En el quehacer habitual de toda sociedad intervienen para su sostenimiento y progreso múltiples agentes que, desempeñando funciones distintas, defienden objetivos dispares. En el camino hacia el desarrollo sostenible es esencial tener presente, además, que no se trata de un proceso armónico, sino que conlleva, con frecuencia, el encuentro de intereses que están en constante conflicto.
La primera gran diferenciación de intereses a considerar, como nos recuerda el economista español José Luis Sampedro (1917-2013) en su obra El mercado y la globalización (2002), es que en un sistema de mercado confluyen el poder de las empresas privadas y el del Estado. Las primeras priorizan el objetivo del máximo beneficio monetario, mientras que los poderes públicos, en aras del interés común, tienen como función principal velar por la defensa de todas las dimensiones, en muchos casos intangibles (educación, sanidad, medio ambiente, cohesión social…), que procuran el objetivo de progreso humano.
«Ante el enorme poder de las empresas y los grupos económicos en el sistema de mercado es preciso recordar que el interés privado y el interés público no tienen siempre los mismos objetivos, aunque coincidan en parte. Las empresas persiguen una prosperidad reflejada en las máximas ganancias posibles, mientras que el interés común busca fines más variados a los que muchas veces hay que sacrificar el beneficio económico; fines tales como la salud pública, la mejora de la sociedad mediante la educación, el respeto a la naturaleza, la observancia de ciertos valores inmateriales, el cultivo de actividades estéticas, la cohesión social y, sobre todo, el acatamiento de unas normas éticas de convivencia, entre otras manifestaciones del progreso humano».
Para leer más:
Sampedro, José Luis: El mercado y la globalización. Ediciones Destino, Madrid, 2003.
El mercado, ese lugar de encuentro entre vendedores que ofrecen sus mercancías y compradores que a cambio entregan su dinero para adquirirlas, es considerado como elemento fundamental para lograr el progreso de la sociedad. Además, el mercado llega a alzarse como institución social que garantiza el ejercicio de la libertad de los individuos.
Sin embargo, las fallas que encierra el mercado, donde la competencia perfecta es una irrealidad, no son suficientemente atendidas ni corregidas. Voces autorizadas como las del catedrático y economista humanista José Luis Sampedro (1917-2013), no siendo partidario de su abolición, nos hace reflexionar sobre la inconsistencia que supone equiparar el mercado con la libertad.
En su obra El mercado y la globalización (2002), Sampedro, con el rigor y la sencillez habituales de esta mente sabia, nos legó en unas pocas líneas ideas como la siguiente:
“Cuando, una vez más, alguien nos repita que ‘el mercado es la libertad’ invitémosle a practicar un sencillo experimento mental, consistente en imaginar que entra en un mercado a comprar pero no lleva dinero: constatará en el acto que no podrá comprar nada, que sin dinero no hay allí libertad, que la libertad de elegir la da el dinero”.
Para leer más:
Sampedro, José Luis: El mercado y la globalización. Ediciones Destino, Madrid, 2003.
El escritor español José Luis Sampedro (1917-2013) además de un reconocido literato fue Catedrático de Estructura Económica. A Sampedro siempre le preocupó el verdadero progreso de las sociedades, pero no identificándolo con el crecimiento de la producción de mercancías, el consumismo y la expansión incontrolada de la tecnología, sino con la calidad de vida de las personas, la reducción de la pobreza y el respeto a la naturaleza.
Aunando magistralmente con su prolífica pluma literatura y pensamiento económico, Sampedro nos legó entre su rica obra Un sitio para vivir (1955), una obra de teatro en la que el progreso social es imperfecto si no se tiene en cuenta la preservación de la naturaleza y el bienestar de los animales.
La acción de Un sitio para vivir transcurre en Isla Bonita, una supuesta colonia británica de las Antillas, donde “la vida es fácil y se goza sin prisa”. En la escena I se encuentran Mama Luana, la dueña de la única fonda de la Isla; su hija Nena y Augustus Farrell, un experto en Ingeniería Zootécnica destinado por la Administración colonial a Isla Bonita para dirigir una estación aclimatadora de cerdos.
Los tres personajes mantienen un sugerente diálogo sobre la idea de progreso y su relación con el bienestar de los animales.
