Naturaleza y alma: una cita con Hermann Hesse

_mg_6793

Formamos parte de una sociedad que tiende sepultar su relación ancestral con la naturaleza. En su afán de dominarla para su explotación utilitarista, el ser humano moderno es propenso a infravalorar el medio natural. Olvida que es parte intrínseca de la naturaleza, no sólo desde una dimensión ecológica, sino incluso desde un punto espiritual. Somos, en el fondo, almas bañadas de naturaleza primigenia.

La lectura reposada de la obra de escritor Herman Hesse (1877-1962), merecedor del Premio Nobel de Literatura en 1946, nos sigue aportando valiosas enseñanzas. Algunas de ellas parten de nuestra particular relación con la naturaleza, de la que tanto aprendía y a la que tanto agradecía, como vino a expresar en el siguiente pasaje extraído de su novela Demian:

“…ya desde niño me había gustado contemplar las formas extrañas de la naturaleza, no observándolas simplemente sino entregándome a su propia magia, a su profundo y barroco lenguaje. Las raíces largas y fosilizadas de los árboles, las vetas coloreadas de la piedra, las manchas de aceite flotando sobre el agua, las grietas en el cristal: todas estas cosas habían ejercido antaño una gran fascinación sobre mí, sobre todo, el agua y el fuego, el humo, las nubes, el polvo y, especialmente las manchas de colores que veía girar al cerrar los ojos”.

Para leer más:

Hermann Hesse: Demian. Alianza Editorial, Madrid, 2023.

El lenguaje de la naturaleza: una cita con Hermann Hesse

_MG_1424 1

Le debemos al escritor Herman Hesse (1877-1962), merecedor del Premio Nobel de Literatura en 1946, una extensa obra. De ella podemos extraer valiosas enseñanzas.

En su artículo Sobre mariposas, publicado en 1935, Hesse nos revela que existen pocos caminos ancestrales que puedan llevar al hombre a la felicidad o a la sabiduría. Uno de ellos es “el camino del asombro ante la naturaleza y de la atenta escucha de su lenguaje”. Empatizar con la naturaleza, tratando de sentir su bello lenguaje, nos aleja de la codicia y del afán de explotación que terminan por cegar al ser humano.

«El asombro comienza y acaba en sí mismo, y sin embargo el asombro no es un camino estéril. El que yo me asombre ante un musgo, un cristal, una flor, un coleóptero dorado, o ante un cielo de nubes, un mar con el sereno y gigantesco respirar de sus mareas, un ala de mariposa con el orden de sus estrías cristalinas, el corte y las cenefas coloreadas de sus bordes, los múltiples caracteres y adornos de su dibujo y las infinitas, tenues y mágicas gradaciones y tonalidades de los colores… siempre que abordo con el ojo o con otro sentido corporal un trozo de naturaleza, si me siento atraído y encantado por él y me abro por un momento a su ser y a su revelación, en ese momento he olvidado toda esa zona ciega y codiciosa del ansia humana, y en lugar de pensar o imperar, en lugar de conquistar y explotar, de combatir u organizar, no hago otra cosa que “asombrarme” como Goethe, y con ese asombro no sólo me hago hermano de Goethe y demás poetas sabios, sino que me hago hermano de todo aquello que me asombra y que yo siento como mundo viviente: de la mariposa, del escarabajo, de la nube, del río y el monte, pues por la vía del asombro he escapado momentáneamente al mundo de las separaciones y he ingresado en el mundo de la unidad…».

Para leer más:

Hermann Hesse: Pequeñas alegrías. Alianza Editorial, Madrid, 2010.

La ciudad de Bangkok: una cita con Joseph Conrad

_Z0B9210

La ciudad de Bangkok, capital tailandesa de más de diez millones de habitantes en la actualidad, dista mucho de lo que era hace un siglo. Le debemos a Joseph Conrad (1857-1924), el célebre escritor inglés de origen polaco, una descripción envolvente del pasado de esa ciudad gracias a su novela La línea de sombra que escribió hacia 1915.

