La idea de bienestar según Amartya K. Sen

7. Manyara-2_2009.12.05. Tanzania

A diferencia de la corriente principal de la economía neoclásica del bienestar, que se apoya en la idea originaria de la utilidad individual entendida como resultante de la mayor o menor posesión de bienes de mercado, economistas como Amartya K. Sen expresan que tal razonamiento conlleva serios inconvenientes.

Sen se pregunta si es correcto concebir el bienestar como utilidad tal y como hace el pensamiento económico neoclásico. Para ello, expone, desde un primer momento, que existen básicamente tres interpretaciones diferentes del concepto de utilidad:

a) como felicidad

b) como satisfacción del deseo

c) como elección.

En los tres casos nos encontramos, según este economista, con importantes dificultades para lograr la comparabilidad interpersonal del bienestar de dos personas así como para cuantificar la utilidad o satisfacción que obtiene un individuo cuando consume un bien o un servicio. Rechaza, por ello, la pretensión de que la utilidad sea representativa del bienestar.

En su lugar, la contribución de Amartya K. Sen se fundamenta en que “la característica esencial del bienestar es la capacidad para conseguir realizaciones valiosas”, esto es, se concibe “el bienestar en términos de vectores de realización y de la capacidad para conseguirlos”.

El bienestar hay que relacionarlo, por tanto, no ya con la posesión de bienes sino con las realizaciones y la capacidad para llevar a cabo aquellas realizaciones (p. e., andar, ver, leer, estar sano o nutrido) que la persona desea libremente.

Para leer más:

Amartya K. Sen (1985): “Well-being, Agency and Freedom: The Dewey Lectures 1984″. (Conferencias de Dewey de 1984, publicadas en castellano en Amartya K. Sen: Bienestar, justicia y mercado. Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona, 1997).

 

Paul Krugman y el bienestar económico

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El economista estadounidense Paul Krugman en su obra La era de las expectativas limitadas diserta, entre otros muchos asuntos, sobre el concepto de bienestar económico. Traemos hasta aquí el siguiente pasaje:

 «El bienestar de la economía es muy parecido al bienestar de un individuo. Mi felicidad depende casi por entero de unas cuantas cosas importantes, como el trabajo, el amor y la salud, y no vale la pena preocuparse por todo lo demás (…) Por lo que respecta a la economía, las cosas importantes -las cosas que afectan al nivel de vida de un gran número de personas- son la productividad, la distribución de la renta y el desempleo. Si las mismas son satisfactorias, no hay gran cosa más que pueda ir mal, mientras que si no lo son, nada puede ir bien».

Bajo esta concepción del bienestar económico Krugman otorga un papel destacado a la productividad:

«La productividad no lo es todo, pero a largo plazo lo es casi todo. La capacidad de un país para mejorar su nivel de vida a lo largo del tiempo depende casi por entero de su capacidad para aumentar su producción por trabajador».

Para leer más:

Paul Krugman (1990): La era de las expectativas limitadas.

Joseph A. Schumpeter y su teoría del desarrollo económico

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El economista austro-estadounidense Joseph A. Schumpeter en su Teoría del desarrollo económico (1911) aportó una particular concepción del desarrollo al entenderlo como un proceso dinámico en el que se producen cambios de carácter económico que surgen desde el propio sistema y que están motivados principalmente por un factor de importancia capital: la innovación.

Esos cambios económicos son «alteraciones espontáneas y discontinuas» que «aparecen en la esfera de la vida industrial y comercial y no en la esfera de las necesidades de los consumidores de productos acabados».

En concreto, el desarrollo económico puede implicar alguno o algunos de los siguientes casos:

1) la introducción de un nuevo bien.

2) la introducción de un nuevo método de producción.

3) la apertura de un nuevo mercado.

4) la conquista de una nueva fuente de aprovisionamiento de materias primas o de bienes semimanufacturados.

5) la creación de una nueva organización de cualquier industria.

Para leer más:

Joseph A. Schumpeter (1911): La teoría del desarrollo económico. Una investigación sobre ganancias, capital, crédito, interés y ciclo económico.

La sociedad buena de John K. Galbraith

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El economista John Kenneth Galbraith (1908-2006), en su obra Una sociedad mejor, propone las condiciones socioeconómicas que debe reunir una sociedad factible -que no perfecta- para que sea considerada como «sociedad buena».

Galbraith admite que «en todos los países industrializados existe un firme compromiso con la economía de consumo -con los bienes y servicios de consumo- como fuente primordial de la satisfacción y el placer de los seres humanos y como la medida más visible de las consecuencias sociales».