FARRELL. ¡Conteste! ¿Cómo cría a sus cerdos tan lozanos, mientras que mis seis parejas se me murieron en menos de cuatro meses? ¿Cómo consigue lo que no logra la Estación Aclimatadora en Isla Bonita, Antillas Orientales?
NENA. (Sirviéndole un vaso.) Vaya, beba un trago, señor Farrell.
FARRELL. ¡Basta de tragos! ¡Quiero saber! Diga, ¿cómo organiza usted la crianza?
MAMA LUANA. ¡Organizar! ¡Bah!
FARRELL. Yo tengo rascaderos impregnados con desinfectantes, piensos científicos supervitaminizados, un patio cubierto con toldos durante las horas de excesiva radiación solar… Pero los cerdos se mueren, mama Luana. Uno tras otro, hasta el último… ¡Dígame el secreto!
MAMA LUANA. ¡Si no hay secreto! Abro el corral por la mañana y los animalitos se van al bosque. Al oscurecer vuelven, gruñen en la puerta, les abro y cierro. Y hasta el día siguiente.
FARRELL. ¡Siempre el mismo cuento!
NENA. Es la verdad, señor Farrell.
Para leer más:
Sampedro, José Luis: Un sitio para vivir. Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona, 2024.
La noción de progreso, al igual que otras como la de desarrollo, es susceptible de tener diversas significaciones. Sin embargo, en el ámbito económico ha predominado hasta nuestros días la visión técnica y material del progreso en detrimento de su acepción más humanista.
Como se expresa en unas líneas del escritor y economista español José Luis Sampedro (1917-2013), que quedaron recogidas en la obra Diccionario Sampedro, según tomemos el camino del avance técnico o el del perfeccionamiento humano, la evaluación que podamos hacer del progreso alcanzado por nuestra sociedad será bien diferente.
«Preguntémonos, para empezar: ¿De qué progreso hablamos? ¿Del de la persona o el de las cosas? Si consideramos este último, con la extraordinaria multiplicación de objetos nuevos y de sus aplicaciones, mediante el avance técnico, no cabe duda de que tendremos una visión positiva del progreso. Pero si pensamos en el perfeccionamiento interior de los seres humanos, nuestro juicio será mucho menos favorable».
Para leer más:
Lucas, O. (Ed.): Diccionario Sampedro. Debate Editorial, Madrid, 2016.
Tradicionalmente la evaluación del progreso o desarrollo de los países ha estado vinculada al análisis de una única variable: el valor monetario de la producción de bienes y servicios, esto es, el conocido PIB (Producto Interior Bruto), bien en su versión de tasas de crecimiento, bien en términos relativos (PIB per cápita).
Existen, no obstante, enfoques alternativos, más recientes y menos conocidos, que, desde una visión holística y menos productivista, persiguen conocer de forma más realista la evolución del progreso de las sociedades, como el que promueve desde 2014 Social Progress Imperative, con su Índice de Progreso Social (IPS) a nivel mundial.
Tomando como marco general el IPS global, en el contexto europeo la Comisión ha liderado el Índice de Progreso Social Europeo (IPS-UE) que mide el progreso social de los países y regiones de la Unión.
Al igual que el IPS global, el IPS-UE parte de la siguiente definición de progreso social: «la capacidad de una sociedad para satisfacer las necesidades humanas básicas de sus ciudadanos, establecer los pilares que permitan a los ciudadanos y las comunidades mejorar y mantener la calidad de sus vidas y crear las condiciones para que todas las personas alcancen su máximo potencial».
Esta definición de progreso se sustenta en tres dimensiones principales: Necesidades básicas, Fundamentos del bienestar y Oportunidades. Cada una de estas tres dimensiones del progreso social se concreta en cuatro componentes.
La dimensión de Necesidades básicas incluye aquellos elementos que son, aunque no suficientes, al menos necesarios para logar unos niveles aceptables de desarrollo social: nutrición y cuidados médicos, abastecimiento de agua y saneamiento, vivienda y seguridad.
La dimensión de Fundamentos del bienestar se refiere a aquellos factores que miden aspectos más avanzados del progreso social, tales como educación básica, información y comunicaciones, salud y calidad medioambiental.
La dimensión de Oportunidades comprende elementos incluso más avanzados, que se encuentran presentes normalmente en sociedades cohesionadas y tolerantes: confianza y gobernanza, libertad y elección, sociedad inclusiva y educación superior.