A través del protagonista de esta obra, un primerizo capitán que decide afrontar la gran responsabilidad del mando de un buque anclado en Bangkok para poner rumbo a Singapur, Conrad consigue que viajemos hasta un asentamiento humano de Oriente para sentirnos como si nos encontráramos realmente en él.

Es una ciudad que se baña con el agua del río sobre la que se asienta y con los rayos del sol que la impregnan. En ella no están ausentes los contrastes, que aún nos interpelan, entre las numerosas casas de construcción humilde y los grandes edificios y suntuosos templos.

“Anchamente, se extendía ante mí sobre las dos riberas, aquella capital oriental que todavía no ha sufrido la conquista de los blancos: una sucesión de casas oscuras, hechas de bambú, de esterillas, de hojas, toda una arquitectura vegetal que brotaba de la tierra oscura, sobre las riberas del río cenagoso. Asombraba el pensar que en aquellos millares de habitaciones humanas no había entrado sin duda más de media docena de libras de clavos. Algunas de aquellas casas, hechas de ramas y de hierbas, como los nidos de una especie acuática, se adherían a las riberas bajas. Otras, parecían haber surgido del agua misma, y las había también que flotaban en largas filas ancladas en medio del mismo río. Aquí y allá, dominando la masa tupida de techos oscuros y bajos, se levantaban grandes edificios de cal y canto, el Palacio del Rey, templos suntuosos y deteriorados, que se desmoronaban poco a poco bajo la luz vertical del sol, luz abrumadora, palpable casi, que parecía penetrar en nuestros pechos por la aspiración de nuestras narices e infiltrarse en nuestros miembros por todos los poros de nuestra piel”.

Para leer más:

Joseph Conrad: La línea de sombra. Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona, 2024.

El mar: una cita con Joseph Conrad

_Z0B0748

El mar, el medio natural más generoso del planeta azul, ha sido siempre fuente de inspiración para los creadores de la palabra escrita.

Traemos hasta aquí el caso de Joseph Conrad (1857-1924), el célebre escritor inglés de origen polaco, que llegó a ejercer como oficial de la marina mercante británica, lo que le permitió conocer muy bien diversos mares.

Algunas de las sensaciones que el mar le gratificó a Conrad como oficial y capitán durante sus múltiples viajes han llegado hasta nosotros precisamente a través de su literatura. Como muestra, el siguiente pasaje de la novela La línea de sombra, que escribió hacia 1915:

“Aquella misma mañana, cuando me hubo relevado un poco más tarde el segundo, me arrojé sobre mi litera y durante tres horas logré encontrar un poco de olvido. Un olvido tan completo que, al despertarme, me pregunté dónde me hallaba. Al pensar que me hallaba a bordo de mi barco, una inmensa sensación de alivio descendió sobre mí. ¡En el mar! ¡En el mar!

A través del portillo vi un horizonte tranquilo, inundado de sol. El horizonte de un día sin brisa. Pero su mera extensión bastó para la sensación de una evasión dichosa y la pasajera alegría de la libertad”.

Para leer más:

Joseph Conrad: La línea de sombra. Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona, 2024.

El limonero de Antonio Machado

_1200851

El poeta español Antonio Machado (1875-1939) nos legó una extensa obra de singular calidad. De ella podemos extraer versos que evocan los años de su infancia en la casa de Sevilla donde nació.

Aquella casa gozaba de un huerto y un patio donde Machado respiraba campo y naturaleza, dejándoles una profunda huella en su memoria: “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el limonero”.

A este árbol de “frutos de oro”, que tenía como compañera inseparable “la fuente limpia”, le dedica Antonio Machado el poema VII de Soledades, su primer libro publicado en 1903.