No obstante, este objetivo debe ser complementado, a su juicio, con otros igualmente necesarios. Con las siguientes palabras, sintetiza Galbraith lo que entiende por buena sociedad:

«Una buena sociedad tiene tres requisitos económicos estrechamente emparentados, cada uno de los cuales es una fuerza independiente. Está la necesidad de proporcionar los indispensables bienes y servicios de consumo. Está la necesidad de asegurar que esta producción y su uso y consumo no tenga un efecto contraproducente sobre el actual bienestar del conjunto de la sociedad. Los dos últimos de estos tres requisitos entran con frecuencia en conflicto con el primero, conflicto que se manifiesta con fuerza en la economía y en la política cotidianas. La referencia más habitual es el efecto sobre el medio ambiente. Aquí, en suma, están los tres temas en cuestión tal como los define una sociedad buena».

Más adelante Galbraith nos recuerda algunos de los problemas medioambientales que soporta el mundo de hoy:

“Las manifestaciones de los deterioros contemporáneos son inquietantemente sabidas: la contaminación de la atmósfera y de las aguas, el considerable y creciente problema de la eliminación de la basura, el inmediato peligro para la salud que constituyen los productos y servicios que se administran, la contaminación visual derivada de la intrusión de las actividades de la producción y de las ventas, en especial la de las ventas al por menor, sobre el paisaje urbano y rural”.

Ante estas amenazas, Galbraith defiende la necesidad de proteger el medio ambiente, tal y como recogen las siguientes palabras:

“Deben protegerse los intereses generales de la comunidad lo mismo que también el clima y el bienestar del futuro, y debe haber preocupación por el agotamiento de los recursos. Puesto que hay que fabricar automóviles, proporcionarles combustible y conducirlos, y puesto que hay que suministrar y utilizar otros servicios y bienes de consumo similares, es esencial e inevitable un compromiso entre los actuales intereses financieros y los intereses públicos más generales. Por regla general, no obstante, este compromiso debe favorecer los intereses de la comunidad más amplia y los intereses de los por nacer”.

Para leer más:

John K. Galbraith (1996): Una sociedad mejor.

 

Una cita de John K. Galbraith sobre el capitalismo

7. Guayaquil. Ecuador

El economista John Kenneth Galbraith (1908-2006) refiriéndose al capitalismo escribió estas palabras en su conocida obra «La Era de la incertidumbre»:

«…el capitalismo sirve perfectamente para proporcionar las cosas -automóviles, envoltorios desechables, drogas, alcohol- que más problemas causan a la ciudad. Pero no sirve para proporcionar lo que los moradores de la ciudad necesitan con mayor urgencia».

Para leer más:

John Kenneth Galbraith (1977): La Era de la Incertidumbre.

 

K. William Kapp y los costes ambientales de la economía abierta

12. Chongqing_1. China

En 1976 el economista de origen alemán Karl William Kapp (1910-1976), uno de los inspiradores de la denominada ecología política, escribió el artículo The Open System Character of the Economy and its implications. En él defendió que todo sistema económico hay que entenderlo con su carácter abierto. Esto significa que no es aceptable concebir la producción y el consumo aisladamente del sistema ecológico. Lo contrario, considerar que la economía es un sistema cerrado independiente de otros sistemas, como el ecológico y el político e institucional, es perpetuar una equivocada percepción de la realidad, según Kapp.

Los sistemas económicos no son sistemas cerrados y autorregulados, sino sistemas abiertos que para su reproducción dependen de los recursos que extraen del medio físico, y en el que depositan residuos y contaminantes tras las actividades de producción, distribución y consumo.

En opinión de Kapp los costes sociales del crecimiento económico han estado largamente descuidados:

«La producción y el consumo ponen en movimiento procesos complejos que tienen graves consecuencias negativas sobre el medio ambiente físico y social y que ejercen un efecto inevitable en la distribución; estas interdependencias implican una forzosa transferencia de costes sociales «no pagados» que constituyen una redistribución secundaria del ingreso real primordial (pero no exclusivamente) para los miembros económicamente más débiles de la sociedad, así como también para las generaciones futuras».

A diferencia de los economistas neoclásicos, Kapp pensaba que el tratamiento de los costes medioambientales mediante una valoración monetaria es claramente insuficiente para corregir la medición del producto nacional. Dado que estamos ante sistemas económicos abiertos donde operan efectos acumulativos, es necesario volver a definir y formular los conceptos de costes y ganancias, así como los criterios de eficiencia y optimalidad económica.

