E. F. Schumacher y «Lo pequeño es hermoso»: algunas enseñanzas 50 años después

Se cumplen 50 años desde que el economista y estadístico alemán Ernst Friedrich Schumacher (1911-1977) publicara en 1973 su célebre obra “Lo pequeño es hermoso”. Se trata de una colección de ensayos con los que el autor nos aporta un punto de vista bien diferente del pensamiento económico convencional.

Frente al crecimiento ilimitado y el materialismo a ultranza, la visión amplia y profunda del desarrollo económico que nos plantea Schumacher se centra en la verdadera felicidad de la gente y en la conservación de la naturaleza.

A continuación extraemos algunas de las enseñanzas contenidas en esta obra clásica de Schumacher que hoy siguen siendo útiles, si no más necesarias que nunca, para todo propósito de progreso basado en la sostenibilidad:

1. El problema de la producción.

Schumacher comienza su obra lanzándonos la siguiente pregunta: ¿“el problema de la producción” está resuelto? La respuesta que nos da es contundente.

En realidad, creer que el “problema de la producción” está solucionado es uno de los más funestos errores de nuestra época. La razón descansa en el hecho evidente de que el hombre no se siente parte de la naturaleza. El hombre moderno occidental se autodefine como un potencial agente dominador de la naturaleza, pues se considera dotado de poderes científicos y tecnológicos ilimitados que le crean la falsa ilusión de que la Tierra es inagotable. En la práctica, no le interesa la conservación del medio natural, pues lo trata como si fuera un flujo interminable de recursos.

Por tanto, el problema de la producción no está resuelto, porque se está consumiendo el “capital natural”, a un ritmo desmesurado en lugar de minimizar su uso. Un ejemplo de ello es progresivo agotamiento de los combustibles fósiles disponibles. En otras palabras, el sistema industrial moderno está consumiendo las bases mismas sobre las que se sustenta: la naturaleza de la que todos dependemos.

2. El crecimiento económico.

El crecimiento económico, nos expone el autor, no se ha transformado, en realidad, en un objetivo de permanente interés, sino más bien en “la obsesión de toda sociedad moderna”.

Estamos imbuidos de una cultura económica que considera que el camino para la paz y el bienestar es la autopista del crecimiento de la riqueza y del Producto Nacional Bruto. Contamos para ello con el apoyo de la ciencia y la tecnología. Sin embargo, hemos entrado en un callejón sin salida aparente, por no preguntamos si tenemos suficiente para todos y qué debemos entender por suficiente, teniendo en cuenta que vivimos en un planeta que es estrictamente finito.

La idea de crecimiento económico ilimitado ha de ser cuestionada seriamente porque se topa con una doble limitación: la disponibilidad de recursos básicos y la capacidad del medio natural para absorber los impactos contaminantes de la actividad económica.

3. La mercancía.

Para la economía moderna su principal objeto de estudio es “la mercancía”. Ya sean mercancías renovables o no renovables, manufacturas o servicios, todas estas categorías de mercancías, cuyas diferencias cualitativas no se plantean, están sujetas a unos precios que buscan compradores.

Sin embargo, nos recuerda Schumacher, lo realmente importante es reconocer la existencia de otro tipo de “mercancías” que jamás aparecen en el mercado porque no han sido objeto de propiedad privada. Sin embargo, “son nada menos que un requisito esencial de la actividad humana, tales como el aire, el agua, la tierra, y de hecho, la estructura de la naturaleza viva”.

El pensamiento económico dominante, defensor del gigantismo y de la automatización, se muestra incapaz de resolver ninguno de los problemas de hoy: pobreza, frustración, alienación, tensión… Por eso, se hace necesario “un sistema totalmente nuevo de pensamiento, un sistema basado en la atención a la gente y no a las mercancías (¡las mercancías se cuidarán de sí mismas!)”

4. La educación.

La historia y la experiencia nos han demostrado que el factor clave del desarrollo económico proviene de la mente del hombre. Por eso, puede afirmarse que la educación es el más vital de los recursos.

El papel de la educación ha de ser, en primer lugar, la transmisión de valores. La educación en humanidades debe cobrar una posición prioritaria, puesto que lo que necesitamos es la comprensión de por qué las cosas son como son y qué es lo que debemos hacer con nuestras vidas. Se vuelve necesaria una educación en valores, ética, que permita clarificar nuestras convicciones centrales, porque se encuentran en desorden.