   El limonero lánguido suspende
una pálida rama polvorienta
sobre el encanto de la fuente limpia,
y allá en el fondo sueñan
los frutos de oro...
                  Es una tarde clara,
casi de primavera,
tibia tarde de marzo
que el hálito de abril cercano lleva;
y estoy solo, en el patio silencioso,
buscando una ilusión cándida y vieja;
alguna sombra sobre el banco muro,
algún recuerdo, en el pretil de piedra
de la fuente dormido, o, en el aire,
algún vagar de túnica ligera.
   En el ambiente de la tarde flota
ese aroma de ausencia,
que dice al alma luminosa: nunca,
y al corazón: espera.
   Ese aroma que evoca los fantasmas
de las fragancias vírgenes y muertas.
   Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara,
casi de primavera,
tarde sin flores, cuando me traías
el buen perfume de la hierbabuena,
y de la buena albahaca,
que tenía mi madre en sus macetas.
   Que tú me viste hundir mis manos puras
en el agua serena,
para alcanzar los frutos encantados
que hoy en el fondo de la fuente sueñan...
   Sí, te conozco, tarde alegre y clara,
casi de primavera.

Para leer más:

Antonio Machado: Poesías completas. Editorial Espasa Calpe, Madrid, 1998.

Girasoles, en el verso de Gutiérrez Albelo

El poeta Emeterio Gutiérrez Albelo (1904-1969), originario de las Islas Canarias (España), publicó en 1930 Campanario de la primavera, su primera obra.

Se trata de un libro de poemas que rompe con el modernismo y se acerca a las vanguardias artísticas. Este poemario, que reúne colorismo, sensualidad y momentos evocadores, destila también compromiso con la vida y la naturaleza.

Traemos hasta aquí estos versos dedicados a los girasoles:

GIRASOLES

-Decidme qué hora es,
áureos relojes de la primavera.

Para leer más:

Emeterio Gutiérrez Albelo: Campanario, Romanticismo y Enigma del invitado. Gobierno de Canarias, Madrid, 1989.

La laguna de Venecia: una cita con Hermann Hesse

_Z0B4711

Le debemos al escritor Hermann Hesse (1877-1962), merecedor del Premio Nobel de Literatura en 1946, una extensa obra, traducida a múltiples idiomas. Entre ella se encuentran unas notas de su primer viaje a Italia, en la primavera del año 1900, donde confiesa su gran admiración por Venecia.

Esta ciudad italiana, contemplada desde el campanille de San Giorgio Maggiore, es capaz de producir en el visitante neófito y diligente un hechizo singular. En palabras de Hesse la contemplación de la belleza que desprende Venecia, al reunir en un mismo espacio naturaleza y arte, provocan en el observador atento sentimientos de creatividad y felicidad. Son motivos más que suficientes para procurar la preservación de esta urbe singular.

«Nunca se reveló la laguna de Venecia a mis ojos tan espléndidamente como una tarde de mayo que dediqué exclusivamente a su contemplación. No conozco nada más encantador que las horas en que un maravilloso trozo de la naturaleza o de arte se ofrece por vez primera a los ojos claro y transparente, de suerte que la atenta contemplación pueda seguir de modo inmediato y sobre huellas recientes al espíritu creador de la belleza. Paisajes, nubes, imágenes a cuya vera solemos transitar con inconsciente gozo, nos descubren en tales momentos, de pronto en forma sorpresiva, la idea creadora que late y actúa en ellos. Entonces le es dado al contemplador diligente y ejercitado tomar parte, en feliz visión e intelección, en esa misma obra generadora, de tal modo que él mismo experimenta ante el objeto bello el sentimiento creativo. Se trata exactamente del mismo sentimiento de felicidad que produce un libro o una música en el instante de la plena comprensión; entonces la obra de arte es propiedad tuya y tú mismo eres el creador».

Para leer más:

Hermann Hesse: Pequeñas alegrías. Alianza Editorial, Madrid, 2010.

.

El lago, espejo natural: una cita con Henry D. Thoreau

241_DSF5194

El escritor naturalista Henry David Thoreau (1817-1862) llegó a entablar una estrecha comunión con la naturaleza durante su retiro de más de dos años junto a la orilla de la laguna Walden, en Concord. Fruto de aquella vida asceta escribió su celebre obra Walden o la vida en los bosques donde expresa sus vivencias y pensamientos.

