Una cita de César Manrique sobre Timanfaya

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Parque  Nacional de Timanfaya, Lanzarote (Islas Canarias)

César Manrique (1919-1992) fue pintor, arquitecto, escultor, urbanista, proyectista… Sin embargo, le molestaban las etiquetas; prefería definirse como artista.

Sintiéndose ciudadano del mundo, amó su isla natal. Para César Manrique la naturaleza volcánica de Lanzarote posee una belleza única, con Timanfaya como protagonista determinante del paisaje que le inspiró para desarrollar su arte y vivir en armonía y libertad.

El paisaje volcánico del parque nacional de Timanfaya, cuyas últimas erupciones tuvieron lugar entre 1730 y 1736, y en 1824, dio pie a que Manrique escribiera las siguientes palabras:

“El estar inmerso y en contacto directo con los magmas calcinados de Timanfaya produce una inquietud de absoluta libertad, y se siente una extraña sensación de claro presentimiento sobre el tiempo y el espacio”.

Para leer más:

César Manrique (1988): Escrito en el fuego.

Una cita con el arco iris en la obra de Goethe

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Es conocida la riqueza de escenas como vívidos cuadros de pinturas literarias que presenta Fausto, la célebre obra de Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832). Traemos hasta aquí un bello pasaje del acto I de la segunda parte de la tragedia.

Mientras amanece, el doctor Fausto, rodeado de espíritus con graciosas formas, invoca a la naturaleza y a la formación del arco iris:

“¡Quede, pues el sol a mi espalda! La cascada de agua, que ruge a través de la grieta de las peñas, la contemplo con entusiasmo creciente; de caída en caída se va abriendo en miles, y luego derrama en otros mil torrentes, zumbando y elevando por el aire espuma tras espuma. Pero ¡qué espléndidamente, respondiendo a este empuje, se eleva el arco policromo en perpetua alternancia unas veces trazando nítidamente, otras veces fundiéndose en el aire, y difundiendo en torno lluvia fresca y aromada! Ahí se refleja el esfuerzo humano. Medita sobre él, y comprenderás exactamente: en ese fulgor coloreado tenemos la vida”.

Para leer más:

Johann Wolfgang von Goethe (1832): Fausto

 

K. William Kapp y los costes ambientales de la economía abierta

12. Chongqing_1. China

En 1976 el economista de origen alemán Karl William Kapp (1910-1976), uno de los inspiradores de la denominada ecología política, escribió el artículo The Open System Character of the Economy and its implications. En él defendió que todo sistema económico hay que entenderlo con su carácter abierto. Esto significa que no es aceptable concebir la producción y el consumo aisladamente del sistema ecológico. Lo contrario, considerar que la economía es un sistema cerrado independiente de otros sistemas, como el ecológico y el político e institucional, es perpetuar una equivocada percepción de la realidad, según Kapp.

Los sistemas económicos no son sistemas cerrados y autorregulados, sino sistemas abiertos que para su reproducción dependen de los recursos que extraen del medio físico, y en el que depositan residuos y contaminantes tras las actividades de producción, distribución y consumo.

En opinión de Kapp los costes sociales del crecimiento económico han estado largamente descuidados:

«La producción y el consumo ponen en movimiento procesos complejos que tienen graves consecuencias negativas sobre el medio ambiente físico y social y que ejercen un efecto inevitable en la distribución; estas interdependencias implican una forzosa transferencia de costes sociales «no pagados» que constituyen una redistribución secundaria del ingreso real primordial (pero no exclusivamente) para los miembros económicamente más débiles de la sociedad, así como también para las generaciones futuras».

A diferencia de los economistas neoclásicos, Kapp pensaba que el tratamiento de los costes medioambientales mediante una valoración monetaria es claramente insuficiente para corregir la medición del producto nacional. Dado que estamos ante sistemas económicos abiertos donde operan efectos acumulativos, es necesario volver a definir y formular los conceptos de costes y ganancias, así como los criterios de eficiencia y optimalidad económica.