Sólo después, ya en un segundo plano, la educación comprendería, siendo también necesaria, la transmisión de conocimiento científico, el “saber cómo”.

5. La tierra.

La tierra, y con ella la naturaleza, se ha venido considerando un factor de producción que, como el trabajo y el capital, contribuye al crecimiento económico. Sin embargo, es mucho más que eso.

La agricultura, que depende de la fertilidad del suelo contenedor organismos vivos, no es equiparable a otras actividades económicas como la industria. La agricultura presenta un principio fundamental diferenciador: trata con la vida, con sustancias vivas.

A los animales se les asigna un valor económico por su utilidad (en la ganadería y agricultura…), pero no pueden ser equiparables a objetos o máquinas usándolos hasta acabar con ellos. En tanto que criaturas vivas tienen un valor metaeconómico.

La vida humana puede continuar sin la industria, pero no podría hacerlo sin agricultura. Por eso la tierra es, después de la gente, nuestro más preciado recurso.

6. La tecnología.

Desde hace ya varias décadas el mundo moderno ha sido modelado por la tecnología. Embarcados en una huida hacia adelante, en la que la tecnología se erige como la llave al anhelado progreso, hemos alcanzado un nivel tecnológico de tanta complejidad y sofisticación que nos ha alejado de lo esencial.

La tecnología moderna, cuyo objetivo debe ser aliviar al hombre de la carga del trabajo, ha tenido más éxito en privarlo de la clase de trabajo que él disfruta más, es decir, el trabajo creativo y útil que hacía con sus propias manos y cerebro, sin prisas y a su propio ritmo. El desarrollo tecnológico continúa siendo dirigido a lograr tamaños cada vez más grandes y velocidades cada vez más altas, desafiando las leyes de la armonía natural.

Necesitamos, por tanto, una tecnología diferente, una tecnología con rostro humano, lo que Schumacher denominó “tecnología intermedia”. Se trata de una tecnología que siendo muy superior a la tecnología primitiva es al mismo tiempo más simple, más barata y democrática que la supertecnología moderna de los ricos y poderosos.

Frente a la tecnología de la producción masiva hoy imperante, Schumacher propone, con la tecnología intermedia, una tecnología de la producción por las masas, que es respetuosa con la naturaleza y se adapta para servir a las personas en lugar de hacerlas sirvientes de las máquinas.

7. La energía.

Schumacher dedica también su atención a otro recurso fundamental para el desarrollo económico: la energía. Nos recuerda que su importancia es estratégica porque “si la energía falla, todo falla”.

En este ámbito expone que queda demostrado que los combustibles fósiles, generadores de contaminación del aire, se enfrentan a problemas de disponibilidad en unas pocas décadas. Asimismo, Schumacher subraya su gran preocupación por los peligros que entraña el desarrollo de la energía nuclear, ya que nos dirige hacia riesgos completamente nuevos e incalculables. La contaminación radioactiva del aire, el agua y el suelo que podría ocasionar la energía nuclear nos envuelve en un escenario en el que peligra la propia vida y la supervivencia humana. El problema no resuelto del almacenamiento de los residuos radioactivos invalida cualquier justificación del progreso por la vía de la extensión de más reactores nucleares.

Ante esta situación, se hace necesario que nuestras sociedades favorezcan un consumo no desmedido de la energía.

8. La economía de la permanencia.

Schumacher nos propone sentar las bases de una nueva economía: “la economía de la permanencia”. El crecimiento económico seguiría siendo posible siempre que vaya dirigido hacia un objetivo limitado; nunca ha de potenciarse el crecimiento ilimitado y generalizado. En palabras de autor “la permanencia es incompatible con una actitud depredadora” de los recursos de la Tierra.

En lugar de procurar el fomento y la expansión de las necesidades, debemos tratar de minimizarlas. Hay que evitar toda tentación de permitir que nuestros lujos terminen convirtiéndose en necesidades. En una economía de la permanencia se requiere un análisis sistemático de nuestras necesidades para encontrar la forma de simplificarlas y reducirlas.

Al mismo tiempo, si el hombre moderno consiguiera no sucumbir a la codicia, se acercaría al camino de la inteligencia, la felicidad, la serenidad y la tranquilidad.