Fuente: Comisión Europea
A partir de la selección de una amplia batería de indicadores sociales y medioambientales (53 en el año 2024) se evalúan los doce componentes del progreso social, para terminar construyendo el indicador compuesto del IPS-UE, cuyo valor oscila entre 0 (el peor resultado) y 100 (el resultado ideal). Ello permite conocer finalmente la posición relativa del progreso social, y de sus tres dimensiones, que tiene un país o región respecto a los demás.
Tras las dos anteriores ediciones de los años 2016 y 2020, los últimos datos del Índice de Progreso Social de la UE son los publicados en el año 2024.
Los resultados obtenidos en este último informe nos revelan que existen divergencias muy marcadas entre los Estados miembros, que quedan expresadas en relación con la referencia del IPS promedio de la UE que toma valor 100.
Así, los países con los mayores valores del Índice de Progreso Social en 2024 son Finlandia (129,6), seguido de Suecia (128,7) y Dinamarca (128,6), que también ocupaban las tres primeras posiciones en la edición de 2020.
A continuación se encuentra un grupo de países que también toman un IPS superior a la media de la UE (100), entre los que destacan Países Bajos (122,0), Irlanda (118,0), Austria (113,2), Estonia (113,2) y Luxemburgo (112,9).
En el extremo contrario, los menores niveles de progreso social dentro de la UE los presentan Bulgaria (60,8) y Rumanía (63,4), seguidos de Grecia (79,7), Croacia (79,9), Chipre (84,4), Eslovaquia (84,8) y Hungría (84,9).
Por dimensiones del progreso social, la mayor divergencia entre los países de la UE se constata en la dimensión de Oportunidades: 104 puntos separan el país mejor valorado (Dinamarca) del peor situado (Bulgaria). Por su parte, la menor divergencia entre países se registra en la dimensión de Necesidades básicas, con una distancia de 48,5 puntos, entre Suecia y Rumanía.
El índice de progreso social de la Comisión Europea permite también descender del nivel territorial estatal, de modo que se enfoca en evaluar el nivel de progreso social de las regiones de la Unión, observándose en este caso unas mayores disparidades. Así, en la edición de 2024 el mayor valor del IPS lo ostenta la región finlandesa de Helsinki-Uusimaa (132,1) frente a la región búlgara de Severozapaden (52,2).
Ha sentado cátedra, desde hace ya varias décadas, la corriente económica que defiende que la evaluación de los avances en el desarrollo de las naciones o territorios queda sintetizada en una única variable: el valor monetario de la producción de bienes y servicios.
Bajo este pensamiento económico y político hegemónico se sigue postulando que la vía más adecuada para medir el desarrollo de un país o región es analizar la evolución del indicador del Producto Interior Bruto (PIB), ya sea en términos reales (PIB a precios constantes), ya sea en términos relativos (PIB per cápita).
Sin embargo, existen enfoques alternativos, más recientes y menos conocidos, que, desde una visión holística y menos productivista, incorporan en su medición del desarrollo otros indicadores más centrados en el bienestar, como es el caso del Índice de Desarrollo Humano, que desde 1990 publica la ONU.
Otra de esas aproximaciones alternativas de evaluación del desarrollo más allá del PIB es la que desde 2014 promueve Social Progress Imperative, con su Índice de Progreso Social (IPS).
El enfoque del IPS persigue conocer mejor el bienestar real de las sociedades, y dar respuestas a las preguntas que importan a la gente, y que el PIB no puede responder, como son las relacionadas con la satisfacción de las necesidades básicas, la calidad del medio ambiente y la justicia.
El punto de partida del IPS es la definición de progreso social, que queda expresado en los siguientes términos: «la capacidad de una sociedad para satisfacer las necesidades humanas básicas de sus ciudadanos, establecer los pilares que permitan a los ciudadanos y las comunidades mejorar y mantener la calidad de sus vidas y crear las condiciones para que todas las personas alcancen su máximo potencial». Esta definición de progreso se sustenta, por tanto, en tres dimensiones principales: las necesidades humanas básicas, los fundamentos del bienestar y las oportunidades.
Fuente: socialprogress.org
Cada una de estas tres dimensiones del progreso social se materializa en cuatro componentes. Así, la dimensión de Necesidades humanas básicas incluye los componentes de nutrición y atención médica básica, agua y saneamiento, vivienda y seguridad personal. La segunda dimensión de Fundamentos del bienestar queda definida por los componentes de acceso a la educación básica, acceso a la información y comunicaciones, salud y calidad medioambiental. Finalmente, la dimensión de Oportunidades contiene los cuatro componentes siguientes: derechos personales, libertad y elección personal, inclusión y acceso a la educación superior.