Según Kapp debemos reconocer las limitaciones de la doctrina económica tradicional:

“…la crisis ambiental obliga a los economistas a reconocer las limitaciones de sus enfoques metodológicos y cognoscitivos, y a revisar los alcances de su ciencia. Los economistas clásicos –Adam Smith y sus sucesores- todavía podían pretender, con alguna justificación, que era posible entender los sistemas económicos como sistemas semicerrados porque, en su época, el aire, el agua, etc., eran, en cierto sentido, bienes ‘libres’ y porque estaban convencidos –equivocadamente- de que la acción racional –bajo condiciones competitivas- sólo tenía efectos sociales positivos. Esta creencia ha resultado ser una ilusión. Asirse a ella frente a la crisis ambiental solamente puede considerarse como un autoengaño y un fraude para los demás”.

Para leer más:

William Kapp: «El carácter de sistema abierto de la economía y sus implicaciones». Publicado en F. Aguilera y V. Alcántara (comp.): De la economía ambiental a la economía ecológica. Icaria, Barcelona, 1994.

[Publicado originalmente como K. William Kapp: «The Open System Character of the Economy and its implications» en Kurt Dopfer (ed.): Economics in the Future: Towards a New Paradigm, London, MacMillan, 1976].

 

Una cita de John K. Galbraith sobre medio ambiente

21. Shanghai_2. China

El célebre economista John Kenneth Galbraith (1908-2006) refiriéndose a la protección del medio ambiente escribió estas palabras en su conocida obra La Era de la incertidumbre:

«Sólo protegemos nuestro medio ambiente cuando decimos lisa y llanamente lo que se puede y lo que no se puede hacer al aire, al agua, al paisaje. Es una verdad difícil. Si hay que ahorrar energía sin perjudicar los empleos, empecemos por el propio automóvil. Los recursos duran más si se usan menos. Es otra verdad difícil».

Para leer más:

John Kenneth Galbraith (1977): La Era de la incertidumbre.

 

Una cita con el «bosque de leyenda” de Miguel Ángel Asturias

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El escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1899-1974) nos regaló estas palabras con las que literariamente consigue fusionar el ser humano y la naturaleza de forma magistral:

«En la oscuridad fueron surgiendo imágenes fantásticas y absurdas: ojos, manos, estómagos, quijadas. Numerosas generaciones de hombres se arrancaron la piel para enfundar la selva. Inesperadamente me encontré en un bosque de árboles humanos: veían las piedras, hablaban las hojas, reían las aguas y movíanse con voluntad propia el sol, la luna, las estrellas, el cielo y la tierra.

Los caminos se enroscaron y el paisaje fue apareciendo en la claridad de las distancias enigmático y triste, como una mano que se descalza el guante. Líquenes espesos acorazaban los troncos de las ceibas. Los robles más altos ofrecían orquídeas a las nubes que el sol acababa de violar y ensangrentar en el crepúsculo. El culantrillo simulaba una lluvia de esmeraldas en el cuello carnoso de los cocos. Los pinos estaban hechos de pestañas de mujeres románticas».

Para leer más:

Miguel Ángel Asturias (1930): Leyendas de Guatemala.

 

Una cita con la naturaleza en la obra de Henry D. Thoreau

_MG_8625La estrecha comunión con la naturaleza que entabla el escritor naturalista Henry D. Thoreau (1817-1862) queda sintetizada en las siguientes palabras extraídas de su célebre obra Walden:

«La indescriptible inocencia y, beneficencia de la Naturaleza, del sol, del viento, de la lluvia, del verano y del invierno. ¡Qué salud, qué alegría proporcionan siempre! Y es tal la simpatía que vuelcan sobre nuestra raza, que la Naturaleza toda se afectaría, se empañaría el sol, suspirarían los vientos con voz humana, las nubes precipitarían lágrimas y los bosques desecharían su follaje para ponerse de luto en pleno verano, si algún hombre sufriera alguna vez por una causa justa. ¿Acaso no debo yo comulgar con la Naturaleza? ¿No soy en parte hojas y mantillo?».

Para leer más:

Henry D. Thoreau (1854): Walden o la vida en los bosques.