Es apremiante desarrollar un nuevo estilo de vida pensado para la permanencia, con métodos de producción nuevos y pautas de consumo diferentes que respondan a las necesidades reales de la gente y respeten el equilibrio ecológico. Para ello contamos con buenos ejemplos: la bioagricultura, la tecnología con rostro humano, nuevas formas de propiedad común…

Para leer más:

E. F. Schumacher: Lo pequeño es hermoso. Ediciones Akal, Madrid, 2011.

Los economistas ante la crisis ecológica: una cita con Georgescu-Roegen

Se cumple medio siglo desde que el economista y matemático Nicholas Georgescu-Roegen (1906-1994) escribiera, con la colaboración de otros reconocidos economistas, un texto que formó parte de un manifiesto más amplio, impulsado con motivo de la primera Conferencia Mundial de Naciones Unidades sobre Medio Ambiente (la Cumbre de Estocolmo de 1972). En dicho texto Georgescu-Roegen nos advertía de que “la evolución de nuestra morada en la Tierra se aproxima a una crisis de cuya resolución puede depender la supervivencia de la humanidad”.

La producción de bienes y servicios se ha venido considerando fuente prioritaria de beneficios para la sociedad. Sin embargo, también ha conllevado costes que no dejan de ser cada vez más evidentes. El persistente crecimiento económico agota irrevocablemente nuestro stock finito de materias primas y energía. Al mismo tiempo se constata que se está sobrepasando la capacidad, igualmente finita, que tiene nuestro ecosistema para absorber los residuos y la contaminación generados en los procesos económicos.

Según Georgescu-Roegen la situación ecológica es de tal gravedad que la tarea del economista, como la de científicos y planificadores de otras áreas del conocimiento, no debe quedar al margen. El economista de hoy ha de tener una visión más amplia, debe dejar de aislar su dominio de otras ramas de la sabiduría.

Los costes ecológicos de los procesos económicos actuales sobre las generaciones futuras encierra un importante problema ético que el economista como gestor y planificador de recursos no puede eludir. Asimismo, la imposibilidad material de procurar el crecimiento económico perpetuo en un planeta que es finito nos aboca a pensar más en la satisfacción de las necesidades humanas reales que en perseguir la maximización de la producción y el consumo.

En suma, la nueva economía que defiende Georgescu-Roegen sostiene como metas la supervivencia y la justica, a las que quedan supeditados la producción y el consumo:

“Es necesaria una nueva economía cuya finalidad sea la administración de los recursos y lograr un control racional sobre el desarrollo y las aplicaciones tecnológicas de modo que sirvan a las necesidades humanas reales, más que a la expansión de los beneficios, la guerra o el prestigio nacional. Es necesaria una economía de la supervivencia, o más aún, de la esperanza -una teoría y una visión de una economía global basada en la justicia, que haga posible la distribución equitativa de la riqueza de la Tierra entre la población, tanto actual como futura-. Está claro que no podemos seguir considerando útil la separación de la economía nacional de sus relaciones con el sistema global más amplio. Pero los economistas pueden hacer algo más que medir y describir las complejas relaciones entre entidades económicas; podemos trabajar activamente por un nuevo orden de prioridades que trascienda los estrechos intereses de la soberanía nacional y que en vez de a ellos sirva a los intereses de la comunidad mundial. Debemos reemplazar el ideal del crecimiento, que ha servido como sustitutivo de la distribución equitativa de la riqueza, por una visión más humana en la que la producción y el consumo estén subordinados a las metas de la supervivencia y la justicia”.

Para leer más:

Nicholas Georgescu-Roegen: Ensayos bioeconómicos. (Edición de Óscar Carpintero). Catarata, Madrid, 2021.

El valor de la tierra: una cita con E. F. Schumacher

El auténtico valor de la tierra es con frecuencia ignorado. El pensamiento económico hegemónico se aproxima a él considerándola un bien más, es decir, una mercancía que está sujeta a las leyes del mercado.

Sin embargo, existen economistas como Ernst Friedrich Schumacher (1911-1977), que publicó en 1973 su célebre obra Lo pequeño es hermoso, que reivindican el valor intrínseco de la tierra.

En palabras del propio Schumacher: “Entre los recursos materiales el más grande, incuestionablemente, es la tierra”. Este autor nos propone considerar a la tierra no como un mero factor de producción, sino como el recurso vital que es. Porque los seres humanos dependemos de la tierra y, realmente, no podemos ostentar sobre ella nuestro dominio. Todo maltrato que le demos a la tierra (contaminación, erosión, pérdida de nutrientes…) puede devenir a fin de cuentas en una crisis de nuestra civilización.