Durante aquel tiempo su observación pura de la naturaleza llevó a Thoreau a escribir descripciones únicas sobre su entorno, como la del siguiente pasaje con el que nos transmite la belleza del espejo natural que es el lago.

“Quizá no haya nada tan bello, tan puro, y al mismo tiempo tan vasto como un lago, en toda la superficie de la tierra. Agua del cielo. Que no necesita de cercado alguno. Las naciones vienen y van sin viciarla. Es un espejo que ninguna piedra puede quebrar, cuyo azogue no se gasta nunca y cuyo marco repara constantemente la Naturaleza; no hay tempestad ni polvo que puedan empañar su superficie, siempre fresca; un espejo en el que toda impureza presente se hunde en él barrida y expulsada por el brumoso cepillo del sol -el paño o escobilla más leve-, que no retiene hálito que se le eche, sino que envía su propio aliento para formar nubes que flotan en lo alto y se reflejan de nuevo en su seno”.

Para leer más:

Henry D. Thoreau: Walden o la vida en los bosques. Editorial Juventud, Barcelona, 2010.

El lago, ojo natural: una cita con Henry D. Thoreau

_Z0B5556b

El escritor naturalista Henry David Thoreau (1817-1862) llegó a vivir durante más de dos años en una cabaña junto a la orilla de la laguna Walden. Fruto de aquellas vivencias en contacto directo con la naturaleza escribió su célebre obra Walden o la vida en los bosques.

La maestría literaria de Thoreau apoyada en su cuidada observación naturalista ha hecho posible que hoy contemos con magistrales descripciones, como la del siguiente pasaje donde con unas pocas palabras exalta la belleza que puede ofrecer un lago.

«Un lago es uno de los rasgos más bellos y expresivos de un paisaje. Es el ojo de la tierra; y en mirándose en él descubre el observador la profundidad de su propia naturaleza. Los árboles acuáticos de la orilla son las finas pestañas que lo enmarcan, y las frondosas colinas y acantilados en torno, sus prominentes cejas»

Para leer más:

Henry D. Thoreau: Walden o la vida en los bosques. Editorial Juventud, Barcelona, 2010.

Azorín y el amor a los paisajes

_Z0B6487

El escritor español José Martínez Ruiz, más conocido por Azorín (1873-1967), nos reveló desde los tempranos comienzos de su obra literaria un sentido amor por la naturaleza.

En Bohemia, libro de cuentos publicado en 1897, incluye uno, al que da por título Paisajes, con el que consigue persuadirnos de la profundidad con la que podemos llegar a admirar lo natural.

El protagonista innominado de este cuento confiesa el anhelo de escribir su gran libro, que titulará Paisajes. Con él, como si fuera “un álbum de acuarelas” el ilusionado escritor pretende capturar y dejar impresas las múltiples sensaciones que la Naturaleza siempre le ha provocado ante la constante contemplación de los paisajes de su tierra natal.

«Sí, ése es mi libro -decía-; el libro de mi juventud entera, de mis amores con la Naturaleza, de mis entusiasmos, de toda mi vida de artista enamorado del campo, de la vegetación loca, del cielo azul, de la noche estrellada. Ese es mi libro: un montón de páginas vibrantes, calurosas, resplandecientes de luz, con todos los ruidos de la campiña, con todos los aromas de los huertos de mi tierra. Se titulará Paisajes, será una serie de cuadros sin figuras, de manchas de color, de visiones…, estados del alma ante un pedazo de Naturaleza, sensaciones de la madre tierra. Porque ése es mi amor, mi suprema pasión: la tierra».

Y prosigue el protagonista con sus palabras de amor a la naturaleza:

“Por eso la quiero como si se tratara de mi propia madre, y siento impresión hondísima ante un grupo de árboles, ante una roca gris que se yergue al borde del mar, ante un montón de hojas secas, amarillentas, que el viento hace jugar a lo largo de las alamedas, en el otoño, cuando el cielo es de color de plomo y no tienen flores los jardines, ni el campo el follaje y ruidos alegres…”

Para leer más:

Azorín: Obras completas. Aguilar, Madrid, 1959.