La paloma de Kant

10. Gdansk. Polonia

La naturaleza siempre ha sido una rica fuente de inspiración para los grandes pensadores. El filósofo Immanuel Kant (1724-1804) prestó su atención al vuelo de una paloma para  exponer su pensamiento.

De la conocida parábola de la paloma de Kant se hizo eco Antonio Machado (1875-1939) en su libro «Juan de Mairena», publicado en 1936, con las siguientes palabras:

«Si leyerais a Kant -en leer y comprender a Kant se gasta mucho menos fósforo que en descifrar tonterías sutiles y en desenredar marañas de conceptos ñonos- os encontraríais con aquella famosa parábola de la paloma que, al sentir en las alas la resistencia que le opone el aire, sueña que podría volar mejor en el vacío. Así ilustra Kant su argumento más decisivo contra la metafísica dogmática, que pretende elevarse a lo absoluto por el vuelo imposible del intelecto discursivo en un vacío de intuiciones. Las imágenes de los grandes filósofos, aunque ejercen una función didáctica, tienen un valor poético indudable, y algún día nos ocuparemos de ellas. Conste ahora, no más, que existe -creo yo- una paloma lírica que suele eliminar el tiempo para mejor elevarse a lo eterno y que, como la kantiana, ignora la ley de su propio vuelo».

Y leyendo a Immanuel Kant nos encontramos con la original metáfora de la paloma que emplea en su célebre obra «Crítica de la razón pura»:

«La ligera paloma, que siente la resistencia del aire que surca al volar libremente, podría imaginarse que volaría mucho mejor aún sin un espacio vacío. De esta misma forma abandonó Platón el mundo de los sentidos, por imponer límites tan estrechos al entendimiento. Platón se atrevió a ir más allá de ellos, volando en el espacio vacío de la razón pura por medio de las alas de las ideas. No se dio cuenta de que, con todos sus esfuerzos, no avanzaba nada, ya que no tenía punto de apoyo, por así decirlo, no tenía base donde sostenerse y donde aplicar sus fuerzas para hacer mover el entendimiento. Pero suele ocurrirle a la razón humana que termina cuanto antes su edificio en la especulación y no examina hasta después si los cimientos tienen el asentamiento adecuado».

Para leer más:

Antonio Machado (1936): Juan de Mairena.

Immanuel Kant (1787): Crítica de la razón pura.

Wangari Maathai y el monte Kenia

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Wangari Maathai (1940-2011), conocida como La Mujer Árbol, fue una keniana que luchó por la defensa del medio ambiente y los derechos humanos. Fundó el Movimiento Cinturón Verde y en 2004 recibió el Premio Nobel de la Paz por su contribución al desarrollo sostenible, la democracia y la paz.

De orígenes muy humildes, nació en el seno de una familia de la tribu kikuyu en la aldea de Ihithe,  cuando Kenia era colonia británica. Para los kikuyu Dios moraba en el monte Kenia, la segunda cima más alta de África, que la propia Wangari Maathai describió con estas memorables palabras:

«Todo lo bueno tenía su origen allí: las lluvias abundantes, los ríos, las corrientes y el agua cristalina. Ya fuera para rezar, enterrar a sus muertos o realizar sacrificios, los kikuyu se volvían hacia el monte Kenia y, cuando construían sus hogares, se aseguraban de que las puertas estuvieran orientadas hacia allí. La gente creía que, mientras el monte fuera monte, Dios estaría con ellos y nunca les faltaría de nada. Las nubes que con frecuencia cubrían el monte solían ser señal de lluvia inminente, y siempre y cuando siguiera lloviendo, a la gente no le faltaría la comida, el ganado podría alimentarse y todos vivirían en paz.

Lamentablemente, hoy en día estas creencias y tradiciones han desaparecido casi por completo (…) Tras los misioneros llegaron los comerciantes y administradores que introdujeron de forma generalizada nuevos métodos para explotar nuestros ricos recursos naturales: la tala, la deforestación de nuestros territorios, la plantación de nuevas especies de árboles, la caza y la implantación de la agricultura comercial. Los lugares sagrados perdieron su santidad y fueron explotados al tiempo que los nativos se volvían cada vez más insensibles a la destrucción, que aceptaban como una señal de progreso».