“No tengo ninguna duda de que la actitud despiadada con la tierra y los animales tiene relación y es un síntoma de una gran cantidad de actitudes, tales como las producidas por un fanatismo por los cambios rápidos y una fascinación por las novedades (técnicas, organizativas, químicas, biológicas, etcétera), que insisten en su aplicación mucho antes de que las consecuencias a largo plazo se hayan conocido ni siquiera remotamente. Nuestra forma de vida está implicada en la simple cuestión de cómo tratamos la tierra, que es, después de la gente, nuestro más preciado recurso”.

Para leer más:

E. F. Schumacher: Lo pequeño es hermoso. Ediciones Akal, Madrid, 2011.

El hombre ante la naturaleza, una cita con E. F. Schumacher

El economista alemán Ernst Friedrich Schumacher (1911-1977) publicó en 1973, hace ya medio siglo, su célebre obra Lo pequeño es hermoso, una colección de ensayos que aportan una visión más amplia (humanista y ecológica) del pensamiento económico hegemónico.

Ya desde sus primeras páginas Schumacher nos recuerda una verdad largamente olvidada: el progreso material del hombre no ha sido ajeno a la naturaleza de la que formamos parte. Como expresa en su obra, la realidad nos demuestra que la actitud del hombre hacia la naturaleza en los últimos tres o cuatro siglos ha sido de conquista y dominación:

“Tal vez debería decir: la actitud del hombre occidental hacia la naturaleza. Pero dado que todo el mundo está sufriendo un proceso de occidentalización, la afirmación general parece justificada. El hombre no se siente parte de la naturaleza, sino más bien como una fuerza externa destinada a dominarla y conquistarla. Aún habla de una batalla contra la naturaleza olvidándose que, en el caso de ganar, se encontraría él mismo en el bando perdedor. Hasta hace poco la batalla parecía ir lo bastante bien como para darle la ilusión de poderes ilimitados, pero no tan bien como para permitirle vislumbrar la posibilidad de la victoria total. Ésta es ahora evidente y mucha gente, aunque sólo será una minoría, está comenzando a comprender lo que ello significa para la continuación de la existencia de la humanidad”.

Para leer más:

E. F. Schumacher: Lo pequeño es hermoso. Ediciones Akal, Madrid, 2011.

El verdadero economista, en palabras de Herman Daly

Desde hace varias décadas el crecimiento económico viene rigiendo en la sociedad como la máxima prioridad para lograr la prosperidad de los países. Se ha llegado a instaurar como verdad indiscutible que lo prioritario para el bienestar de la población es aumentar cada año la producción de bienes y servicios, es decir, el Producto Interior Bruto (PIB).

Sin embargo, economistas como Herman E. Daly (1938-2022), reconocido, entre otros, con el Premio Right Livelihood, han aportado una visión más completa de la realidad económica, realidad que según este economista ecológico no puede entenderse sino como un subsistema del ecosistema que lo sostiene.

Para Daly todo economista que pretenda defender el objetivo del crecimiento del PIB como indicador supremo debe hacerse al menos dos preguntas previas.

En primer lugar, parece evidente que si se conviene en perseguir el objetivo el crecimiento económico, el economista debería conocer a priori cuál ha de ser la magnitud óptima de ese crecimiento, es decir, cuán grande ha de ser la economía. Lo cierto es que, en la práctica, esta pregunta nunca se plantea.

Y, en segundo lugar, el verdadero economista no solo debe estudiar de una economía los flujos de bienes y servicios que se producen sino también todos los flujos de materiales y energía procedentes del medio ambiente que se emplean en el proceso económico, así como todos los residuos y emisiones que genera. Si llevásemos a cabo una contabilización completa, evaluando los beneficios de la producción frente a los costes ambientales y sociales que la misma provoca, el objetivo del crecimiento económico dejaría de ostentar ese papel hegemónico que aún posee como indicador de prosperidad.

“¿Cuán grande debería ser la economía, cuál es su magnitud óptima en relación al ecosistema? Si fuésemos verdaderos economistas, detendríamos el crecimiento del flujo de materiales antes de que los costes ambientales y sociales extra que genera sean mayores que los beneficios extra de la producción que obtienen. El PIB no nos ayuda a encontrar este punto, pues está basado en conjuntar tanto los costes como los beneficios dentro de la ‘actividad económica’, en lugar de compararlos al margen. Hay abundante evidencia de que algunos países han soprepasado esta magnitud óptima, y han entrado en una era de crecimiento no económico o antieconómico que acumula despilfarro a un ritmo mayor del que genera riqueza. Una vez que el crecimiento se torna no económico en el margen, comienza a volvernos más pobres, no más ricos. De ahí que no se pueda seguir apelando a él como algo necesario para combatir la pobreza. En realidad, hace más difícil combatir la pobreza”.

