principios de economía política y tributación.