El día que Wangari Maathai recibió la noticia de que era distinguida con el Premio Nobel lo celebró plantando un tulípero del Gabón y acordándose del monte Kenia:

«Entonces clavé la vista en el monte Kenia, mi fuente de inspiración, y la de tantas generaciones antes que la mía, y reflexioné sobre lo maravilloso que era encontrarme en aquel momento en aquel lugar, celebrando una noticia histórica con la montaña de fondo. Ya se sabe que la montaña es algo tímida y que su cima suele aparecer cubierta por un manto de nubes. Aquel día estaba oculta. Y aunque a mi alrededor el sol bañaba el paisaje, la montaña se escondía. Me esforcé por verla, la busque con los ojos y con el corazón, mientras recordaba las muchas veces que me he preguntado si lograría sobrevivir a los daños que estamos causando. Seguí buscándola y llegué a la conclusión de que la montaña estaba festejando la noticia conmigo: seguro que el Comité Nobel también había percibido la llamada de la naturaleza. La miré fijamente y sentí que, con toda probabilidad, estaba llorando de alegría y escondía sus lágrimas tras un velo de nubes blancas. En ese instante tuve la sensación de estar pisando suelo sagrado».

Para leer más:

Wangari Maathai: Con la cabeza bien alta. Editorial Lumen, Barcelona, 2007.

Una cita con Charles Darwin y la belleza de la naturaleza

8. Galápagos_S. Cristóbal. Ecuador
San Cristóbal. Islas Galápagos

El científico naturalista Charles Darwin (1809-1882) nos legó una trascendental obra, que hoy forma parte del patrimonio de la humanidad. La afamada obra «El origen de las especies», publicada en 1859, es el resultado de las reflexiones científicas que hizo su autor valiéndose de la observación directa de la naturaleza.

Su mente científica no impidió que poseyera una gran sensibilidad por la belleza y el valor intrínseco que presenta el planeta Tierra y los seres vivos que lo habitan. Traemos hasta aquí estas líneas con las que Darwin cierra las últimas páginas de su magna obra:

«Es interesante contemplar un enmarañamiento ribazo cubierto por numerosas plantas de muchas clases, con pájaros que cantan en los matorrales, con variados insectos revoloteando en torno y con gusanos que se arrastran por entre la tierra húmeda, y reflexionar que estas formas primorosamente construidas, tan diferentes entre sí, y que dependen mutuamente unas de otras de modos tan complejos, han sido producidas por leyes que obran en rededor nuestro».

Y continúa Charles Darwin recordando, a modo de síntesis, dichas leyes:

«Estas leyes, tomadas en su sentido más amplio, son: la de crecimiento con reproducción; la de herencia, que está casi comprendida en la reproducción; la de variabilidad, por la acción directa e indirecta de las condiciones de vida, y por uso y desuso; y una razón de incremento tan elevada, que conduce a la lucha por la vida, y, como consecuencia, a la selección natural, que determina la divergencia de caracteres y la extinción de las formas menos perfeccionadas».

Para leer más:

Charles Robert Darwin (1859): El origen de las especies.

 

Sorolla, el pintor que persigue «el natural»

 

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El pintor español Joaquín Sorolla (1863-1923) nos legó una fructífera obra en la que valoramos su maestría para mostrar espontaneidad, emotividad y la fugacidad de la luz en las escenas y los momentos que sus retinas captaban. Fue el pintor de la luz, el trabajador del natural.

Sorolla percibe en los colores de sus escenas del natural infinitos matices. En palabras del propio pintor «el color es todo en la vida».

Pero su amor a la pintura no puede entenderse sin su pasión por la naturaleza. Así lo reflejó por escrito en 1918 con estas palabras extraídas de las cartas personales que mantuvo con Clotilde García, su esposa:

«Yo lo que quisiera es no emocionarme tanto, porque después de unas horas como hoy, me siento deshecho, agotado, no puedo con tanto placer, no lo resisto como antes, es que la pintura cuando se siente es superior a todo; he dicho mal, es el natural lo que es hermoso».

 

Para más información:

Museo Sorolla

Sorolla. El color del mar