A su vez los doce componentes del progreso social se concretan y evalúan mediante un conjunto de indicadores de resultados (unos 57 en 2024). A partir de estos indicadores simples se construye el indicador compuesto del IPS, cuya metodología se basa en el análisis de componentes principales. El valor del IPS abarca una escala de 0 a 100, permitiendo conocer la posición relativa del progreso social que tiene un país respecto a los demás. Asimismo, la metodología actual del IPS nos permite conocer si ha habido avances o retrocesos en el progreso social y sus componentes, en la mayoría de los países del mundo a lo largo del tiempo.
Cabe señalar, asimismo, que entre Índice de Progreso Social y el PIB per cápita existe una relación positiva y fuerte. Sin embargo, un análisis más detallado de dicha correlación nos muestra que el PIB per cápita no explica completamente el progreso social. Los países pueden presentar niveles dispares de progreso social a niveles similares de PIB per cápita. Además, como expresa el informe de IPS 2024, dicha relación entre IPS y PIB per cápita no es lineal: para los países con niveles de PIB per cápita más bajos, pequeñas diferencias en este indicador se asocian con grandes mejoras en progreso social; por el contrario, a medida que los países alcanzan altos niveles de PIB per cápita la tasa de cambio se ralentiza.
Con últimos datos del Índice de Progreso Social, referidos a 2023 y publicados en el Informe de 2024, se obtienen varias conclusiones generales relevantes:
-En 2023 el mundo alcanzó un índice de progreso social de 63,44, que equivaldría a un valor comprendido entre los IPS de Bolivia y Azerbaiyán. Por componentes, los valores más altos se registraron en vivienda y agua y saneamiento. Los peores resultados se presentaron en educación superior y calidad medioambiental.
-Desde 2011 hasta 2023, en promedio el mundo ha mejorado en progreso social. Sin embargo, se observa que dicho progreso se ha ralentizado en los últimos años, llegando incluso a reducirse por primera vez en todo el periodo, al pasar el IPS de 63,75 en 2022 a 63,44 en 2023.
-Desde 2011 el mundo ha mejorado en 11 de los 12 componentes, presentándose los mayores avances en acceso a la información y comunicaciones, vivienda y agua y saneamiento. Por el contrario, la población mundial ha retrocedido en derechos personales.
-Desde 2022 diez de los doce componentes del IPS mundial han empeorado o estancando. En 2023 se han producido retrocesos importantes en educación básica, información y comunicaciones, vivienda, derechos personales e inclusión.
-De un total de 170 países evaluados, 62 registraron un descenso significativo del progreso social en 2023 y otros 72 países acusaron un estancamiento. Solamente 34 países experimentaron algún progreso real.
En un análisis más detallado del IPS, se concluye que Dinamarca es el país que, con un IPS igual a 90,38, encabeza el ranking mundial en el año 2023. Le siguen, a continuación, Noruega, Finlandia, Islandia, Suecia, Suiza, Luxemburgo, Australia, los Países Bajos y, en décimo lugar, Alemania.
Por el contrario, en el otro extremo del ranking se sitúan países principalmente de continente africano, y en menor de medida de Asia: Sudán del Sur,República Centroafricana, Chad, Afganistán, Somalia, Eritrea, República Democrática, Yemen, Burundi y Níger, con valores de IPS que no alcanzan ni la mitad de los valores obtenidos por el grupo de países más aventajados en progreso social.
El Índice del Planeta Feliz (IPF), publicado en octubre de 2021 porWellbeing Economy Alliance(WEALL), es un índice que persigue evaluar el nivel de bienestar sostenible global de los países del mundo.
Se postula como una medida alternativa al crecimiento del Producto Interior Bruto, ya que este objetivo, tan presente en la agenda de la mayoría de los gobiernos, adolece de serias carencias: no garantiza una vida mejor para todos; no refleja las desigualdades materiales; no valora correctamente aspectos importantes para las personas como son las relaciones sociales, la salud o el tiempo de ocio y, en absoluto, tiene en cuenta los límites físicos del planeta Tierra.