Según Kapp debemos reconocer las limitaciones de la doctrina económica tradicional:

“…la crisis ambiental obliga a los economistas a reconocer las limitaciones de sus enfoques metodológicos y cognoscitivos, y a revisar los alcances de su ciencia. Los economistas clásicos –Adam Smith y sus sucesores- todavía podían pretender, con alguna justificación, que era posible entender los sistemas económicos como sistemas semicerrados porque, en su época, el aire, el agua, etc., eran, en cierto sentido, bienes ‘libres’ y porque estaban convencidos –equivocadamente- de que la acción racional –bajo condiciones competitivas- sólo tenía efectos sociales positivos. Esta creencia ha resultado ser una ilusión. Asirse a ella frente a la crisis ambiental solamente puede considerarse como un autoengaño y un fraude para los demás”.

Para leer más:

William Kapp: «El carácter de sistema abierto de la economía y sus implicaciones». Publicado en F. Aguilera y V. Alcántara (comp.): De la economía ambiental a la economía ecológica. Icaria, Barcelona, 1994.

[Publicado originalmente como K. William Kapp: «The Open System Character of the Economy and its implications» en Kurt Dopfer (ed.): Economics in the Future: Towards a New Paradigm, London, MacMillan, 1976].

 

Una cita de John K. Galbraith sobre medio ambiente

21. Shanghai_2. China

El célebre economista John Kenneth Galbraith (1908-2006) refiriéndose a la protección del medio ambiente escribió estas palabras en su conocida obra La Era de la incertidumbre:

«Sólo protegemos nuestro medio ambiente cuando decimos lisa y llanamente lo que se puede y lo que no se puede hacer al aire, al agua, al paisaje. Es una verdad difícil. Si hay que ahorrar energía sin perjudicar los empleos, empecemos por el propio automóvil. Los recursos duran más si se usan menos. Es otra verdad difícil».

Para leer más:

John Kenneth Galbraith (1977): La Era de la incertidumbre.

 

Economía y naturaleza: la nave espacial Tierra de K. E. Boulding

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Ha transcurrido más de medio siglo desde que el economista británico Kenneth Ewart Boulding (1910-1993) publicara sus primeros escritos en los que interrelacionaba economía y naturaleza.  En especial, su aportación más conocida, publicada en 1966, en la que comparó la economía de nuestro planeta con un sistema cerrado, que denominó de forma muy ilustrativa «nave espacial Tierra», marcó un sólido antecedente teórico de lo que hoy entendemos por desarrollo sostenible.

En su célebre artículo de  1966, «The Economics of the Coming Spaceship Earth», Kenneth E. Boulding antepone dos concepciones de la economía. La primera, que debiera pertenecer al pasado, concibe a la Tierra como un sistema abierto, derrochador y explotador, al que denomina «economía del cowboy«:

«En la economía del cowboy el consumo se considera algo positivo y la producción también; el éxito de la economía se mide por el rendimiento de los factores de producción, una parte de los cuales es extraída en diferentes proporciones de las reservas de materias primas y objetos no económicos, mientras otra parte son residuos que se añaden a los sumideros».

Bajo esta concepción de la economía se descuidan «con asombrosa falta de visión» problemas graves, en tanto que se sigue pensando y actuando «como si la producción, el consumo, los flujos de recursos-residuos, y el PNB fueran la medida adecuada y suficiente del éxito económico».

Frente a esta economía del cowboy, Boulding propone la economía cerrada del futuro, a la que denomina «economía del astronauta«:

«la Tierra se ha convertido en una única nave espacial, sin reservas ilimitadas de nada, debido a su extracción y a la contaminación, y en la que, por tanto, el hombre debe hallar su lugar en un sistema ecológico cíclico que sea capaz de una reproducción continua de formas materiales, aún cuando no pueda evitar la utilización de inputs de energía».

En esta nueva concepción de la economía el objetivo no es aumentar el rendimiento:

«La medida fundamental del éxito de una economía no es en absoluto el consumo y la producción, sino la naturaleza, cantidad, calidad y complejidad del stock total de capital, incluyendo en dicho stock el estado de los cuerpos y las mentes humanas que componen el sistema. En la economía del astronauta, lo que nos preocupa primordialmente es la conservación de ese stock, y cualquier cambio tecnológico que consiga la conservación de un stock total dado con un nivel de actividad menor (esto es, con menos producción y menos consumo) es claramente un adelanto».

Con la «economía del astronauta», lo esencial, por tanto, es conservar, hacer perdurable las bases sobre las que se sustenta la sociedad, entre las que se encuentra el patrimonio natural. Lo importante no es consumir, gastar, ese patrimonio natural, sino conservarlo, hacerlo perdurable, mantener su valor. Es necesario, pues, priorizar el stock frente al flujo, el patrimonio frente al gasto.