Para leer más:

Herman E. Daly: «Prólogo» a Prosperidad sin crecimiento, de T. Jackson (2011).

Herman E. Daly: Beyond Growth. The economics of sustainable development. Bacon Press, Boston, 1996.

El crecimiento económico: una cita con Max-Neef

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La meta del crecimiento económico sigue permaneciendo en distintos ámbitos de la sociedad (político, técnico, académico, medios de comunicación…) como una cuestión central para el desarrollo de los países y el bienestar de las personas. Crecimiento económico, recordemos, que se traduce en el aumento de la producción de bienes y servicios que un país o territorio ha de procurar año a año, independientemente de la composición y tipología de esa cesta de productos.

Lo esencial, se arguye, es que la actividad económica se incremente cuanto más mejor y durante más tiempo mejor, quedando sintetizada en un indicador básico: el Producto Interior Bruto (o Producto Nacional Bruto).

Sin embargo, esta concepción del desarrollo es reduccionista y tiene serias limitaciones, como las que expone el economista chileno Manfred Max-Neef (1932-2019) en el siguiente fragmento:

«Debería reconocerse de una vez por todas que una medida tan abstracta como el PNB (Producto Nacional Bruto) es un indicador engañoso del nivel y calidad de vida, ya que cubre cualquier actividad sin considerar si es beneficiosa o no para la sociedad. Por otra parte, ya existe evidencia poderosa de que la mejora del estándar de vida (necesidades básicas y suntuarios) constituye una fracción decreciente de cada unidad de aumento del PNB; el resto se gasta en los cambios estructurales requeridos por el propio crecimiento, en sus efectos secundarios y en el manejo de los desperdicios. Debería quedar en claro que el aumento constante en la escala de la actividad económica aliena a los que en ella participan y destruye el elemento humano en el marco circundante».

Para leer más:

Manfred Max-Neef: Economía herética. Icaria, Barcelona, 2017.

Los ríos en la memoria del economista Amartya Sen

Bengala, la India.

El economista indio Amartya Sen nos cuenta en su libro de memorias Un hogar en el mundo cómo, tras el transcurrir de las décadas, le ha marcado para siempre el viaje que hiciera con su familia, siendo un niño, por el Padma y otros ríos de la India. 

Los días en barco que pasó por aquella red fluvial de Bengala atraparon su curiosidad infantil a la vez que le despertaron la emoción por un mundo natural que hasta entonces desconocía.

“Cuando estaba a punto de cumplir nueve años, mi padre me contó que estaba haciendo los arreglos para que pasáramos un mes de las vacaciones de verano en una casa flotante (con un pequeño motor) y recorriéramos una red fluvial. Pensé que se acercaba uno de los grandes acontecimientos de mi vida, y efectivamente así fue. Los días que pasamos en aquel barco que se movía lentamente fueron tan emocionantes como había esperado. Primero recorrimos el Padma, y después otros ríos, como el cautivadoramente manso Dhaleshwari y el magnífico Meghna. Todo era impresionante. Las plantas no solo se encontraban en los márgenes del río, sino también bajo la superficie del agua, eran lo más extraño que había visto en mi vida. Los pájaros que volaban en círculos sobre nuestra cabeza o se posaban en el barco me llamaban poderosamente la atención y podía alardear delante de Manju, que entonces tenía cinco años, de identificar a algunos por sus nombres. El sonido constante del agua se extendía a nuestro alrededor, completamente distinto al de nuestro tranquilo jardín de Daca. En los días ventosos, las olas rompían ruidosamente en los flancos del barco.

Entre los peces había especies que nunca había visto, y mi padre, que al parecer sabía todo sobre el tema, trataba de ayudarme a distinguir sus rasgos. También había pequeños delfines de río que se alimentaban de otros peces -en bengalí, el nombre es shushuk (el nombre científico: Platanista gangetica)-, eran negros y brillantes, subían a la superficie para respirar y después hacían largas inmersiones. Disfrutajba de su dinamismo y elegancia de lejos, no me animaba a acercarme por miedo a que confundieran los dedos de mis pies con algún pez desconocido”.