En suma, el IPF, como indicador del bienestar sostenible, trata de apoyar un cambio de paradigma en la forma de entender el “progreso”. Con el IPF los países han de ser capaces de responder mejor a la pregunta de si es posible vivir una buena vida sin necesidad de deteriorar el planeta.
El Índice de Planeta Feliz de la edición de 2021 se construye a partir de la combinación de tres componentes básicos que permiten conocer en qué medida los ciudadanos de los países del mundo están llevando una vida feliz, larga y sostenible. Son los siguientes:
Bienestar. El grado de satisfacción que sienten los ciudadanos con su vida. Toma un valor entre 0 y 10 de acuerdo con la Encuesta Mundial Gallup.
Esperanza de vida. El número de años que en promedio se espera que vivan las personas de cada país. Se basa en PNUD.
Huella ecológica. El impacto medio que cada ciudadano produce sobre el medio ambiente. Se expresa en hectáreas globales por persona, de acuerdo con Global Footprint Network.
Por lo tanto, tenderán a tener los IPF más altos aquellos países en los que sus ciudadanos declaran tener un mayor grado de bienestar, en los que la esperanza de vida es mayor y donde la huella ecológica por habitante es inferior.
Los resultados correspondientes al informe del año 2021, con datos de 2019 relativos a un total de 152 países del mundo evaluados, reflejan una significativa diferencia entre el IPF más alto (62,1) y el más bajo (24,3).
En la primera posición se sitúa Costa Rica (con un valor del IPF de 62,1). Con un nivel de bienestar y una esperanza de vida relativamente altos, que superan incluso a los de algunas naciones «ricas», y una huella ecológica inferior a la media, Costa Rica ha conseguido mantener su destacada posición a lo largo del tiempo.
A continuación, se encuentran como países con mayor Índice del Planeta Feliz los siguientes: Vanuatu, Colombia, Suiza, Ecuador, Panamá, Jamaica, Guatemala, Honduras, Uruguay, Nueva Zelanda y Filipinas.
En el otro extremoCatar es el país con menor valor del IPF (24,3). Se trata de un país que teniendo un PIB per capita muy superior al de Costa Rica, presenta una esperanza de vida similar y un nivel de bienestar algo inferior, además de ostentar la mayor huella ecológica de los 152 países del planeta evaluados.
Les siguen a Catar, como países con menores valores del índice, los siguientes: Mongolia, República Centroafricana, Lesoto, Zimbabue, Sierra Leona, Afganistán, Chad, Luxemburgo, Botsuana, Turkmenistán, Kuwait y Baréin.
Es de destacar, asimismo, que países llamados desarrollados como Islandia (puesto 52), Japón (58), Dinamarca (70), Australia (88), Canadá (105), Estados Unidos (122) o Luxemburgo (143) se encuentren alejados de las primeras posiciones del Índice del Planeta Feliz. En todos ellos los valores relativos al componente de huella ecológica resultaron ser significativamente altos (entre 4,7 y 12,6).
Tradicionalmente la evaluación del progreso o desarrollo de los países ha estado vinculada al análisis de una única variable: el valor monetario de la producción de bienes y servicios, esto es, el conocido PIB (Producto Interior Bruto), bien en su versión de tasas de crecimiento, bien en términos relativos (PIB per cápita).
Existen, no obstante, enfoques alternativos, más recientes y menos conocidos, que, desde una visión holística y menos productivista, persiguen conocer de forma más realista la evolución del progreso de las sociedades, como el que promueve desde 2014 Social Progress Imperative, con su Índice de Progreso Social (IPS) a nivel mundial.
Tomando como marco general el IPS global, en el contexto europeo la Comisión ha liderado el Índice de Progreso Social Europeo (IPS-UE) que mide el progreso social de los países y regiones de la Unión. Para ello se ha valido de una amplia batería de indicadores sociales y medioambientales (55 en 2020), provistos en su mayoría por Eurostat.
Al igual que el IPS global, el IPS-UE parte de la siguiente definición de progreso social: «la capacidad de una sociedad para satisfacer las necesidades humanas básicas de sus ciudadanos, establecer los pilares que permitan a los ciudadanos y las comunidades mejorar y mantener la calidad de sus vidas y crear las condiciones para que todas las personas alcancen sus máximo potencial».
Esta definición de progreso se sustenta, por tanto, en tres dimensiones principales: las necesidades humanas básicas, los fundamentos del bienestar y las oportunidades. Cada una de estas tres dimensiones del progreso social se concreta en cuatro componentes.