De ahí que Boulding nos pregunte: «¿Qué es, por ejemplo, lo importante: comer o estar bien alimentado?». A lo que el economista británico responde: «Me inclino a considerar como más importante el concepto de stock, es decir, a pensar que estar bien alimentado es más importante que comer».

Fue un economista, asimismo, preocupado por el medio ambiente y la equidad intergeneracional:

«Puede objetarse, desde luego, que porqué preocuparnos de todo esto cuando la economía del astronauta queda todavía lejana (por lo menos, más allá de la esperanza de vida de cualquiera de nosotros), así que comamos, bebamos, gastemos, explotemos y contaminemos, y seamos felices como podamos, y que la posteridad se ocupe de la nave espacial Tierra».

Para Boulding la preocupación por el porvenir de la humanidad es una cuestión incluso de identidad individual:

«La única respuesta a esto, en mi opinión, consiste en señalar que el bienestar del individuo depende de la medida en que pueda identificarse a sí mismo con los demás, y que la identidad individual más satisfactoria es la que hace al individuo sentirse parte de una comunidad no sólo espacial, sino también temporal, que se extiende desde el pasado hasta el futuro».

Y, sin embargo, los hechos muestran que en muchos aspectos ese futuro ya está aquí. Somos testigos ya de problemas de agotamiento de recursos naturales y de generación de residuos y contaminación de la atmósfera:

«En realidad, la sombra de la futura nave espacial ya está proyectándose sobre nuestros espléndidos derroches. Aunque parezca extraño, el problema se presenta de modo más preocupante por el lado de la contaminación que por el agotamiento de los recursos. Los Ángeles se ha quedado sin aire, el lago Erie se ha convertido en una letrina, los océanos se están llenando de plomo y DDT, y la atmósfera puede convertirse en el mayor problema para el hombre en la próxima generación, dada la tasa a la que la estamos contaminando (…); y no se puede contemplar con indiferencia el ritmo actual de contaminación de todos los sumideros naturales, ya sean a la atmósfera, los lagos, o incluso los océanos».

También es valiosa su clarividencia sobre el problema energético al que se enfrenta la sociedad:

«Los inmensos inputs de energía que hemos obtenido de los combustibles fósiles son estrictamente temporales. Hasta las previsiones más optimistas creen que la disponibilidad de combustibles fósiles fácilmente asequibles se agotará en cuestión de pocos siglos con las actuales tasas de consumo. Si el resto del mundo alcanzara los niveles americanos de consumo de energía, y sobre todo, si la población mundial continúa aumentando, el agotamiento de los combustibles fósiles será aún más rápido».

De igual forma, vio con claridad el gran potencial que presentan las energías renovables:

«Hasta ahora, ciertamente, no hemos adelantado mucho en la tecnología para usar  la energía solar actual, pero hay grandes probabilidades de avances futuros».

En definitiva, Kenneth E. Boulding concibió ya en 1966 la economía del planeta como un sistema cerrado. En su opinión la concepción de la economía abierta con recursos naturales ilimitados y abundantes -la denominada economía del cow-boy– ha de pertenecer al pasado. La realidad del sistema social mundial ha cambiado. La economía moderna posee unos recursos limitados, que hay que conservar, y unos espacios para la contaminación y los residuos, que son finitos.

Para leer más:

Kenneth E. Boulding (1966): «The Economics of the Coming Spaceship Earth».

En español: La economía de la futura nave espacial Tierra.

E. J. Mishan y los costes del desarrollo

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Shanghai, China

El economista británico Edward J. Mishan (1917-2014) afirmaba en 1969, con su obra «Growth: the price we pay», que existen serias dudas de que haya una relación positiva clara entre bienestar social y desarrollo económico. Para este autor, que no se identificaba con la escuela de pensamiento económico convencional, los economistas, por lo general, no se preguntan en voz alta si el desarrollo material en Occidente está aumentando globalmente la felicidad de la humanidad.

El «desbocado» mundo moderno en que vivimos ha evolucionado, con su rápido e implacable progreso técnico, generando unos costes sociales que se vuelven excesivos en muchos ámbitos.

Mientras, los ciudadanos nos encontramos continuamente distraídos por «las maravillas de la técnica», de modo que no tenemos «ninguna noción de la amplitud y gravedad de la situación».

Para Mishan el crecimiento económico tiene unos costes sociales -que llamó efectos de rebosamiento– que «se distinguen por cuanto, injustificadamente, no son introducidos en el cálculo desde un comienzo». Entre dichos costes destaca los siguientes:

-La congestión del tráfico en nuestras ciudades.

-La limitada soberanía del consumidor.