Para leer más:

Sen, A.: Un hogar en el mundo. Memorias. Ed. Taurus, Barcelona, 2021.

La ciudad: una cita con Max-Neef

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El economista chileno Manfred Max-Neef (1932-2019) abogó por una nueva economía, divergente del pensamiento económico hegemónico. Sus reflexiones lo han llevado a recuperar casi del olvido los escritos de Aristóteles para recordarnos que la economía tiene que ver centralmente con la felicidad de las personas. Por tal motivo descarta la idea de que el bienestar en una ciudad esté correlacionado positivamente con el tamaño poblacional.

La ciudad si excede su tamaño óptimo, en aras de la eficiencia económica, incurre en el riesgo de ser «deshumanizadora», ya que el gigantismo generaría «deseconomías de dimensiones incontrolables», en palabras del economista chileno.

El modelo de ciudad que nos propone Max-Neef debería cumplir al menos cuatro funciones principales:

«Quisiera proponer, basándome en evidencia cultural e histórica autorizada, que hay por lo menos cuatro funciones que se espera que cumpla una ciudad: debe proporcionar a sus habitantes sociabilidad, bienestar, seguridad y cultura. Tales funciones solo pueden realizarse si la comunicación humana entre los ciudadanos es satisfactoria y auténtica y si la participación es completa, responsable y eficaz».

Para leer más:

Manfred Max-Neef: Economía herética. Icaria, Barcelona, 2017.

El divorcio entre el hombre y la naturaleza, en palabras de Max-Neef

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El economista chileno Manfred Max-Neef (1932-2019), defensor de una economía alternativa a la actualmente imperante, que prioriza el crecimiento, nos legó unas interesantes reflexiones sobre la necesidad de reorientar la educación hacia la solución de problemas concretos del mundo real.

Max-Neef nos propone una educación de la economía que procure la integración sinérgica entre el mundo humano y el mundo natural; una educación que tenga presente la importancia de conservar la integridad de la Tierra porque, a fin de cuentas, nuestro bienestar depende del bienestar de ella. La respuesta pasa por avanzar hacia el ineludible enfoque transdisciplinar.

«Todos los grandes problemas que estamos destinados a enfrentar en este nuevo siglo, tales como: disponibilidad de agua, migraciones forzosas, pobreza, violencia y  terrorismo, agotamiento de recursos, extinción de especies y de culturas, desastres ambientales, y otros, son todos el resultado del largamente mantenido divorcio entre lo humano y lo distinto a lo humano. Hoy nos toca pagar la cuenta de esa artificial pero poderosa discontinuidad impuesta por la revolución científica del siglo XVII. Pero hay algo más que, si adecuadamente tratado, puede servirnos para orientar nuestra acción. Todos los problemas enumerados son, además, indiscutiblemente transdisciplinarios. Vale decir, que ninguno de ellos puede ser abordado en plenitud a partir de disciplinas específicas e individuales».

Para leer más:

Manfred Max-Neef: Economía herética. Icaria, Barcelona, 2017.

Cinco postulados y un valor esencial en la nueva economía de Max-Neef

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El economista chileno Manfred Max-Neef (1932-2019) defendió una nueva economía divergente del pensamiento económico hoy por hoy dominante que prioriza el crecimiento ilimitado de la producción de bienes.

Para Max-Neef se hace más que necesario enseñarles una economía alternativa a todos los jóvenes estudiantes que han decidido ser economistas. Sus principios se fundamentan en los cinco postulados siguientes:

  1. La economía está para servir a las personas y no las personas para servir a la economía.
  2. El desarrollo tiene que ver con personas y no con objetos.
  3. El crecimiento no es lo mismo que el desarrollo, y el desarrollo no precisa necesariamente de crecimiento.
  4. Ninguna economía es posible al margen de los servicios que prestan los ecosistemas.
  5. La economía es un subsistema de un sistema mayor y finito: la biosfera. Por lo tanto, el crecimiento permanente es imposible.

A estos cinco postulados hay que sumarles, nos propone Max-Neef, el siguiente valor fundamental para la consolidación de la nueva economía:

Ningún interés económico, bajo ninguna circunstancia, puede estar sobre la reverencia por la vida.

Para leer más:

Manfred Max-Neef: Economía herética. Icaria, Barcelona, 2017.

Presentación de Manfred A. Max-Neef: Economía transdisciplinaria para la sustentabilidad

Entrevista de Amy Goodman. Revista Mundo Nuevo, ed 79, septiembre/octubre 2011.