Fuente: European Commission
A partir de los indicadores simples seleccionados, que evalúan los doce componentes del progreso social, se construye el indicador compuesto del IPS-UE, cuyo valor oscila entre 0 (el peor resultado) y 100 (el resultado ideal). De esta forma, se consigue conocer la posición relativa del progreso social, y de sus tres dimensiones, que tiene un país o región europea respecto a los demás.
Tras una primera edición de 2016, los últimos datos del Índice de Progreso Social de la UE son los publicados en el año 2020. En una primera valoración de los resultados por países del IPS-UE de 2020, destacamos, a continuación, las siguientes conclusiones:
-El IPS para el conjunto de la UE-27 toma un valor de 66,7 en 2020.
-Por dimensiones del progreso social, los mejores resultados se obtienen en Necesidades humanas básicas (80,0). Le siguen, a continuación, las dimensiones de Fundamentos del bienestar (63,9) y Oportunidades (57,5).
-Existen diferencias marcadas en el progreso social entre los países de la UE. Las mayores divergencias se constatan en la dimensión de Oportunidades: 43,30 puntos separan el país mejor valorado del peor situado. La menor divergencia entre países se registra en la dimensión de Necesidades humanas básicas, con una distancia de 25,4o puntos.
-Por países, Finlandia, con 82,8, es el país de la UE con un Índice de Progreso Social más alto en 2020, seguido por Suecia (82,4) y Dinamarca (81,7).
-A continuación los siguientes siete países europeos también anotan valores del IPS superiores a 70: los Países Bajos, Irlanda, Luxemburgo, Austria, Francia, Alemania y Estonia.
-En el extremo contrario, el menor nivel de progreso social dentro de la UE lo presenta Rumanía (47,9), seguido de Bulgaria (50,1).
-A continuación los cinco países siguientes también obtienen valores del IPS inferiores a 60: Grecia, Croacia, Hungría, Italia y Eslovaquia.
Ha sentado cátedra, desde hace ya varias décadas, la corriente económica que defiende que la evaluación de los avances en el desarrollo de las naciones o territorios queda sintetizada en una única variable: el valor monetario de la producción de bienes y servicios, con sus diferentes versiones técnicas.
Bajo este pensamiento económico y político hegemónico se infiere que el indicador más adecuado para medir el desarrollo de un país o región es el PIB (Producto Interior Bruto), ya sea en forma dinámica (a través de sus tasas de crecimiento), ya sea en términos relativos (PIB per cápita).
Sin embargo, existen enfoques alternativos, más recientes y menos conocidos, que desde una visión holística y menos productivista incorporan en su medición del desarrollo otros indicadores más centrados en el bienestar, como el del Índice de Desarrollo Humano, que desde 1990 publica la ONU.
Otra de esas aproximaciones alternativas de evaluación del desarrollo más allá del PIB, es la que desde 2014 promueve Social Progress Imperative, con su Índice de Progreso Social (IPS).
El enfoque del IPS persigue conocer mejor el bienestar real de las sociedades; dar respuestas a las preguntas que importan a la gente, pero que el PIB no puede responder, como son las relacionadas, por ejemplo, con la satisfacción de las necesidades básicas, la calidad del medio ambiente y la justicia.
El punto de partida del IPS es la definición de progreso social que queda expresada en los siguientes términos: «la capacidad de una sociedad para satisfacer las necesidades humanas básicas de sus ciudadanos, establecer los pilares que permitan a los ciudadanos y las comunidades mejorar y mantener la calidad de sus vidas y crear las condiciones para que todas las personas alcancen sus máximo potencial». Esta definición de progreso se sustenta, por tanto, en tres dimensiones principales: las necesidades humanas básicas, los fundamentos del bienestar y las oportunidades.
Fuente: socialprogress.org
Cada una de estas tres dimensiones del progreso social se materializa en cuatro componentes. Así, la dimensión de Necesidades humanas básicas incluye los componentes de nutrición y atención médica básica, agua y saneamiento, vivienda y seguridad personal. La segunda dimensión de Fundamentos del bienestar queda definida por los componentes de acceso al conocimiento, acceso a la información y comunicaciones, salud y calidad medioambiental. Finalmente, la dimensión de Oportunidades contiene los cuatro componentes siguientes: derechos personales, libertad y elección personal, inclusión y acceso a la educación superior.