-Las pérdidas de tiempo y la ansiedad que genera en el consumidor la creciente producción de mercancías.

-El «cosmopolitismo uniforme».

-La destrucción de la variedad que provoca el progreso tecnológico.

-Los daños al medio ambiente.

En concreto, respecto a los costes medioambientales que conlleva el crecimiento económico, este autor resalta los siguientes:

«(…) la erosión del campo; el afeamiento de nuestras ciudades costeras; la polución de la atmósfera y de los ríos mediante los desperdicios químicos; la acumulación de petróleo en las aguas de nuestras costas; el envenenamiento de nuestras playas por las aguas residuales; la destrucción de la vida silvestre por el uso indiscriminado de los insecticidas; el cambio del sistema de cría de los animales en el campo, al sistema de granjas industriales; y, lo que resulta evidente para todo quien tenga ojos para ver, la irreflexiva destrucción de una rica herencia de bellezas naturales, una herencia que no podrá restaurarse en vida de nuestra generación».

Para Mishan, pues, las principales fuentes del bienestar social no han de buscarse en el crecimiento económico per se, sino en una forma más selectiva de desarrollo. A modo de ejemplo, expone las siguientes sentencias:

«Resulta perfectamente posible arreglar las cosas de forma que se produzcan muchos menos bienes superfluos y, en cambio, se pueda disfrutar de un mayor tiempo libre».

«Podemos reducir la publicidad en los periódicos y, a cambio, conservar nuestros bosques».

«Podemos decidir reducir la lucha por la competencia y optar por una vida más fácil y reposada».

«Devolver la tranquilidad y dignidad a nuestras ciudades y hacer posible que la gente pueda vagar sin verse molestada por el tráfico y pueda gozar de nuevo del encanto de los pueblos y ciudades históricos».

«(…) Preservar para la posteridad aquellos recursos naturales limitados que, en ausencia de una legislación prohibitiva o en ausencia de controles, seguirían siendo deteriorados y malgastados».

Para leer más:

E. J. Mishan (1969): Growth: the price we pay. (En español: E. J. Mishan: Los costes del desarrollo económico. Oikos-tau, Barcelona, 1989, 2ª edición).

Sobre riqueza y naturaleza según Alfred Marshall

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Posiblemente Alfred Marshall (1842-1924) es el máximo exponente de la teoría económica moderna.

Este economista británico argumentaba que los individuos siguen un comportamiento racional consistente en la maximización de su satisfacción individual. Dados unos precios, una renta y unas preferencias, los individuos ajustarían sus gastos mediante la compra de aquel conjunto de bienes cuyo consumo les reportará mayor utilidad, teniendo en cuenta que opera el principio de utilidad marginal decreciente.

Análogamente, los agentes productores también tratan de maximizar su utilidad. Para ello su comportamiento económico consistirá en maximizar sus beneficios.

Pero son dignas de mención también las aportaciones de Alfred Marshall a la Economía desde una aproximación más macroeconómica, como las relativas al concepto de riqueza. Este autor escribió en 1879 las siguientes palabras, que no son tan conocidas, con las que evidencia el error que se comete al valorar la riqueza de una nación sin tener en cuenta la naturaleza:

«Estimar correctamente la riqueza real de una nación es una tarea mucho más difícil de lo que parece a primera vista. Se puede encontrar, con cierto cuidado, una medida monetaria de la misma. Pero, desgraciadamente, no puede ser medida correctamente en dinero. El procedimiento seguido ordinariamente para valorar la riqueza de una nación es calcular por separado el valor monetario de todas las cosas que tienen valor monetario y luego sumar unas con otras. (…) Este procedimiento de calcular es muy útil para muchos fines, pero es un arma de doble filo, pues no tiene en cuenta hechos tales como el de que un cielo claro y brillante y un bello panorama constituyen una fuente real de disfrute similar a la que representan los costosos mobiliarios que ocupan un lugar tan grande en el inventario de la riqueza inglesa. Tampoco tiene en cuenta otros hechos como el de que la posesión de tierras cultivables tiene muy poca importancia en los países donde éstas abundan y la tiene extraordinaria donde escasean, como en Inglaterra. (…) Por eso podemos ver que al valorar la riqueza de una nación es fácil que se cometan errores. Primero, porque muchos de los dones que la naturaleza ofrece al hombre no se incluyen de ninguna manera en el inventario y, segundo, porque en éste se subestima la importancia de todo lo que, por abundar mucho, tiene un valor muy pequeño en el mercado».

Para leer más:

Alfred Marshall (1879): «El agua como elemento integrante de la riqueza nacional». Obras escogidas. Fondo de Cultura Económica, México, 1978.