A su vez los doce componentes del progreso social se concretan y evalúan mediante un conjunto de indicadores de resultados (unos 50 en 2020). A partir de estos indicadores simples se construye el indicador compuesto del IPS, cuya metodología se basa en el análisis de componentes principales. El valor del IPS abarca una escala de 0 a 100, permitiendo conocer la posición relativa del progreso social y sus tres dimensiones que tiene un país respecto a los demás. Asimismo, el IPS nos informa sobre si ha habido avances o retrocesos en cada país a lo largo del tiempo.
Los últimos datos del Índice de Progreso Social, publicados en el año 2020, nos aportan varias conclusiones generales relevantes:
-En promedio, el mundo ha mejorado en progreso social desde 2011 hasta 2020, (al pasar el valor del IPS de 60,63 a 64,24). Sin embargo, dicho progreso ha sido lento y desigual.
-Entre 2011 y 2020 el mundo ha mejorado en acceso a la información y comunicaciones, acceso a educación superior, vivienda y agua y saneamiento. Por el contrario, la población mundial ha retrocedido en derechos personales e inclusión, y se ha estancado en seguridad personal y calidad medioambiental.
-De los doce componentes del IPS de 2020 (64,24) el que obtiene una mayor puntuación es el de nutrición y atención médica básica (84,63), mientras que el peor resultado es el registrado por el componente de calidad medioambiental (36,87).
Finalmente, con una cobertura geográfica de 163 países del IPS, se concluye que en 2020 Noruega es el país que, con un IPS igual a 92,73, encabeza el ranking mundial. Le siguen, a continuación, Dinamarca, Finlandia, Nueva Zelanda, Suecia, Suiza, Canadá, Australia, Islandia y los Países Bajos, en décimo lugar.
Por el contrario, en el otro extremo del ranking se sitúan países del continente africano como Sudán del Sur,Chad, República Centroafricana, Somalia, Burundi, Níger y República Democrática del Congo, con valores de IPS que no alcanzan a la mitad de los valores obtenidos por el grupo de países más aventajados en progreso social.
La relación que existe entre Índice de Progreso Social y el PIB per cápita es fuerte y positiva. Sin embargo, un análisis más detallado de dicha correlación nos muestra que el PIB per cápita no explica completamente el progreso social. Los países obtienen niveles dispares de progreso social a niveles similares de PIB per cápita. Asimismo, como expresa el informe de IPS 2020, para los países con niveles de PIB per cápita más bajos, pequeñas diferencias en este indicador se asocian con grandes mejoras en progreso social. Por el contrario, a medida que los países alcanzan altos niveles de PIB per cápita la tasa de cambio se ralentiza.
Durante décadas en los ámbitos económico y político se ha concebido el Producto Interior Bruto (PIB) como la medida hegemónica para evaluar el desarrollo y el progreso de los países y regiones. Sin embargo, son evidentes, desde hace mucho tiempo, las serias limitaciones que este indicador presenta para tal propósito. Esta es una cuestión central porque si empleamos indicadores inadecuados, la toma de decisiones públicas puede llegar a producir los resultados menos convenientes. Sabemos también que existen medidas diferentes al PIB que son más apropiadas para evaluar el desarrollo y el progreso social.
Estas dos ideas básicas fueron defendidas por la Comisión sobre la Medición del Desarrollo Económico y del Progreso Social, que nació en 2008 fruto del encargo del presidente de la República Francesa a un equipo de economistas y especialistas en ciencias sociales, encabezado por Joseph Stiglitz (Presidente), Amartya Sen (Consejero) y Jean-Paul Fitoussi (Coordinador).
Los resultados de los trabajos de la Comisión están recogidos en un Informe que incluye importantes recomendaciones sobre cómo evaluar el desarrollo a partir de tres enfoques diferenciados: bienestar material, calidad de vida y sostenibilidad.
I. Bienestar material.
El PIB ha venido utilizándose, con mucha frecuencia, como indicador de bienestar económico. Sin embargo, nos olvidamos de que el PIB es, específicamente, una medida del valor monetario de la producción de bienes y servicios que genera un país o territorio, que poco nos dice sobre cuál es el nivel del bienestar material del que disfruta la población. De hecho, es posible que el valor monetario de la producción aumente, mientras que los ingresos y el consumo de las personas decrecen. No podemos concluir, por tanto, que a más producción, mayor bienestar. Como expresa el Informe “el PIB no es erróneo en sí, sino que se emplea de forma errónea”.
En realidad, el nivel de bienestar económico de una sociedad está más estrechamente relacionado con otras variables como el ingreso nacional real, a nivel agregado, y el ingreso real y el consumo real de los hogares, a nivel microeconómico. El ingreso real por hogar, por ejemplo, nos aproxima más al bienestar material en tanto que tiene en cuenta otras variables como los impuestos abonados al Estado y las transferencias sociales percibidas, a las que habría que añadir, siendo rigurosos, los servicios públicos recibidos, como educación y sanidad.
Otra de las recomendaciones del Informe Stiglitz-Sen-Fitoussi sobre el bienestar material se centra en la necesidad de tener en cuenta, además de los ingresos reales, el patrimonio de los hogares. Un aumento del consumo con cargo al patrimonio o riqueza puede aumentar el bienestar material actual, pero lo hace a costa de reducir el bienestar futuro.
Asimismo, la evaluación del bienestar material no debe dejar de lado la distribución. Las medidas de ingreso medio, consumo medio y riqueza media son insuficientes si no van acompañadas de indicadores que reflejen su distribución. Es importante conocer qué sucede en la parte inferior (pobreza) y la superior de la escala de distribución de estas variables, si queremos evaluar el bienestar de la sociedad.
Finalmente, se propone ampliar los indicadores de ingresos a las actividades no mercantiles, como las actividades domésticas y el tiempo de ocio.
II. Calidad de vida.
El bienestar entendido como calidad de vida es pluridimensional. Para aprehender el significado del bienestar social es necesario considerar simultáneamente las siguientes dimensiones:
Las condiciones de vida materiales (ingreso, consumo y riqueza).
La salud.
La educación.
Las actividades personales, y dentro de ellas el trabajo.
La participación en la vida política y la gobernanza.
Los lazos y relaciones sociales.
El medio ambiente (estado presente y futuro).
La seguridad, tanto económica como física.
Para todas estas dimensiones han de procurarse las medidas estadísticas más adecuadas, si realmente queremos conocer la calidad de vida de las personas.
El desarrollo y el progreso social es mucho más que el bienestar material que pueda proporcionar el PIB de una economía, el consumo de bienes producidos, el nivel de ingresos adquiridos o el patrimonio acumulado. Como señala el Informe, ha llegado la hora de que nuestro sistema estadístico se centre más en la medición del bienestar de la población que en la medición de la producción económica.
Además, el Informe Stiglitz-Sen-Fitoussi recomienda que los indicadores proporcionen una evaluación exhaustiva de las desigualdades de la calidad de vida entre personas, categorías socioeconómicas, sexos y generaciones.
Finalmente, los necesarios indicadores objetivos de las distintas dimensiones del bienestar deberían ser complementados con mediciones subjetivas de la calidad de vida, realizadas a través de encuestas en las que se pregunte a las personas sobre la valoración que hacen de sus vidas, experiencias y prioridades.
III. Sostenibilidad.
Bajo el enfoque de la sostenibilidad, no es suficiente con evaluar el bienestar material y otras dimensiones de la calidad de vida, sino que es necesario llegar a conocer si el desarrollo es sostenible, esto es, si podría mantenerse (o en su caso aumentarse), para las generaciones futuras. Ello implica la necesidad de disponer de indicadores que nos informen sobre cómo se encuentran y varían (aumenta o disminuye) la cantidad y la calidad de los recursos naturales, así como del capital humano y físico.
Especial atención debe recibir la dimensión medioambiental de la sostenibilidad. Ante las patentes limitaciones que presenta la valoración del medio ambiente natural en términos monetarios, se recomienda el empleo de indicadores físicos que permitan advertirnos de cuándo nos acercamos a niveles peligrosos de amenaza, en especial cuando deriven en daños irreversibles al medio ambiente. Como expresa el propio Informe Stiglitz-Sen-Fitoussi:
“…nos enfrentamos a una eminente crisis medioambiental, en particular al calentamiento del planeta. Los precios del mercado están falseados por la ausencia de impuestos sobre las emisiones de carbono y las mediciones clásicas del ingreso nacional no tienen en cuenta el coste de dichas emisiones. A todas luces, la medición del desarrollo económico que tuviese en cuenta dichos costes medioambientales sería sensiblemente diferente de las mediciones habituales”.